En octubre pasado, en una columna de EL PAIS referida a la corrupción pública y privada de los affaires inmobiliarios, apareció la palabra "pánico".
En ella, el periodista no queria utilizar el sentido habitual de miedo paralizante, de terror cerval, que usualmente se le asocia, sino que lo que quería era inducir a los malvados un temor que les hiciera huir: a enemigo que huye, puente de plata, según reza el viejo dicho.
Lo que no sabía el periodista es quan cerca del blanco estaba su dardo, aunque él no fuera consciente del hecho...
Pánico.
Su etimologia deriva del nombre del dios Pan, la deidad griega del mediodía, heraldo de Apolo. Y si los humanos temían a Apolo, cuya belleza y donosura dejaba literalmente ciegos, el pequeño Pan les causaba... pánico. Y les causaba ese terror paralizante porque nada se podía esconder a la dura y penetrante luz del mediodía, nada quedaba fuera del acecho del terrible juez de Apolo.
Pan, el diocesillo, se aprovechaba de la refulgencia de Apolo, cuya luz inunda el mundo todos los mediodías, para escudriñar hasta los màs remotos lugares, hasta las más oscuras dependencias, hasta los rincones más protegidos del alma, y con desdén y sin asomo alguno de piedad, hacía sonar su flauta cada vez que descubría un culpable. Así deberíamos querer a nuestros culpables de la cosa del ladrillo, con pánico cerval, paralizados por el inclemente sol del mediodia, con todas sus verguenzas asomadas a su brillante y esclarecedora luz. Y que nuestro diocesillo Pan les silbe para que la apolínea Justicia (sí, esta vez me doy el gusto de escribirla con letra capital) dé buena cuenta de ellos, de todos ellos, y que esta vez den con sus huesos en la cárcel.
18/12/06
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