26 septiembre 2006

'En', que no 'de'

Ante el inicio inminente de la campaña electoral en Catalunya, ruego casi humildemente al PSC –sectores maragalliano y montilliano–, a CpC i a IC-V/EUiA (por lo que hace al resto, ni me lo planteo) que me dejen –talvez: nos dejen- ser ciudadanos en Catalunya.

Y este es el por qué del ruego: para ser ciudadano en Catalunya ¿es necesario haber nacido en Catalunya?, claro que no, responderán todos ¿Es necesario querer ser adoptado por Catalunya?, esto ya no lo sé, a tenor de lo que dice CPC (Ciutadans pel Canvi): ‘El gran abrazo de los catalanes y catalanas de nacimiento y de elección’… pero a mi me adoptaron sentimental y administrativamente mis padres biológicos –con los mismos derechos y deberes que si hubieran sido padres adoptivos–, y ni necesito de más adopciones ni debería ser obligado a elegir otras raíces que ésas. Y por último ¿es necesario sentirse catalán? Pues depende.

Y verán de qué depende. La gran diferencia entre decirse ciudadano en Catalunya y ciudadano de Catalunya, estriba en la parte posesiva –que matiza y condiciona a la demostrativa– de la preposición de.

Me explicaré. Si me dejan ser, si potencian que llegue a ser ciudadano en Catalunya, lo podré ser –incluso más: exigiré serlo– en cualquier otro lugar. Y ser catalán no tendrá que definir obligatoriamente mi esencia, no será una categoría indiferenciable de mi ser. Será, por el contrario, un predicado contingente que dependerá del momento y del lugar, y que podrá variar sin renunciar a mi capacidad como ciudadano, y mucho menos a mi identidad como persona.

Por el contario, los nacionalistas, catalanes, españoles o europeos –que de estos últimos ya los habrá–, así como aquella porción nacionalista –catalanista, españolista o eurocéntrica– del ideario del resto de partidos no identitarios, hacen más hincapié en el de posesivo: antes que disfrutar de los derechos y deberes de ser ciudadano, se debe ser de Catalunya, identificarse con Catalunya, ser adoptado por Catalunya.

Y es mi opinión que mal se compadecen las políticas progresistas y de izquierdas con el concepto de ciudadanía si a ésta le exigen en prenda, por nacimiento o por adopción, tener pedigrí.

26/09/06

16 septiembre 2006

Enseñanza y ciudadanía

Nosaltres.com - El cercador de Vilaweb

"Los fracasos del ('ideal del hombre racional... absolutamente liberado... de las pasiones' pag. 106) son los que han dado lugar [...] a la enorme decepción acerca de los 'programas educativos' [...] No sin motivo [...] por sus devastadores efectos secundarios [que] destruyen de facto el sano entendimiento o el sentido común [...] y sustituyen [la memoria de sus virtudes] por una obra mecánica, sin capacidad alguna de juicio [, quedando la población] por ello sometida a un régimen insoportable de sufrimiento y minoría de edad (pues menores de edad son quienes aún no disponen de sentido común ni sin capaces de juicio), luego los ingenieros [denostan a] las masas, como si las 'masas' fueran la causa del fracaso de sus programas educativos y no lo que son en realidad, es decir, el efecto de su más perfecto y total éxito" La regla del juego pag. 107-108, de José Luis Pardo, Premio Nacional de Ensayo (Ministerio de Cultura) en 2005 por "La regla del juego".

Seguidamente el autor argumenta como ni la desmasificación ni el mayor perfeccionamiento técnico de la enseñanza son la solución, pues el planteamiento del problema falla en su raíz: no es demasiados alumnos, ni demasiada poca capacidad técnica del sistema los motivos del fracaso escolar, en tanto que fracaso en el objetivo de crear ciudadanos –pues de eso estamos hablando: de ciudadanos y no de autómatas.

El motivo base radica en haber olvidado que la enseñanza, que es tanto educar como instruir, y que ya sólo instruye (las reglas explícitas del juego) pero no educa (las reglas implícitas del juego), ha de ser transmitida en parte –tal vez en su parte más importante: la que educa– a través del ejemplo, del uso, de la práctica del juego efectivamente realizado, para que después la ciudadanía sea aquello "que después nos sale del alma [...] o de la memoria, [pues] ha sido antes sembrado como una vocación secreta" (ibid, pag 75).

Ahí, en ese profundo antes sembrado, que no puede ser razonado ni argumentado, sino sólo ejemplificado y ejemplarizado, radica la vía para la salir de la esclavitud de la pedagogía sofista.

Propongo, sin cautelas ni disculpas, que el libro por el cual J.L. Pardo recibió el Premio Nacional de Ensayo sea de necesario estudio curricular para todos los enseñantes –ya formalizados o aún en vías–, para que sea el inicio de un futuro en que lo puedan transmitir a todos sus enseñados.

16/09/06

13 septiembre 2006

Determinismo y predestinación

Determinismo y predestinación no es lo mismo. Las leyes predeterminan hasta donde pueden, hasta que se encuentran con las fluctuaciones azarosas -el azar (1): ¿epistémico u óntico?-, la ciencia es, digámoslo así, determinista entre fluctuación y fluctuación. Einstein, como Galileo, como Newton, fueron –vieron - verdaderas fluctuaciones…

La predestinación sabe del fin: es teleonómica. Da por hecho que existe un objetivo, un destino, un proyecto que cumplir, y que debe ser –será– cumplido, acertado, encajado. Sabe de la inevitabilidad de la culminación de lo que ha de ser... así que, pues será, ¿a qué oponerse? Sabe de los efectos, no importando que causas los provoquen.

EL determinismo sabe del origen: es cosmológico. Da por hecho que existe un inicio, un principio, una base que sustenta lo que ha de ser, y que será, por ley natural y contra toda milagrería, esoterismo o magia. Sabe de la inevitabilidad de lo que ha de ser, pues es ley, así que ¿a qué oponerse? Sabe de las causas, aunque por el azar no sepa de los efectos.

Lo que en la predestinación es fe, en el determinismo es intuición. Lo que en el determinismo es estoicismo, en la predestinación es dejación. Lo que en predestinación es la apokaradokia tes ktiseos ten apokalupsin (San Pablo, Romanos 8, 19 "la ansiosa espera de las criaturas por la Revelación"), en determinismo es ansiosa agitación por desvelar (aletheia) lo velado (lethe). Se parecen, pero no son lo mismo (2).

Existe una zona gris entre determinismo y predestinación, una twilight zone que, cual tobogán, nos puede arrojar de lo científico a lo gnóstico, de la predicción a la profecía, de la ley al sortilegio. Blair se equivoca cuando predestina a los hijos de las familias desestructuradas a seguir en la onerosa cadena de ser creadores de nuevas familias desestructuradas. No se equivocaría si viera a los factores socioambientales –económicos, culturales, educativos, instructivos, políticos– como potentes determinantes (pero no únicos: hay que dejar hablar a las responsabilidades individuales en la decisión, así como a los determinantes genéticos) de lo que en el futuro alcanzarán a ser.

Como dice el bolero (3): “El mar y el cielo, se ven igual de azules, y en la distancia parece que se unen. Mejor es que recuerdes que el cielo es siempre cielo [de la predestinación]. Que nunca, nunca, nunca el mar [del determinismo] lo alcanzará” ¡Por suerte para los que sabemos, queremos y deseamos vivir en el mar!

Que necesitemos que la vida tenga un objeto, u objetivo (somos, o necesitamos creer ser, teleonómicos) y que la vida lo sea (decimos que la vida tiene un objeto, u objetivo) no es lo mismo. Yo bien puedo racionalizar la muerte (la de otros, claro) pero me equivoco si de eso infiero que puedo racionalizar MI muerte. Una potente mirada racionalizadora sobre la realidad, la naturaleza, nosotros mismos tan sólo consigue una no menos potente imagen racionalizada de la realidad, de la naturaleza, de nosotros mismos, sin que ello signifique que ninguna de la tres imágenes deban concordar con lo que quieren representar.

Que un científico sepa a que atenerse con respecto la vida (es decir, sabe que no tiene objeto, que no es teleonómica), y acepte que la vida –la naturaleza- no tiene objeto ni objetivo no significa que él, el científico, no actúe visceralmente en su labor y profesión como sujeto teleonómico ¿cómo encontraría, si no, objeto a los que hace? ¿cómo evitaría plantearse el coste vital, si no hace de su labor un objetivo, y de él mismo un objeto instrumentalizable para el fin? Cosa que, por otra parte, y como objeto pasivo de sus descubrimientos, le agradezco –a veces, no siempre–, a él y a los que son como él.

El caospolita (4) (versión pos-cínica, de kínicos (5) los filósofos ‘perros’, no de cínicos en su acepción 1, 2 y 5 de la RAE) no solo sabe a qué atenerse con respecto a la vida –ahí andaría parejo con el científico mentado–, sino que sabe de lo fundamentalmente inútil que es buscar objeto u objetivo a cualquier acción: la categoría de lo útil es una trampa tremenda, sólo equiparable a la categoría de lo rentable y e lo eficaz.

Un nihilista, por definición propia, debe ser teleonómico –algo busca con la destrucción- y debe sentirse predestinado, pero nunca cínico-caospolita.

Un terrorista busca su destino, pero no como un ejercicio de desvelar lo velado, sino con el ansia de que, por fin, le sea revelada la vedad, en su caso: la Verdad.

Un artista, si alcanza la poiesis (6), o mejor, para alcanzar la poiesis – la creación desde la nada, el desvelamiento de lo oculto, y que por ello no se puede saber que es- no puede ser teleonómico: no puede saber qué busca. Si lo sabe, no pasará de ser un buen o tal vez muy buen artesano.



(1) Debo la idea de la existencia de dos azares, el óntico y el epistémico, a Jorge Wagensberg (Ideas sobre la complejidad del mundo, Ed. Tusquets, 2003).

(2) Debo el tercer punto y seguido a Giorgio Agamben (LO ABIERTO, El hombre y el animal, Ed. Pre-Textos, 2005).

(3) Debo el bolero “El mar y el cielo” a Julio Rodríguez (música y letra):

- (para oirlo, pincha aquí)

(4) Debo la idea de caospolita a mí mismo, mismamente: a día de hoy, las únicas referencias que hay en toda la web a este término son dos: las dos mías, más esta misma. No obstante, no pediré copy-right (¿?).

(5) Debo la idea de kínico a Peter Sloterdijk (Crítica de la razón cínica, Siruela Ediciones, S.A., 2003).

(6) Debo la idea de poiesis a Peter Sloterdijk (Eurotaoismo, Ed. Seix Barral, 2001).

13/09/06

03 septiembre 2006

La belleza

La belleza. Debo, ante todo, recordar la diferenciación que realiza Rafael Sánchez Ferlosio (éste, señores, éste si que es digno de ser mitificable) entre saber qué es algo y saber, sobre ese algo, a qué atenerse.

Ante la belleza yo sé a que atenerme, pero no sé que es. Me explicaré. La belleza se distingue de la hermosura en aquel punto de independencia y rabia de la que esta última adolece. Ustedes seguramente habrán visto un animal vivo, pongamos un lobo, y ese mismo animal disecado. Si bien formalmente son iguales, incluso en fotografia distinguimos la pequeña pero insalvable diferencia entre lo que nos es dado y lo que se guarda algo más alla de nuestra capacidad de dominar, de entender.

La belleza, así pues, es (y dejadme decirlo: tengo síndrome, tantos y tantos posts y sólo he utilizado una vez este palabro) es, como decía, irreductible.

Si intentamos reducir sus componentes a particiones y estudiamos las relaciones entre ellos, si deconstruimos sus significados y los obligamos a dejar de ser ambivalentes y polisémicos, si lo conseguimos, lo que obtendremos será algo hermoso, pero domesticado: ya no bello.

Que todo lo bello acabará siendo hermoso, no nos quepa la menor duda: es su destino obvio, por lo que es trivial decirlo.

¿Todo? ¡no! Como la pequeña aldea de Obelix, sólo aquello intrínsecamente bello permanecerá con algún punto irreductible, y su belleza, independiente incluso del propio creador, se mantendrá más allá de cualquier razón.

Dejadme que hable de una cuadro: “La silla de Van Gogh” (National Museum, Londres) de Van Gogh. Tuve la impertinencia de intentar racionalizarlo... Y sí, vi la exquisita técnica de los diferentes puntos de fuga del suelo, el juego que hace al evitar que las paredes tengan referencias espaciales, cómo se esconde humildemente en la caja de cebollas... Y ahora esa racionalización me hace recordar más las líneas de fuga que la indudable magia que el cuadro tiene ¡y lo siento por mí!

Ahora sé que se a qué atenerme con respecto a qué y como siento la belleza, pero ni sé qué siento ante la belleza ni qué es la belleza ni se a qué atenerme ante la belleza. Resultado: la belleza me golea por 3 a 1. Y eso me gusta.

26/08/06