21 julio 2022

Valor sin materia (o el ascensor de la deuda)

 








Fuente: artículo propio en Nueva Tribuna, 20 de julio de 2022

 

La tesis

¿Quién no conoce la extraña sensación de tener que argumentar una tesis que, de tan obvia que le parece, no encuentra camino alguno que no parezca banal, cuando no condescendiente o incluso artificioso?

La tesis de la que hablamos, esa que nos parece obvia, es que existe una doble explotación, o mejor, una doble vía para ejecutarla, y la razón es que, a día de hoy, el Capital, en lucha y oposición con la clase asalariada[1], se apropia de todo el valor, pero no de toda la materialidad del excedente. Y utiliza la deuda para que parezca que Keynes no tiene razón.

Y, extrañado con todo derecho, alguien nos puede cuestionar “Pero ¿qué dices? ¿valor sin materia? ¿acaso has perdido la cabeza?”

Sabemos que no vamos a perder literalmente la cabeza por sostener la tesis de que “el Capital se apropia de todo el valor, pero no de toda la materialidad del excedente”, pero sí la podemos perder simbólicamente: basta con que el lector no nos entienda y en consecuencia deje de leernos.

Si perdemos la cabeza, será culpa nuestra. Si logramos mantenerla en su sitio, será que hemos conseguido explicar correctamente el porqué de esa tesis.

 

El estandarte y la marea

Tal extrañeza nos lleva a recordar la leyenda del viejo maestro Luong, creador de la pintura “墨絵” (sumi-e), quien, tras años de estudio y meditación en su retiro, presentó al emperador la imagen que debía ser su nuevo estandarte de guerra. Preparó tinta negra con ceniza de pino en el suzuri, y dibujó con un único y sinuoso trazó en un lienzo blanco el símbolo del más terrible de los poderes… Y perdió literalmente la cabeza. El emperador no entendió la imagen ¿demasiado abstracta, demasiado estilizada, tal vez demasiado metafísica?

Para explicar ese “único y sinuoso trazo” del valor sin materia, y no perder la cabeza en ello, vamos a copiar el método que Einstein utilizó para desvelar que la masa inercial y la masa gravitatoria eran del todo equivalentes, base de la Teoría de la Relatividad General, y que explica porqué, contraintuitivamente, la Luna crea una marea en la zona de la Tierra que la mira (marea sublunar) y otra en la zona diametralmente opuesta (marea antipodal).


 

El método consiste imaginar un “experimento mental”, es decir, un experimento lógico y razonable, que no rompa con ninguna ley, pero que no puede llevarse a cabo en la realidad, sólo en el pensamiento.

Einstein, en su más famoso experimento mental, pidió imaginar a una persona que viajara en un ascensor sometido a una aceleración continua de 9,8 m/s2, esta persona notaría su peso contra la base del ascensor igual que si estuviera en reposo sobre la propia Tierra. De este experimento mental dedujo con acierto que la masa inercial y la masa gravitatoria son equivalentes, y que ambas creaban el llamado “efecto marea”, por el cual un cuerpo sometido a la atracción gravitatoria se estira en los dos sentidos de la dirección de la fuerza y se encoge en la dirección transversal, aquello que se conoce como la “espaguetización” de los cuerpos sometidos a una aceleración o a una atracción gravitatoria equivalente.

 

Si la deuda es la marea ¿cuál es el ascensor que la explica?

Los bajos salarios, no. Pensemos que a pesar de los bajos salarios reales, absolutos y relativos, de los 50 primeros años del siglo XX, las grandes crisis de deuda estuvieron ligadas, en Occidente, a las brutales guerras mundiales y en los países en desarrollo, como recuerda Eric Toussaint en su libro “El Sistema Deuda”, a un neocolonialismo económico: te presto mi dinero para que compres mis productos.

Pero finalizados los “treinta gloriosos”, la deuda inició un ascenso continuo, como podemos apreciar en la siguiente imagen que muestra la deuda en % sobre el PIB, sin necesitar que cada año se diera acontecimiento singular alguno que justificara ese incremento sostenido:

 


(Fuente: https://youtu.be/_YjiiqX8xtY, “¿Crisis de deuda mundial a la vista?”, El País, 31/02/2022)

Entre 1980 y 2020, a precios constantes del año 2000, el PIB mundial creció un 312%, mientras que la deuda creció un 671% (elaboración propia con datos de https://datos.bancomundial.org). Así pues, la deuda, en comparación con el PIB, creció más del doble, pasando de representar poco más del 120% al 256% ¿Qué ascensor motivó tamaña aceleración?

No nos cabe duda de que, si se pagaran los impuestos adecuados y se retribuyeran los salarios correctos, la deuda sería innecesaria. Eso no lo debemos olvidar, pero hubo épocas en que los salarios eran peores, los impuestos prácticamente ausentes y no existía una deuda como la actual. Así que, si bien hay una muy fuerte correlación, si bien la existencia de unos buenos impuestos y unos salarios correctos es necesaria para domeñar la deuda, ello no es suficiente para explicar la deuda, y menos su acelerado crecimiento.

¿Cuál es el ascensor que catapulta aceleradamente a la deuda?

 

La explotación, según Sraffa

Marx, en el Libro Primero, capítulo VI (Capital constante y capital variable), del Capital establece que “Mediante la puesta en acción de la fuerza de trabajo, pues, no sólo se reproduce su propio valor sino un valor excedente. Esta plusvalía constituye el excedente del valor del producto [trabajo excedente “S”] por encima del valor de los factores que se han consumido al generar dicho producto, lo que es decir los medios de producción [Cap. Constante “C”] y la fuerza de trabajo [Cap. Variable, trabajo necesario “V”].”(la negrita es nuestra), y en el capítulo VIII del mismo Libro define la explotación (cuota de plusvalía) como la razón porcentual entre tiempo de trabajo excedente y tiempo de trabajo necesario (salario).

Tasa de explotación = (Trabajo excedente, S)·100/(trabajo necesario, V), S·100/V

Sraffa introduce una diferenciación en el salario recibido: una parte lo considera de subsistencia (aquella parte necesaria para reproducir ciclo tras ciclo la fuerza de trabajo, “s”) y otra parte apropiación del excedente (ver ensayo publicado en Nueva Tribuna https://tinyurl.com/SalarioEnSraffa-NT, “w”). Para Sraffa la explotación sólo tiene que ver con qué parte del excedente ha podido ser apropiada por el Trabajo, y qué parte por el Capital, representado en la fórmula contenida en la página 42 de su libro Producción de mercancías por medio de mercancías (PMMM):

r = R·(1-w), de donde la tasa de explotación es (1-w)/w

donde “r” es la tasa de beneficio del Capital, “R” el excedente en tanto por ciento sobre los insumos totales y “w” la capacidad en tanto por uno de la apropiación del excedente por parte del Trabajo.

En las dos fórmulas, si el salario se lleva toda la plusvalía, la tasa de explotación es cero, y si el salario es cero, la tasa de explotación es infinita. Pero la distinción sraffiana entre salario excedente y salario de subsistencia matiza la tasa de explotación: sólo en la tasa sraffiana la esclavitud se muestra como explotación infinita, cosa que no ocurre en la marxiana.

Veamos en un diagrama la diferencia entre ambas tesis.

Marx, para desarrollar el concepto de explotación basado en trabajo necesario (V) y trabajo excedente (S), precisa echar mano del método marginalista, comparando -Libro primero, capítulo VI- hilanderos que producen más o menos libras de algodón en las mismas horas, o las mismas libras con distintos precios de materia prima. Y este desarrollo, si lo planteamos a rajatabla como si fuera una ley, lleva a decir que es posible cobrar más salario y estar más explotado, o también al revés, cobrar menos salario y estar menos explotado, o bien, y como el mismo Marx recuerda en el capítulo VIII del libro Tercero, puede darse que, con el mismo grado de explotación, y en función de la composición del capital {C, V}, se den rangos de beneficio que vayan, según el ejemplo que allí expone, de 1 a 6. Cosas del marginalismo.

Sraffa no sólo critica el marginalismo, sino que elimina toda necesidad de recurrir a marginalismo alguno, pues la explotación a que se ve sometida la fuerza de trabajo la deriva de la capacidad que tienen las dos partes, Capital y Trabajo (volvemos a hacer hincapié en el matiz explicado en la nota 1 sobre Trabajo: clase asalariada, y no sólo clase obrera) para apropiarse del excedente.

Y aquí empieza a asomar la punta del ascensor que puede explicar la aceleración de la deuda: se trata de quién, y cómo, se apropia del excedente.

Antes de continuar, una reflexión histórica de la mano de Rosa de Luxemburgo, quien en su libro La acumulación del capital, publicado en 1913 dice:

A pesar de todas las crisis periódicas, el capital europeo se benefició tanto de esta locura que, alrededor de 1875, la Bolsa de Londres se vio afectada por una fiebre de préstamos en el extranjero. Entre 1870 y 1875 se contrataron préstamos en Londres por 260 millones de libras esterlinas, lo que inmediatamente condujo a un rápido crecimiento en las exportaciones de mercancías inglesas a países de ultramar.

Nunca debemos abandonar a los clásicos, so pena de olvidar obviedades manifiestas como que los préstamos “constituyen la forma más segura para que los viejos países capitalistas mantengan el control de los países jóvenes, controlen sus finanzas y ejerzan presión sobre su política exterior, aduanera y comercial”, misma autora y mismo libro, y lo dijo hace más de un siglo. Mutatis mutandis, simplemente, por ejemplo, eliminando la palabra “países”, estamos ante una idea plenamente actual, a la que volveremos más adelante.

 

El experimento mental

Cuatro axiomas, de alguna manera basados en Marx, Rosa de Luxemburgo y Sraffa[2]:

- Un sistema económico genera plusvalía cuando genera más bienes y servicios de los que precisa para reproducir las condiciones iniciales[3] de dicho sistema.

- La realización de la plusvalía por parte del Capital puede ser, en última instancia, a cargo de otros sistemas parcialmente -o muy- deficitarios en la creación de bienes de consumo.

- Estos sistemas aportarán el valor necesario para dicha realización a través del sector terciario (servicios, básicamente relacionados con el turismo y con el lujo) o primario.

- La desaparición de la explotación implica la desaparición del dinero como unidad de valor y su conversión en mera unidad de cambio.

Teniendo en cuenta estos cuatro axiomas, vamos a plantear el mentado experimento mental:

Supongamos un sistema con diez actores simbólicos, un capitalista y nueve trabajadores. Capital más Trabajo producen excedente (el exceso de bienes y servicios no necesarios para la reposición de las condiciones iniciales) por valor de 120 unidades, el Capital se apropia de 30 (beneficios) y cada uno de los actores del Trabajo se queda con 10 unidades (salario excedente, además del salario de subsistencia).

Aunque no sepamos la productividad total del sistema, con Sraffa sí podemos establecer la tasa de explotación (igual a (1-w)/w, donde “w” es el tanto por 1 de apropiación del excedente, en este caso 0,75), que en este supuesto será del 33%. (Nota bene: si el Trabajo se hubiera apropiado de 72 (9 trabajadores por 8 unidades) y el Capital de 48, la tasa de explotación sería del 67%).

Y ahora toca que saquemos conclusiones.

 

Ahorro inquietante ¿una rareza?

Entendiendo que todos tienen los bienes necesarios cubiertos (aquellos precisos para la reposición de las condiciones iniciales), las 30 unidades apropiadas por el capitalista del ejemplo le permiten disfrutar hasta del triple del lujo a que cada trabajador puede acceder y le permite reservar, por ejemplo, 5 para mejorar y ampliar la capacidad de generar más excedente. Supondremos que, aunque aumente el excedente, se mantendrá la tasa de explotación en un 33%, aumentando en la cantidad debida los importes de cada uno de los actores que reflejan su apropiación del excedente.

En todo caso estaríamos en un sistema en el que, ciclo a ciclo, ya sea por gasto, ya sea por inversión, se consume todo lo que se produce. Debemos entender -aunque sea obvio, es importante recordarlo- que ni el capitalista ni los trabajadores se apropian físicamente de su parte del excedente, sino que reciben unidades monetarias para cambiarlas por los bienes y servicios creados.

Primer supuesto. Algún trabajador no quiere gastar todo su salario excedente y ahorra parte de él.

En este caso parte del excedente se quedaría sin comprar, reduciendo la realización del beneficio del capitalista -pero no su valor- por el hecho de no vender ese excedente.

Si ese ahorro lo es para consumir en un ciclo posterior, la tensión desaparecerá cuando se disponga el ahorro para comprar bienes o servicios de lujo (es decir, bienes de consumo -de alguna manera, consumismo- en el sentido de que no son de supervivencia), momento en el que el capitalista realizará (hará efectiva dinerariamente) su apropiación del excedente.

Si la opción de ahorrar se sostiene ciclo tras ciclo y de alguna manera se generaliza, impulsando una bajada persistente del consumo, el capitalista tiene otra opción: exportar. Es decir, vender fuera del sistema donde produce ese excedente no realizado (no comprado por los trabajadores ahorradores). De alguna manera este proceso, el de la exportación, usa el ahorro del otro sistema, y para que en nuestro sistema se mantenga el equilibrio, debe alcanzar a compensar el ahorro propio.

Segundo supuesto. Supongamos el caso de la tasa de explotación del 67%, donde el capitalista se apropia de 48 unidades de las 120 excedentarias, y cada uno de los trabajadores de 8 unidades, resultando un total de 72.

Aunque algún trabajador pueda ahorrar, vamos a considerar su impacto asumible tal y como hemos expresado en el primer supuesto. Será más interesante, en cambio, pensar en qué puede pasar si es el capitalista quien tiene razones para ahorrar parte del excedente apropiado.

Por poner unos números, el capitalista pasa de consumir 25 unidades en bienes de lujo a 33, sigue invirtiendo 5 en aumentar la capacidad de generar excedente y quiere ahorrar el resto, 10 unidades.

Al igual que ocurría con el ahorro del trabajador, ese ahorro -no consumo y no inversión- de 10 unidades significa que el capitalista tiene valor por 10 unidades de excedente no monetarizado -es decir, no realizado- en sus almacenes.

Asumiendo como supuesto razonable que el capitalista no necesita ahorrar para consumir más tarde, la situación, tal y como hemos expresado en el supuesto anterior, se debe resolver vía la exportación (por aplicación del segundo axioma) a otros sistemas menesterosos de bienes de consumo.

Debemos contemplar dos posibilidades. Si se tratara de un país como Alemania, que tiene un superávit exportador del 6% del PIB, es más que probable que ese “ahorro” se pueda resolver a través de la exportación.

Si tal supuesto se diera en un país como España, con un déficit exportador del 1,5% del PIB, esa puerta está más que cerrada (más bien somos nosotros los que, junto a otros, ayudamos a realizar monetariamente el ahorro de Alemania, con la que mantenemos un saldo negativo de $7MM), y ese ahorro se vuelve inquietante (fuente de los datos: https://oec.world/es).

¿Porqué llamamos a este ahorro “ahorro inquietante”? La maternidad del concepto no es nuestra ¡Ya nos gustaría! Y además tiene más de un siglo…

En 1913 N. Johannsen, economista amateur que influyó en el mismo Keynes, llamó a ese beneficio ni invertido ni gastado “inquietante forma de ahorro”. El mismo Keynes, en 1933, acuñó su famosa sentencia de la “eutanasia del rentista” como corolario a su tesis de que en todo sistema de ciclo cerrado (y nuestro actual sistema económico, en tanto que global, ya lo es) si el Beneficio no se convierte en Inversión (entendida en su más amplio significado) o Gasto (es decir, consumo), el sistema necesariamente colapsará (The euthanasia of the rentier - Dirk Loehr, https://tinyurl.com/KeynesByLoehr, original; https://tinyurl.com/KeynesPorLoehr, traducción nuestra).

Ha pasado más de un siglo y no colapsa, y la realidad parece dejar por tontos tanto a Johannsen como a Keynes.

Una de las razones para que no colapse es de sobras conocido: que se dé un crecimiento sostenido por lo menos tan grande como el “ahorro inquietante” del capitalista, de tal manera que, ciclo tras ciclo, el pastel (en todos los sentidos, también en el peyorativo) se haga más y más grande, tapando así el agujero de no realizar todo el excedente apropiado del ciclo anterior, hasta que ese pastel se vuelve inmanejable y el más pequeño susto deviene crisis atroz, si no sistémica.

La otra razón…

 

La deuda es la otra razón

El capitalista del supuesto segundo tiene un trozo del pastel que no quiere ni usar ni consumir, lo quiere vender. Los trabajadores, aún en el caso de que quisieran gastar todo su salario excedente y no ahorrar nada, sólo podrían comprar como máximo “su” trozo de pastel, pero no el trozo que el capitalista no quiere usar, ni como inversión ni como consumo. Además, la exportación en muchos casos (en el nuestro, en particular) no sirve como válvula de escape.

Así, pues, ¿Qué hacer?

Si no hacemos nada, está claro que “el sistema necesariamente colapsará”. El capitalista, viendo que no realiza todo “su” excedente, producirá menos, pagará menos, habrá menos salario, lo que conllevará menos consumo; el capitalista seguirá teniendo en el siguiente ciclo un nuevo trozo de “su” pastel sin vender, el consumo, ante la retracción de la oferta de trabajo, se asustará y se retraerá más que proporcionalmente (aquello de los comportamientos pro-cíclicos) agudizando más el síndrome del “ahorro inquietante”, e iremos de cabeza a una crisis galopante. Pero esto no pasa. O no siempre pasa. O pasa menos de lo que podríamos predecir.

Pero ¿Cómo pueden las empresas realizar sus beneficios, si las elites no quieren comprar y los asalariados no pueden comprar?

El crédito es la respuesta a las dos preguntas de este real experimento imaginario.

El sistema financiero, con su capacidad de producir dinero de la (casi) nada, presta el dinero suficiente para suplir la carencia que supone esa voluntad por parte del capitalista de quedarse con el valor de todo el excedente del que se apropia, pero no de todo el excedente en tanto que materia (lo que significaría que lo consume o lo usa), es decir, que el capitalista, de una parte del beneficio, de una parte del excedente apropiado, sólo quiere el valor sin materia. Pero ¿A quién le presta el sistema financiero el dinero para poder comprar esa materia (bienes y servicios)? Pues al resto de la sociedad. Y ¿quién paga el coste de ese ahorro? También el resto de la sociedad.

Tres nota bene.

La primera. El hecho de que las empresas también estén cada vez más endeudadas no tiene nada que ver con los motivos aquí tratados. Recomendamos vivamente una lectura reposada del artículo de Eduardo Gutiérrez, Economista, y Enrique Lillo, Abogado, del Gabinete Interfederal de CCOO, publicado en Nueva Tribuna (https://tinyurl.com/SubCapitalizacion-NT), por su esclarecedor e impactante análisis sobre el endeudamiento empresarial como herramienta financiera para “bombear” subrepticiamente los beneficios de las empresas:

Mediante el R.D.7/1996 de 7 de junio, en su artículo 20, se dieron legalidad a los Préstamos participativos, que como su nombre indica son “prestamos retribuidos” y costosos para la empresa que los recibe. La norma equiparó estos préstamos de los socios a las aportaciones del capital privado, al concederlos la calidad de “fondos propios”, esto es equivalente, societaria y mercantilmente a las aportaciones de capital social. Estos préstamos, implican una retribución garantizada, y una costosa forma de capitalizar las empresas, que desde entonces han procedido a sustituir aportaciones de capital, por préstamos en volumen que en algunas empresas, supone hasta en 5 y 10 veces el Capital Social. Una regulación que el PSOE, ha mantenido con la Ley 16/2007, de 4 de julio. DA3ª) añadiendo meras correcciones contables – ya no son recursos propios, y sí patrimonio neto a efectos concursales – que no corrigen el núcleo del problema: los socios se llevan en forma de intereses lo que no son sino “beneficios disfrazados” de costes financieros.” (la negrita es nuestra).

La segunda. Rosa de Luxemburgo podría decir hoy, mutatis mutandis, que los préstamos “constituyen la forma más segura para que los capitalistas mantengan el control sobre los jóvenes, controlen sus finanzas y ejerzan presión sobre su opciones vitales: políticas, económicas y sociales

La tercera. Hemos hablado de salarios excedentes, entendidos como lo que directamente paga el Capital al Trabajo, pero debemos ampliar el concepto y alcance para incluir en esa lucha por la apropiación del excedente a los impuestos. Estos son también salario del Trabajo, y también tienen un componente de subsistencia -el mayor- y otro de apropiación del excedente -el menor- (ver nota 3), pues con ellos se pagan desde la salud, la enseñanza, la dependencia y otros servicios indispensables para el funcionamiento y reposición de la fuerza de trabajo -la parte mayor-, hasta cultura, Imserso y similares -la parte menor-, por lo que eludir el pago de impuestos por parte de los que pueden hacerlo, ya sea legal o ilegalmente, que son muy mayoritariamente los capitalistas, significa aumentar su parte de beneficios no destinada ni a consumo ni a inversión: pagar menos impuestos implica aumentar perturbadoramente el “ahorro inquietante”.

 

Cuarta nota bene: fondos de pensiones, mochilas austríacas y otras lindezas

¿Qué diferencia hay, sobre el tema que nos ocupa y preocupa, entre cotizaciones y fondos de pensiones?

Sobre otros peligros de fondos de pensiones, mochilas austríacas y similares ya hemos dejado constancia en un anterior artículo nuestro de Nueva Tribuna (https://tinyurl.com/PensionesYMentiras-NT), donde los hemos explicitado de mano de los profesores Torres y Missé, por lo que aquí sólo haremos referencia a un aspecto que es común: son instrumento de ahorro.

En la Zona Euro, “Los activos totales de los fondos de pensiones de la zona del euro se situaron en 3.347 MM de euros en el cuarto trimestre de 2021, lo que representa un aumento de 95 MM de euros [un 2,84% de incremento] con respecto al tercer trimestre del mismo año.”; “En el cuarto trimestre de 2021, el saldo vivo de las participaciones emitidas por fondos de inversión distintos de los fondos del mercado monetario aumentó hasta situarse en 16.258 MM de euros, 691 MM de euros euros [un 4,25%] más que en el trimestre anterior.”(fuente BCE, notas de prensa del 23/03/2022 y 18/02/2022 respectivamente).

El PIB de la Zona Euro del 2021 fue de 12.269 MM de euros, y la deuda total fue de 11.945 MM de euros.

No queremos establecer una relación de causa efecto aritmética, sino mostrar la alta importancia relativa que tiene el monto de los fondos de pensiones, que son dinero que sacamos literalmente del sistema económico y que destinamos, volens nolens, al sistema financiero (que provoque o no financiarización no es tema de este artículo), con respecto al PIB.

Mientras que las cotizaciones son dinero que, en lugar de destinarse al ahorro, se destina al consumo, y principalmente, dado el monto de las pensiones y la franja social que lo recibe, al consumo básico, por lo que no sólo no se detrae capacidad del sistema económico, sino que promueve un consumo necesario (sin ánimo de crecimiento, más allá del pasivo) tanto desde el punto de vista del ciudadano como de la sociedad en su conjunto (al generar necesidad de trabajo, y con ello salarios y cotizaciones, teniendo un efecto multiplicativo), los importes destinados a fondos de pensiones (y no digamos los que van a fondos de inversión, que subsumen a mochilas austríacas, fondos de flexiseguridad y otros similares), al detraerse del sistema económico, no sólo no favorecen el consumo básico, sino que (y al margen de la regresividad fiscal que conllevan, es decir, a mayor aportación, mayor beneficio fiscal, por lo que la regresividad es obvia: quien más aporta resta lo aportado precisamente de la base sujeta al mayor diferencial) aumentan la necesidad de deuda pública y privada (al margen de la empresarial, nota bene primera), hecho especialmente crítico en aquellos países que no pueden “compensar” su ahorro a través del superávit comercial con el exterior.

 

 A modo de conclusión

La deuda no es un epifenómeno de los menores márgenes de beneficio del Capital, tal y como motiva la teoría marginalista (y también la marxiana) puesto que, sostienen, dado que cada vez hay más Capital y menos Trabajo en los sistemas económicos, y aún permaneciendo constantes los beneficios, la tasa de beneficio sobre el Capital (sobre los insumos) es menor. No.

Aunque aritméticamente esto sea cierto, que lo es dada la creciente maquinización, automatización y robotización de todos los procesos de los tres sectores (primario, secundario y terciario), el fundamento de esta deuda, el motivo de su aumento más que proporcional (recordemos que en los 40 últimos años su tasa de incremento ha más que doblado el del PIB), la razón de su imposible doma está en la típica frase de los narcotraficantes: “Te haremos ganar más dinero del que puedas gastar en cien vidas”. O sea, que de cada 100, gastarás 1 y ahorraras 99, que habrás sacado del sistema económico con los efectos arriba descritos.

Si todo el dinero que ganan en forma de beneficios, se lo gastaran siempre (es decir, si se realizara materialmente todo el excedente apropiado por el Capital), ese dinero, más o menos directamente, de una manera u otra y por unos caminos u otros, volvería al sistema haciendo verdad lo que los viejos fisiócratas (en su innovadora manera de abordar los sistemas económicos, pues fueron los primeros en presentar conectados en relación a clases sociales, y en un flujo circular, producción, rentas y consumo) advirtieron en su momento sobre las relaciones intersectoriales que se establecen en la Economía entre compradores y vendedores, entre producción y consumo: si los nobles se abstuvieran del lujo, los pobres se morirían de hambre. Es decir, los pobres (los innecesarios, los sustituibles) sobreviven gracias al gasto de los ricos, y si los ricos no gastan, pues... (realidad que, por otra parte, y precisamente por ser cierta, se usa de forma inicua y torticera cuando se pide que se bajen los impuestos a los ricos -la famosa curva Laffer-, pues si los ricos tienen más dinero, gastarán más y su consumo, mejor dicho: su extraconsumo -necesariamente de lujo, superlujo o extralujo-, generará actividad económica que caerá como suave lluvia y bla, bla, bla…)

Y luego, a favor de esa correlación apuntada por la Fisiocracia, vino Leontieff, con su ya clásico análisis Input-Output. Y Sraffa, con sus matrices de bienes y procesos. Y, hace bien poco, Antón Costas, en El País, el 6 de noviembre de 2011:

Cualquier manual de iniciación a la macroeconomía le dirá que sin gasto la economía de mercado no funciona. El gasto de una persona o de un sector económico es el ingreso de otra. Si nadie gasta, la renta del conjunto de la economía se hunde. Y eso es lo que está ocurriendo.” (la negrita es nuestra).

Para remachar el mismo economista el 25 de noviembre de 2017 dejó escrito que:

“Draghi acaba de anunciar el principio del fin de esos estímulos. Aunque será de forma controlada: menos incentivos, pero durante más tiempo. Pero este anuncio plantea la cuestión de qué sustituirá al estímulo monetario como motor del crecimiento. El candidato solo puede ser el consumo de las familias. Se podría volver a fomentar el consumo favoreciendo el endeudamiento. Esa opción ya se utilizó antes de la crisis. Y sabemos cómo acabó la historia.

Pero aquí es donde surge el problema. El consumo de los hogares está lastrado por el pobre comportamiento de los salarios. Hay que recordar que el capitalismo funciona con el consumo de las clases medias y trabajadoras, no con el de los más ricos.” (la negrita es nuestra).

Y cabe decir que no estamos de acuerdo en que se deba fomentar el crecimiento ni el consumismo, tal y como hemos expuesto en un artículo anterior de Nueva Tribuna (https://tinyurl.com/SalarioEnSraffa-NT), tan sólo utilizamos estos dos artículos del catedrático Costas para mostrar que, desde los fisiócratas hasta hoy, incluyendo a los que piden bajar los impuestos a los pudientes, todos saben donde está el problema. El tema es qué solución se da. La de los neoliberales la conocemos: la deuda.

El resto hasta hoy, como se dice en las novelas policíacas, es historia.

 

Postdata

Debemos agradecer y agradecemos esta reflexión al profesor D. Alfredo Apilánez, economista, cuyo blog recomendamos fervientemente (https://trampantojosyembelecos.wordpress.com/), pues fruto de la amabilidad de leer un escrito nuestro, aceptando que con un inmerecido interés y por ello quedamos doblemente agradecidos, dijo con gran modestia no estar “muy seguro de haber entendido bien ese matiz que haces acerca de que «el Capital se apropia del valor, pero no de la materialidad, del excedente…»”, cuando bien y con todo derecho podría haber preguntado “¿qué diantres has querido decir con semejante metafisicada?”.

Vale, claro que no, de su exponer sosegado, tal y como lo demuestra en conferencias y textos, no era de esperar sino que formulara la pregunta con la cortesía demostrada, y con la misma cortesía hemos intentado contestar.

Profesor Apilánez ¡gracias!

 



[1] Al agrupar en un nuevo concepto la capacidad de apropiación del excedente por parte del Trabajo, más que restringir el concepto de clase, Sraffa lo amplia a toda aquella parte de la sociedad que, directa o indirectamente, depende de la existencia del salario, así como de los impuestos y cotizaciones de él derivados. Entendiendo, así pues, que actualmente el significado de “clase obrera o trabajadora” puede quedar desdibujado por la tremenda complejidad de nuestra sociedad, y en base a lo que hacemos significar a salario (su conceptualización como salario de reposición y salario excedente), entendemos necesaria una nueva de definición de “clase” que, enraizada en el concepto de ciudadanía, llevaría a mover el foco desde las relaciones sociales de producción (donde sólo los que trabajan son actores) hacia las relaciones sociales de distribución (donde toda la ciudadanía tiene rango de actor y algo que decir) y establecer en estas relaciones la estrategia central de la lucha contra la desigualdad y la inequidad. En este sentido avanzamos como alternativa a “clase obrera o trabajadora una nueva propuesta de definición de “clase asalariada”.

Así pues, proponemos como alternativa a “clase obrera o trabajadora”, que a duras penas alcanza el 40% de la sociedad, una propuesta de definición de “clase asalariada”, que seguramente da cobertura a más del 90% de la ciudadanía: Conjunto de los ciudadanos que dependen directa o indirectamente de un salario -por cuenta ajena, autónomo, cuenta propia y pequeño empresario- o de las cotizaciones e impuestos a él asociadas, y dedican sus rentas -salario, ganancia, pensión, subsidio o similar- principalmente al consumo y a pagar impuestos para hacer funcionar la parte pública de la producción de bienes y servicios básicos; se debe incluir a los que no trabajan, ya sea por ser estudiantes, estar en paro, en autoproducción/autoconsumo, en tareas de cuidado y hogar, jubilados o similares, ya que también son, ni que sea indirectamente, salario-dependientes.

[2] Aunque me pueda producir cierto sonrojo, estos cuatro axiomas los vengo reflexionando desde dos trabajos que realicé, un en 1982, haciendo 3º de Económicas, y otro en 1985, en 2º de Sociología:

https://tinyurl.com/SalariosSraffa y https://tinyurl.com/ExcedenteSraffa.

El sonrojo no es sólo por la inocente vanidad que aquellos textos denotan, sino porque no pasé de 3º de Económicas ni de 2º de Sociología (ni tampoco de 3º de Químicas ni de 3º de Filosofía… ¡soy un caso!)

[3] Al plantear el sistema económico como un proceso cíclico, en conjunción con la distinción entre salario de reposición y salario excedente, aflora una condición que, aunque detectable empíricamente, no teníamos hasta Sraffa una base teórica que la sustentara: el estado del bienestar como inversión, y no como coste.

Si bien Sraffa habla de un salario de mera subsistencia, tal concepto debemos ponerlo en el contexto de los años 25 a 30, que es cuando inicia la concepción del libro PMMM. Cojamos el concepto general de que, al final de cada ciclo, las mercancías, y la fuerza de trabajo es una de ellas, deben ser repuestas en, al menos, las mismas condiciones. Es decir, es económicamente significativo que, en la medida que la tecnología lo permita, la mercancía herramienta mejore, pero no es significativo que empeore. De igual manera, es económicamente significativo que la fuerza te trabajo mejore en cada inicio de ciclo, sea ello por formación, salud, motivación o disponibilidad. Por ello, si un sistema mejora cuando su fuerza de trabajo mejora, y no cabe duda que el estado del bienestar, con la fuerte inversión en la calidad de vida de la ciudadanía, significó una mejora de la fuerza de trabajo, recortar la inversión en los ejes nombrados (formación, salud, motivación o disponibilidad), si bien puede significar un ahorro a cortísimo plazo, es una descapitalización del sistema económico de la misma categoría e importancia que no tener presente la necesaria amortización de bienes muebles, inmueble o maquinaria.

Por todo ello, en la categoría “salario de subsistencia”, entendiendo tal como el salario directo o indirecto necesario para reponer, al menos, en igualdad de condiciones la fuerza de trabajo en cada nuevo ciclo, se debe subsumir la inversión en salud (incluyendo la medioambiental), formación, motivación (vg, dignidad) y disponibilidad (vg, políticas de conciliación y dependencia).

 

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