Existe una importante suma de estudios antropológicos que apunta en una misma dirección: quien inicia a la criatura en la cultura es la madre. Es ella quien le transmite el lenguaje: base, forma y molde del pensamiento y del razonamiento.
No cabe duda, pues, de las egoístas razones que sustentan la respuesta que el hombre, como género masculino, da a las cuestiones de a quién y por qué hay que sojuzgar para alcanzar y mantener el poder. A quién: a la mujer; por qué: porque sometiéndola, somete a sus designios la clave de bóveda de toda sociedad: la cultura y su transmisión.
No cabe duda tampoco de por qué es necesaria –hoy y aquí, y durante bastante tiempo y en todo lugar- una constante práctica discriminatoria positiva a favor de la mujer: su falta, su omisión, la dejación de la responsabilidad de actuar según lo que sabemos -quién y por qué es sojuzgado en toda sociedad humana y en todos sus niveles- nos llevará inexcusablemente a repetir los mismos errores machistas.
No está de más preguntarse, siguiendo la misma línea argumental y a la vista de la complejidad de la sociedad que nos hemos dado, el por qué de la súbita y generalizada caída del estatus social del profesorado de la enseñanza no universitaria. La cultura y la emancipación, que siempre van de la mano, no están bien miradas por cualquier -quizás por todo- poder establecido ¡ojo! ni por el de izquierdas: he ahí una de las tremendas aporías que el machismo significa para las políticas de izquierdas: no es que la información dé poder, es que el poder da información, sí ¡pero a qué coste!
22/11/05
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