09 febrero 2022

Díaz y el consenso







Un consenso no obtiene legitimidad por ser consenso, y la legitimidad del Parlamento para hablar sobre aquello que es política está más allá de toda duda. Y los contrapesos legítimos del poder legislativo son el poder ejecutivo y el judicial. Y si no funcionan como contrapeso, hay que arreglarlo. El poder ejecutivo debe rendir cuentas al legislativo, y éste al judicial. Y, sí, en nuestro sistema parlamentario pseudo-presidencialista el ejecutivo apenas tiene contrapesos, y ahí radica buena parte del problema que arrastramos bajo el (inexistente en tanto que concepto, no hay que olvidarlo) sistema llamado partitocracia.

https://elpais.com/opinion/2022-02-06/la-cultura-politica-del-no.html
"La frivolidad en política es renunciar a hacerte cargo del todo y regirse por ese qué hay de lo mío que hace tiempo que campa a sus anchas entre divisiones territoriales, intereses espurios y la extraña actitud suicida del PP" (Máriam Martínez-Bascuñán)


Por eso el error de Yolanda Díaz y de Pedro Sánchez ha sido dar un gran valor a la contra reforma laboral por haber sido el delicado fruto de un esforzado consenso, cuando su valor (casi inestimable) le viene dado por el contenido.


Al hacerlo así, al hacer chocar dos legitimidades: la ejecutiva y la legislativa, han permitido que los grupos se hayan podido plantar en su muy legítimo derecho a no aceptar que instituciones no elegidas democráticamente como representantes de la soberanía popular les impongan una ley, por muy consensuada socialmente hablando que ésta sea. Y focalizando la mayor defensa en el consenso, el contenido ha pasado a ser tema menor. 


Como ni UP ni Yolanda Díaz, ni PSOE ni Sánchez (pues tampoco se ha visto mucho coraje en el PSOE, ni tan sólo en uno de los mejores analistas políticos, la señora Martínez-Bascuñán) han salido a defender con todo honor, todo orgullo y sin tapujos la contra reforma por su contenido, y no como algo cuyo mayor valor es el del consenso, les hemos hecho el caldo gordo a las derechas, y a otros llamados de izquierdas, sacando pecho defendiendo lo (realmente) no sólo defendible, sino inatacable: la legitimidad del poder legislativo para legislar ¡Faltaba más, señores del gobierno, faltaba más!


De su tibieza, muy calculada, al defender el contenido, de pasar de (de ser pasote en el) defender a ultranza y con orgullo el qué, independiente del cómo, hemos venido a padecer estos días de infarto.


No digo que el camino hubiera sido más fácil, ni me atrevo a decir que el resultado hubiera sido mejor, pero sostengo y afirmo que si se hubieran volcado en defender el contenido (¡ay, Sra Díaz! ¡Qué lastre ha sido el afirmar que iba a derogar la reforma rajoyana! ¡Y cómo Bildu se ha aprovechado de ello! Si no se hubiera empecinado en la demagogia de defender lo indefendible, la derogación -Vd misma dijo más tarde que era legalmente imposible, aunque en olor de multitudes se volvió a desdecir-, ahora hubiera tenido más libertad para asumir como propio lo pactado, pero no...), si en lugar de ofenderse por lo indefendible, que un consenso da un valor con independencia del texto (imaginemos que un partido consensua con una mayoría de la población algo que desborda la constitución, por ejemplo la pena de muerte ¿acaso el consenso le da algún valor al contenido?), si se hubieran dedicado todos a defender con la boca grande y con orgullo el contenido, ya digo, no sostendré que todo hubiera salido a pedir de boca, pero al menos la legitimidad de la institución del Parlamento no hubiera sufrido, y los otros partidos se hubieran quedado sin margen para no afrontar la realidad, que el contenido es lo importante, y que es bueno sin matices y sin necesidad de que el consenso le dé valor.


No quito valor al consenso, pero mucho más importante que el consenso es la muy alta calidad de lo acordado. Calidad que el texto presentado tiene fuera de toda duda. Y a defender en trompa el texto por encima, por debajo y al margen del consenso, no he visto salir ni a tirios ni a troyanos. Hasta los líderes sindicales ponían en pie de igualdad el resultado y el procedimiento, cosa que ha sido hábil y arteramente aprovechada por (supuestos) amigos y por (declarados) enemigos.


Si el Parlamento es, o por lo menos debe ser, la máxima representación de la soberanía y de la voluntad ciudadana, ningún consenso es, ni debe ser, fuente de superior legitimidad.


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