25 febrero 2008

La Cuba china

El chino, vuelve el chino.
Volvió el chino
(¿es que se fue?)
Con la vieja guardia
Con el rostro cansino.
Vuelve, impaciente,
Con su verde oliva y
Su estrella luciente.
Cincuenta años
No son nada,
Dice el bolero.
Y dentro de cien años,
Todos calvos,
Contesta el campesino.
¿Chino impaciente?
Mantendrá el poder,
Sí,
Pero perdió la autoridad.


Sennet y Cuba.

El capitalismo impaciente tiene, como una de sus peores claves, la separación consciente de poder y autoridad. Los capitalistas sennetianos ejercen un poder central omnímodo, pero no tienen ningún tipo de autoridad moral (hecho éste que los emopuja a un claro autoritarismo social).

De Cuba, de la que no diré que es socialismo real ¿pero quizás si comunismo impaciente?, también podríamos decir que quién retiene el poder (y decirlo así ya es un claro posicionamiento por parte mía) tiene el poder, pero no la autoridad, realidad ¿consciente o inconsciente? que también lleva al desarrollo de un claro autoritarismo político (¿totalitario?).

Está claro que las soluciones para una empresa capitalista impaciente y para un estado autoritario no tienen nada en común, pero...
Pero la salida china de derivar la economía desde el comunismo impaciente al capitalismo impaciente, sin solución de continuidad, no es sino eso: ejercer el poder sin autoridad, pero con nuevas herramientas: las económicas.

Volvemos a Cuba. ¿Alternativas? La utopía de que “todo el mundo en Cuba se bueno y revolucionario” y mañana ponemos en marcha una democracia, con partidos y todo esto, y pasado mañana atamos los perros con longanizas sólo ofrece una salida: la implantación de una mafia política y económica que con mucha suerte, y con mucho tiempo, desembocará en una democracia poliárquica formal. Con mucha suerte y con mucho, mucho tiempo, y mientras tanto toca padecer por un (siempre y por siempre) futuro mejor.

¿No hay alternativas? No, sino asumimos hasta qué punto la simbología se inherente y consubstancial al hombre. De hecho, la simbología se ontológica.

“¡Son los excedents, estúpido!”

Si bien no cae de pleno en esta discusión, si que hace falta adelantar como hipótesis que ninguna apropiación es real, excepto la que comporta la destrucción de lo apropiado.

Toda apropiación no destructiva, según esta hipótesis, es simbólica y basada en un convenio consensuado: un papel (¡y ya sabemos que el papel lo soporta todo!) dice que soy propietario de esto. Pero un tercero, mejor armado que yo, me lo puede robar sin más.

Ahora bien, si es simbólica, y lo sé, por qué me tengo que obcecar en luchar por la apropiación de los bienes de producción? Lo que me debería interesar es apropiarme del excedente consumible, y dejar que los que disfrutan de las apropiaciones simbólicas... continúen disfrutando ¡simbólicamente!

Y aquí si que hay un convergencia entre una posible alternativa al capitalismo sennetiano y como salir del comunismo impaciente.

La justicia social rawliana.

Una inteligente mezcla de gestión (iniciativa) privada, control (auditoría) público y voluntad política nos colocaría en el punto más alto (el de menos diferencia) en la famosa curva que da sentido a la justicia distributiva (RAWLS, J. (1986): Justicia como Equidad, pág. 58 a 90), que si bien no es “de cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades”, si permite conjugar eficiencia social con eficacia económica. Que la gestión (iniciativa) privada se convierta en apropiación capitalista (simbólica, según la hipótesis) o apropiación en cuanto que gestor (y en este caso, simbólica, pero no menos creíble y sugerente), tiene una importancia relativa (un ejemplo a trabajar: las mutuas de accidente de trabajo en España), puesto que lo que de verdad cuenta es la apropiació “destructiva” (y por esto, real) del excedente. Y aquí, en este último punto, es donde interviene la voluntad política.

Cuba y Touraine.

Touraine reclama voluntad política para doblegar al capitalismo impaciente. Y esta es la oportunidad que tiene Cuba. La alternativa pasa para ceder el poder y ganar la autoridad. Una vez ya sabemos que puede existir el poder sin autoridad, ya no tenemos derecho a llorar por los viejos buenos tiempos donde poder y autoridad iban de la mano (el capitalismo renano o social: la burocracia integradora). Cada vez que un horizonte cae bajo el martillo diapasón de Nietzsche, ya no hay posibilidad de volverlo a levantar.

Si el gobierno cubano se mantiene en el poder sin autoridad, no tendrá ningún futuro fuera de derivar hacia peores teatros. Construir unas herramientas de control (auditoría económica, que no social ni política) que le permitan ejercer la autoridad y devolver el poder (la gestión, la iniciativa privada) a la sociedad (y esto quiere decir tener voluntad política, y esta sí la pueden ejercer) es la única alternativa con una cierta (pero pequeña) oportunidad. Es, como dicen los filósofos, la condición de posibilidad de un futuro mejor... ni más ni menos que la condición de posibilidad. Por qué digo pequeña? Porque en la mar, donde con cada decisión te juegas la vida, hay un proverbio: si piensas que tendrías que hacer algo, ya has hecho tarde!

Igualmente, la única alternativa al capitalismo impaciente no radica en volver al capitalismo social o renano, puesto que este mundo ha desaparecido para no volver nunca más. La condición de posibilidad de un futuro menos duro está en ejercer una legítima (y legal) autoridad política mediante el control (auditoría) público, dejando el poder (iniciativa) a la sociedad. En palabras de Rafael Sánchez Ferlosio, hace falta un cierto margen de impunidad por no caer en un totalitarismo impune.

(21/02/08)

19 febrero 2008

El precio

(Las guerras balcánicas de Milosevic)

Más de un cuarto de millón de muertos (250.000 personas muertas: millones de familias hundidas de por vida en la tragedia). Más de un millón de refugiados, expulsados y deportados (1.000.000 de bosnios, croatas, kosovares, macedonios, montenegrinos y serbios: otros varios millones de familias hundidas de por vida en el horror). Más de quince años de guerras (15 años: 5 veces la duración de nuestra Guerra in-Civil).

Éste es –ha sido– el precio.

Ningún nacionalista puede obviar estos datos (para disponer de ellos se precisa menos de quince minutos en la red), así que aquellos de nuestros políticos nacionalistas que se lanzan a equívocas comparaciones –y que, bajo mi particular criterio, rozan más lo criminal que cualquier negacionismo del holocausto judio– o arteros aprovechamientos solo pueden pertenecer a dos categorías: o son ineptos, y por ello deberían dimitir de sus cargos, o son idioti –en su etimología griega: los que miran por sus propios intereses, en contraposición a los politei: los que miran por el interés de la sociedad– y por ello los deberíamos dimitir.

Bueno, también hay una tercera categoría, la de los nacionalistas españoles: los que medio callan a la espera de que su calculada –y vergonzante– ambigüedad les sirva para erosionar al PSOE.

(19/02/08)