Determinismo y predestinación no es lo mismo. Las leyes predeterminan hasta donde pueden, hasta que se encuentran con las fluctuaciones azarosas -el azar (1): ¿epistémico u óntico?-, la ciencia es, digámoslo así, determinista entre fluctuación y fluctuación. Einstein, como Galileo, como Newton, fueron –vieron - verdaderas fluctuaciones…
La predestinación sabe del fin: es teleonómica. Da por hecho que existe un objetivo, un destino, un proyecto que cumplir, y que debe ser –será– cumplido, acertado, encajado. Sabe de la inevitabilidad de la culminación de lo que ha de ser... así que, pues será, ¿a qué oponerse? Sabe de los efectos, no importando que causas los provoquen.
EL determinismo sabe del origen: es cosmológico. Da por hecho que existe un inicio, un principio, una base que sustenta lo que ha de ser, y que será, por ley natural y contra toda milagrería, esoterismo o magia. Sabe de la inevitabilidad de lo que ha de ser, pues es ley, así que ¿a qué oponerse? Sabe de las causas, aunque por el azar no sepa de los efectos.
Lo que en la predestinación es fe, en el determinismo es intuición. Lo que en el determinismo es estoicismo, en la predestinación es dejación. Lo que en predestinación es la apokaradokia tes ktiseos ten apokalupsin (San Pablo, Romanos 8, 19 "la ansiosa espera de las criaturas por la Revelación"), en determinismo es ansiosa agitación por desvelar (aletheia) lo velado (lethe). Se parecen, pero no son lo mismo (2).
Existe una zona gris entre determinismo y predestinación, una twilight zone que, cual tobogán, nos puede arrojar de lo científico a lo gnóstico, de la predicción a la profecía, de la ley al sortilegio. Blair se equivoca cuando predestina a los hijos de las familias desestructuradas a seguir en la onerosa cadena de ser creadores de nuevas familias desestructuradas. No se equivocaría si viera a los factores socioambientales –económicos, culturales, educativos, instructivos, políticos– como potentes determinantes (pero no únicos: hay que dejar hablar a las responsabilidades individuales en la decisión, así como a los determinantes genéticos) de lo que en el futuro alcanzarán a ser.
Como dice el bolero (3): “El mar y el cielo, se ven igual de azules, y en la distancia parece que se unen. Mejor es que recuerdes que el cielo es siempre cielo [de la predestinación]. Que nunca, nunca, nunca el mar [del determinismo] lo alcanzará” ¡Por suerte para los que sabemos, queremos y deseamos vivir en el mar!
Que necesitemos que la vida tenga un objeto, u objetivo (somos, o necesitamos creer ser, teleonómicos) y que la vida lo sea (decimos que la vida tiene un objeto, u objetivo) no es lo mismo. Yo bien puedo racionalizar la muerte (la de otros, claro) pero me equivoco si de eso infiero que puedo racionalizar MI muerte. Una potente mirada racionalizadora sobre la realidad, la naturaleza, nosotros mismos tan sólo consigue una no menos potente imagen racionalizada de la realidad, de la naturaleza, de nosotros mismos, sin que ello signifique que ninguna de la tres imágenes deban concordar con lo que quieren representar.
Que un científico sepa a que atenerse con respecto la vida (es decir, sabe que no tiene objeto, que no es teleonómica), y acepte que la vida –la naturaleza- no tiene objeto ni objetivo no significa que él, el científico, no actúe visceralmente en su labor y profesión como sujeto teleonómico ¿cómo encontraría, si no, objeto a los que hace? ¿cómo evitaría plantearse el coste vital, si no hace de su labor un objetivo, y de él mismo un objeto instrumentalizable para el fin? Cosa que, por otra parte, y como objeto pasivo de sus descubrimientos, le agradezco –a veces, no siempre–, a él y a los que son como él.
El caospolita (4) (versión pos-cínica, de kínicos (5) los filósofos ‘perros’, no de cínicos en su acepción 1, 2 y 5 de la RAE) no solo sabe a qué atenerse con respecto a la vida –ahí andaría parejo con el científico mentado–, sino que sabe de lo fundamentalmente inútil que es buscar objeto u objetivo a cualquier acción: la categoría de lo útil es una trampa tremenda, sólo equiparable a la categoría de lo rentable y e lo eficaz.
Un nihilista, por definición propia, debe ser teleonómico –algo busca con la destrucción- y debe sentirse predestinado, pero nunca cínico-caospolita.
Un terrorista busca su destino, pero no como un ejercicio de desvelar lo velado, sino con el ansia de que, por fin, le sea revelada la vedad, en su caso: la Verdad.
Un artista, si alcanza la poiesis (6), o mejor, para alcanzar la poiesis – la creación desde la nada, el desvelamiento de lo oculto, y que por ello no se puede saber que es- no puede ser teleonómico: no puede saber qué busca. Si lo sabe, no pasará de ser un buen o tal vez muy buen artesano.
(1) Debo la idea de la existencia de dos azares, el óntico y el epistémico, a Jorge Wagensberg (Ideas sobre la complejidad del mundo, Ed. Tusquets, 2003).
(2) Debo el tercer punto y seguido a Giorgio Agamben (LO ABIERTO, El hombre y el animal, Ed. Pre-Textos, 2005).
(3) Debo el bolero “El mar y el cielo” a Julio Rodríguez (música y letra):
- (para oirlo, pincha aquí)
(4) Debo la idea de caospolita a mí mismo, mismamente: a día de hoy, las únicas referencias que hay en toda la web a este término son dos: las dos mías, más esta misma. No obstante, no pediré copy-right (¿?).
(5) Debo la idea de kínico a Peter Sloterdijk (Crítica de la razón cínica, Siruela Ediciones, S.A., 2003).
(6) Debo la idea de poiesis a Peter Sloterdijk (Eurotaoismo, Ed. Seix Barral, 2001).
13/09/06
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