El relato de nuestros actos.
La insalvable distancia entre un escritor y uno que escribe cabe en la frase "el relato de nuestros actos".
El escritor, al relatar los actos (o nosotros nuestros actos, como personajes), deja que sean los actos los que relaten al personaje. El que sólo escribe necesita para ser comprendido relatar, no ya los actos, sino al propio personaje (o nosotros nuestro personaje, a pesar de nuestros actos).
En el arte contemporáneo, es usual que para disfrutar de una obra de arte (que es aquello que el artista dice que lo es, Marcel Duchamp dixit ) necesitemos de un guía o gurú, cuya misión será adentrarnos en su significado. Ello no es bueno ni malo, excepto que sea la única manera de alcanzar la obra en sí -entonces, cuanto menos, es cuestionable. También necesitaríamos de un guía -de ahí que no sea intrínsecamente malo- si intentáramos, sin previo aprendizaje teórico o práctico, escuchar -disfrutando- las fugas de un tardío Beethoven.
Pintura, arquitectura, música, danza, poesía... la complejidad de sus ejecuciones, que para no ser banales deben vibrar a la par que la complejidad de la sociedad que muestran, suele hacer necesariamente inevitable un duro proceso de aprendizaje para su goce. Y ese camino está lleno de trampas sofísticas en las que nos venden atajos para su comprensión. Atajos que igual nos llevan –he ahí la trampa– hacia el poeta complejo que hacia el poeta complicado, a la pintura polisémica que a la insignificante...
del relato que nosotros hacemos de nuestros actos...
En las artes escénicas ,y en particular en el cine, se hace patente la inutilidad de un guía. No hay voz en off, no hay explicación dialogada que pueda, no ya superar, sin tan sólo suplantar a la acción del personaje. Si es el diálogo como explicación y no como acción quien nos da la clave, estaremos asistiendo al relato que el personaje nos hace de los hechos y no al relato que los hechos hacen del personaje. Si la imagen de la acción es episódica, pues muere en sí misma -como un átomo de tiempo presente que no tuviera pasado ni futuro- sin temor a entrar en contradicción con la siguiente imagen, o está tan mecánicamente determinada que contiene en ella a todo el pasado y a todo el futuro, volveremos a estar ante una historia explicada, irrelevante, que nada enseña, ya sea porque en su totalidad nada muestra o porque lo muestra todo en cada instante: banal, en los dos casos.
...al relato que de nosotros hacen nuestros actos.
El personaje es lo que hace, lo que dice -y cómo lo hace y cómo lo dice: he ahí la grandeza del actor, pues puede sublimar con su actuación, con sus actos, el discurso del diálogo y de la acción-, pero no lo que dice que hace -o sí: al hacer "decir lo que hace", nos deja ver que no es otra cosa que fachada.
Y el escritor, que es a la vez lector, y el director, que es a la vez espectador, sólo nos enseñan si ellos -también y durante la creación- aprenden como lectores y espectadores de su obra, y sólo aprenden si el personaje les -y por lo tanto, nos- muestran sus actos sin decir todo en cualquier momento -pues si así fuera, no habría lugar al aprendizaje: todo estaría ya dicho en el inicio- y diciendo algo en algún momento -pues si no es así, nada nuevo habría que aprender.
"Diamante de sangre": ¿Qué relata qué?
19/02/07
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