06 enero 2022

Si la deuda tiene la culpa ¿quién tiene la culpa de la deuda?







 

 

 

 

(Los terraplanistas de la economía, 3 de 4).

 

Los datos que acaba de publicar el Banco Internacional de Pagos son impresionantes. La deuda que acumula el sector no financiero de las economías es de 221,4 billones de dólares, de los cuales casi la mitad (106,8 billones) corresponden a China (44,8 billones) y Estados Unidos (62 billones).

El endeudamiento de los hogares es de 53,8 billones de dólares, el de los gobiernos de 83,4 billones, el de las sociedades no financieras 78,6 y el del sector financiero 65 billones de dólares. En total, unos 286 billones de dólares, unas 3,5 veces el valor del producto mundial.” (nuevatribuna.es, Juan Torres López

29 /06/2021, https://www.nuevatribuna.es/opinion/juan-torres-lopez/deuda-bomba-desactivar-buenas-malas/20210629195704189069.html)

 

En el artículo anterior (La lucha (matemática) de clases, https…) sosteníamos que los precios, y por ende, la inflación, eran tanto la herramienta como el resultado de la lucha por la apropiación del excedente, lucha que se daba entre dos grandes grupos, el Salario[i] y el Capital. Seguramente, y parejo a que nosotros les llamemos terraplanistas, los que defienden el monetarismo, y por ello defienden como ley fundamental e ineludible que la inflación es una mera reacción al incremento de la masa monetaria, nos llamarán a nosotros terraplanistas[ii] ¡¿Acaso no es cierto que cuando se incrementan las rentas disponibles se dispara la inflación?! Sí, es cierto. Tan cierto como que el Sol se levanta por Oriente. Pero la realidad no es que el Sol de vueltas a la Tierra, sino que la Tierra rota alrededor del Sol, es decir, si bien es cierto lo que ocurre, que se dispara la inflación, la realidad no es una ley geocéntrica, sino heliocéntrica: se dispara por que es la herramienta (y su concreción real) para que el Capital se apropie de mayor parte del excedente. Por eso pedimos que, al igual que se dio en astronomía hace siglos, se opere hoy en la teoría económica un giro copernicano, y se ponga en el centro de la política económica el excedente y su distribución, cambiando el foco desde las relaciones sociales de producción (sin olvidarse de ellas) a las relaciones sociales de distribución.

También decíamos que el modelo sraffiano nos permite otro corolario: el que fundamente la deuda hoy existente, y que alcanza casi 4 veces el PIB mundial.

Para entender lo sistémico que es la deuda debemos estudiar su razón de ser: la salarización y el trabajo abstracto.

Los llamados padres de la sociología (Marx, Durkheim y Weber) reconocieron la salarización del trabajo como el fenómeno sociológico más importante de su tiempo, puesto que más que ser producto de la Modernidad, fue verdadero motor coadyuvante del advenimiento[iii] de la misma.

Este fenómeno, hoy totalmente asumido a escala global, no sólo era totalmente minoritario hasta el s XIX, sino que se impuso a tal velocidad, implicó un cambio tan radical de mentalidad en los nuevos actores (trabajadores y empresarios) que su aparición en la sociedad significó una convulsión de un grado desconocido. Estas dos características (radicalidad y velocidad de la salarización) imprimieron una violencia al cambio que permitió a los padres de la Sociología percibir con claridad el contraste entre la sociedad moderna -que estaba naciendo literalmente bajo sus barbas- y la sociedad tradicional-que se esforzaba por sobrevivir.

Propondremos, como hipótesis, que el trabajo abstracto sólo puede existir de la mano del salario[iv], y que este solo puede darse como tal cuando hay trabajo abstracto, donde los actores, tanto dentro del Salario como dentro del Capital, pueden ser, y son, sustituidos de forma indiferente.

Lo que ni Marx, ni Weber ni Durkheim pudieron prever es que el salario traería de la mano una consecuencia insospechada. Estamos hablando del consumismo como propiedad emergente de la salarización del trabajo.

Quien si vio esta derivada, o por lo menos, si no teorizarla, sí la intuyó, fue Henry Ford. Ford no sólo fue el primero en normativizar la producción, asumiendo no sólo el taylordismo en las cadenas, sino también la externalización y estandarización de los productos suplidos por sus proveedores. Fue, igualmente, el primero que entendió que el consumo era la base de sus beneficios.

Ford advirtió que con el salario que daba a sus trabajadores (dinero), estos compraban coches (mercancía) que le significaba incrementar sus beneficios (dinero)[v]. Estamos en el tránsito del consumo al consumismo, vía la hegemonía económica y social del salario y del trabajo indiferenciado, Fue entonces que empezó a darse y rápidamente se afianzó a pasos agigantados: el trabajo sans phrase trajo ineludiblemente de la mano el salario y éste, al pasar el Capital de la ecuación económica a la crematística, nos sumergió irremediablemente en el consumismo[vi].

El cambio de M-D-M a D-M-D (analizado por Marx en la nota 6 del Capítulo IV del Libro I de El Capital, donde reflexiona sobre el cambio de la ecuación M-D-M (mercancía-dinero-mercancía) a la D-M-D (dinero-mercancía-dinero), y a la primera la llama económica mientras que a la segunda la llama, siguiendo a Aristóteles, crematística), el cambio de consumo a consumismo, el cambio de producir mercaderías a producir dinero trae consigo la aparición de un capitalismo cuyo fin no es la producción material, sino la generación de valor para el accionista (ya ni siquiera propietario, sino mero acreedor[vii], mero rentista a la espera de dividendos), un capitalismo sans phrase, un capitalismo impaciente.

Y para lo que nos interesa, la deuda, la clave esta en la palabra “valor”.

Los acuerdos de Bretton Woods eran un correoso cinturón, basado en la convertibilidad dólar-oro, que a la vez que daba estabilidad, impedía en cierto sentido el crecimiento del comercio y la economía mundial: era la conocida paradoja, aunque falaz, de Triffin[viii]. El sentido de ese impedimento lo entendemos si vemos que, si no aumentan las reservas de oro, manteniendo la convertibilidad dólar-oro en 35 dólares (de entonces) por onza, a mayor producción los precios de los bienes y servicios deberían bajar (con una onza, o sea 35 dólares, se debería poder comprar más cantidad), y a igualdad de salarios, los beneficios unitarios (por unidad de bien o servicio) caerían. Los beneficios globales, no; pero los unitarios, sí.

Lo que ocurrió fue por todos conocido. No queriendo limitar la tasa de beneficios (a mayor producción, mayores beneficios absolutos), y estando inmersos en uno de los periodos de mayor expansión comercial y económica (los famosos “treinta gloriosos”), la continua necesidad de aumentar las reservas de dólares por parte de todos los países, y la imposibilidad por parte de los EEUU de mantener el obligado superávit comercial que soportara el mentado incremento, hizo que Nixon, en 1971, diera por finalizado dichos acuerdos.

A partir de ese momento apareció una disonancia entre entender el beneficio como apropiación del excedente y entenderlo como apropiación del valor del excedente. Y a través de esa cesura semántica, la deuda vio la luz.

Recordemos que el sistema sraffiano propone que los precios son fijados en base a la apropiación que del excedente hacen las dos clases, el Capital y el Salario. De resultas de esa apropiación, la deuda no tiene cabida: cada cual “compra” con su renta una parte del excedente, y a mayor renta, mayor apropiación.

Aceptemos la hipótesis sraffiana que el beneficio es el “resultado de la capacidad de uno de los actores del sistema económico capitalista, que llamaremos Capital, de quedarse con parte del excedente”. En el límite, si el Capital se queda con todo el excedente, estaríamos en un sistema esclavista, pero no por ello estaríamos necesariamente en crisis económica (si, tal vez, en crisis política y social, pero no necesariamente en crisis económica). Si el 100% del excedente se dedica a producir lujo extremo, los productores seremos entre siervos y esclavos, pero nada más pasará. Tal cual pasaba no hace tanto, cuando la escasa productividad generaba poco excedente, pero todo ese excedente era lujo (telas, ropajes, mobiliario, joyas, edificios, cacerías, viajes, servicio doméstico, comida...).

Pero si en lugar de apropiarse materialmente del excedente, el beneficio fuera el “resultado de la capacidad de uno de los actores del sistema económico capitalista, que llamaremos Capital, de quedarse con parte del valor del excedente”, sin que estuviera obligado a meter en su caja fuerte la materia del excedente apropiado, entonces…

¿Cómo se puede apropiar el Capital del valor del excedente sin apropiarse de la materia del excedente? ¿Podría ser esta forma de apropiación, la del valor del trabajo abstracto, y no la otra, la del producto material del trabajo, el fundamento de la deuda?

Vamos a ilustrar la cesura entre valor y materialidad del producto con un experimento mental.

Supongamos un sistema económico cerrado que produce bienes y servicios por valor de 1000 créditos. Si el Capital retribuye a todos los factores (incluido él mismo y la amortización necesaria) con 950 créditos, para tener una prudente r = 5%, si no usa todo el beneficio de 50 créditos para comprar bienes y servicios (de lujo, se sobreentiende), sino que, por ejemplo, consume 10 y ahorra 40 créditos ¿cómo, entonces, la sociedad podrá comprar ese resto que por valor de 40 créditos no ha sido consumido?

Con independencia de la teoría que utilicemos para fijar el precio, y con ello el beneficio, podemos hacer aflorar las razones que explican la actual crisis de deuda que estamos padeciendo, crisis cuyas causas ya fueron anunciadas con increíble lucidez por “viejos” economistas, como Keynes, que acuñó en 1933 su famosa sentencia de la “eutanasia del rentista(“La eutanasia del rentista”, documento original de Dirk Loehr, Oct/2011: https://goo.gl/ldLEU8) como corolario a su tesis de que en todo sistema de ciclo cerrado (y nuestro actual sistema económico, en tanto que global, ya lo es) si el Beneficio no se convierte en Inversión (entendida en su más amplio significado) o Gasto, el sistema necesariamente colapsará.

N. Johannsen, economista amateur que influyó en el mismo Keynes, llamó en 1913 a ese beneficio no invertido “inquietante forma de ahorro[ix].

Para que en el ejemplo del experimento mental la sociedad pueda comprar los 40 créditos, se deben cumplir una de las dos opciones propuestas por Keynes: los 40 créditos se deben dedicar íntegramente o bien a inversión o a bien a gasto (consumo). Si no se gasta en lujo, que es lo que ocurre, y para que el sistema no colapse, todo el ahorro se debería invertir, lo que supondría un crecimiento exponencial que, a los efectos del ejemplo, lo único que consigue es empujar la bola haciéndola cada vez mayor y mayor.

Si ni se invierte ni se consume, solo se ahorra, entonces esa “inquietante forma de ahorro” solo puede suplirse con deuda: prestando a la sociedad esos 40 créditos para que pueda comprar ese remanente del excedente. Pero, aunque no sea necesario crecer en producción, el problema persiste, aunque de otra manera: la nueva bola de la deuda crecerá sin remisión.

Al experimento mental se le puede legítimamente recriminar las restricciones que impone: la primera, un sistema económico cerrado, que no se da en nuestra realidad cotidiana; la segunda, las empresas también se endeudan, lo que no queda reflejado en el ejemplo; la tercera, la deuda es necesaria y tachar todo ahorro como inquietante es un abuso.

Respuestas a las amonestaciones: primera, la actual crisis de componentes, de tráfico de mercancías, de impacto global de problemas locales ya nos permite ver a la Tierra como un sistema económico global, y por ello cerrado; segunda, una parte significativa de la deuda de las empresas es susceptible de ser considerada producto de ingenierías financieras, si no ilegales, sí de dudosa legitimidad, pues buscan extraer rentas desde el mundo industrial hacia el mundo financiero: es la llamada financiarización de la economía (ver artículo de Nueva Tribuna[x]); ciertamente existe la deuda legítima, necesaria tanto para lo que podemos llamar tensiones de tesorería como para permitir adquirir bienes de alto precio (vivienda, por ejemplo) antes de tener ahorrado todo el importe necesario, y ciertamente el ahorro en previsión de gastos futuros, ponderables o no, tiene toda la legitimidad posible, pero no explica el brutal incremento de la deuda global que se ha dado entre 1980 y 2020: 

(Elaboración propia con datos de https://www.imf.org/external/datamapper/datasets y https://datos.bancomundial.org/indicador/FP.CPI.TOTL.ZG)

La tiene esa “inquietante forma de ahorro”, derivada de la apropiación por parte del Capital del valor, pero no de la materialidad, del excedente.

Restructurar esta deuda (eufemismo de dejar de pagar una buena parte de ella) tiene grandes riesgos: gripar y tensionar hasta el límite la economía, dar aliento a populismos de extrema derecha, que pague algún que otro justo por los pecadores… Y grandes obstáculos: lograr consensos, si no mundiales, sí suficientemente amplios, establecer las herramientas, acordar objetivos a largo, medio y corto plazo… Resumiendo, lograr el poder político y revertir la afirmación de Warren Buffet. Es decir, una vez más se trata de política y de la vieja, denostada, pero no por ello menos real, lucha de clases.

No hay otra solución que una política basada en una teoría económica que, explicándola, nos permita crear las herramientas para revertir la deuda: sin el giro copernicano, las ideas terraplanistas de economistas ya fallecidos, como advertía Keynes, seguirán gobernando el mundo.

[i] Propuesta de definición de “clase asalariada”: Conjunto de los ciudadanos que dependen directa o indirectamente de un salario -por cuenta ajena, autónomo o cuenta propia- o de las cotizaciones e impuestos a él asociadas, y dedican sus rentas -salario, ganancia, pensión, subsidio o similar- principalmente al consumo y a pagar impuestos para hacer funcionar la parte pública de la producción de bienes básicos; se debe incluir a los que no trabajan, por ser estudiantes, en paro, en autoproducción/autoconsumo, en tareas de cuidado y hogar, jubilados o similares, ya que también son, ni que sea indirectamente, salario-dependientes.

 

[ii]Lo que llamaremos “terraplanismo económico”, aunque ha sido casi completamente desechado por la economía académica, no solo subsiste entre muchos practicantes de disciplinas como la sociología, la historia y la ciencia política, sino que hace parte del discurso de los populistas de todos los pelambres, discurso acogido sin beneficio de inventario por buena parte de la población, especialmente en esas épocas crisis o dificultades económicas que periódicamente afectan todos los países.

El elemento central de “terraplanismo económico” es la creencia en que la desigual “distribución del ingreso” es la fuente de todos los males de la sociedad. En su forma más extrema – y más ampliamente difundida – es la creencia según la cual la prosperidad de algunos se hace a expensas de la miseria de la mayoría. Esto procede de Marx, es la llamada “ley de la miseria creciente del proletariado”, ostensiblemente desvirtuada por la historia.

[…] La moderna teoría del valor y de los precios explica cómo los ingresos monetarios de los productores, trabajadores, rentistas y de todo el que participa en la vasta red de intercambios de la economía dependen de la configuración de los precios que gobiernan esos intercambios. Los ingresos no se distribuyen, sino que se ganan participando en esos intercambios cuando tenemos un bien o un servicio que tenga valor para los demás. Los “terraplanistas económicos” no entienden o no quieren entender esa teoría y continúan aferrados a la insostenible teoría de la explotación.

El terraplanismo del mundo natural, aunque fastidioso, no muy nocivo pues solo afecta las mentes de algunos incaustos. El “terraplanismo económico” si lo es en grado sumo porque puede afectar la conducta y las actitudes de millones de personas frente a las instituciones económicas del capitalismo sobre las cuales reposa nuestro bienestar y toda la civilización moderna.

 (https://luisguillermovelezalvarez.blogspot.com/2019/12/el-terraplanismo-economico_1.html?showComment=1641668011563#c4712448325881689561)

Al firmante, D. Luis Guillermo Vélez Álvarez, economista, le daremos la razón en algo importante: la teoría del valor de Marx, al centrarse en el marginalismo (concreción de los valores de uso y de cambio, tanto de la fuerza del trabajo como de otros factores, en función de las alteraciones producidas en ellos por las variaciones marginales de las cantidades utilizadas), no pudo evitar caer en la trampa de usar las curvas de oferta y demanda como base para la explicación de la asignación de valor (de uso y de cambio) y, a partir de ésta, intentar explicar de la explotación. Piero Sraffa, en el Prefacio de su libro “Producción de mercancías por medio de mercancías”, explica, sin referirse expresamente a Marx, lo erróneo de basar un modelo del valor en el marginalismo. No obstante, y aunque no lo pudiera acabar de resolver ni una buena teoría del valor ni una consecuente hipótesis de la explotación al tomar como herramienta de trabajo el marginalismo y los conceptos de valor de uso y valor de cambio, la intuición de que existe explotación del hombre por el hombre, que de alguna manera tiene que ver con la capacidad de generar plusvalía y con su distribución entre el Trabajo y el Capital no sólo fue genial, sino que hoy sigue siendo totalmente válida. Sraffa da solución al error marxiano recuperando un análisis basado “exclusivamente [en] aquellas propiedades de un sistema económico que no dependen de variaciones en la escala de producción o en las proporciones de los «factores». Este punto de vista, que es el de los antiguos economistas clásicos desde Adam Smith a Ricardo, ha sido sumergido y olvidado desde el advenimiento del método «marginalista».” (Sraffa, PMMM, pág 11).

 

[iii] Durkheim advierte que ese nuevo mercado de bienes (el consumo) que aparece como consecuencia de las nuevas relaciones fabriles (con el salario articulándolas) provocarán la (por él llamada) anomia social o desaparición de un cierto nomos o ley: la ley moral que regulaba las relaciones sociales en la Pre-modernidad. La distancia que el salario impone entre el productor y el producto permitirá esa desresponsabilización (la anomia) que Durkheim ve como causa y resultado de la inflación del deseo de consumir, deseo que el Capital provoca por su propio beneficio.

Weber hace entroncar en la nueva racionalidad del mundo emergente, del que el trabajo asalariado es fundamento, las relaciones que el “Espíritu del capitalismo” impone: individualismo, ascetismo y triunfo en la vida. Dicha racionalización impone lo que Weber, en la estela de Taylor, definirá como “burocratización de la empresa”, nueva organización donde el trabajador pierde total y absolutamente el control de su trabajo. Esto traerá como consecuencia que el trabajador sea totalmente intercambiable, y su participación en el proceso, indiferenciada.

Marx ve en la salarización la articulación y sustanciación de la explotación, entendida como resultado de la alienación que las nuevas relaciones de producción, basadas en el trabajo indiferenciado o abstracto (sans phrase)[iii] conllevan. La fractura entre lo producido y las fuerzas de trabajo lejos de entenderse como una contingencia ineludible y natural (siendo la "salarización" la necesaria expresión de la mera naturaleza de una economía mercantil) Marx la entiende como una opción política, entre otras posibles, de la economía mercantil misma. Para Marx, la salarización es la relación que estructura fundamentalmente la distribución, en cantidad y en calidad en cada clase social, de los tiempos sociales en la Modernidad: trabajo, reproducción, ocio y descanso.

 

[iv] Pero no el salario entendido como la recompensa por un trabajo donde el producto es inseparable de la acción de producir, que se da cuando el productor es de alguna manera creador, como por ejemplo, y sea dicho de forma no exhaustiva, la artesanía, la enseñanza, la medicina o la cultura, si no el salario como pago por el derecho a decidir el destino (uso y organización) de la fuerza de trabajo comprada por él.

 

[v] Henry Ford argumentó en 1914 que doblar el sueldo a los empleados era conveniente para que pudieran comprar los mismos productos que producían, y que ello sería bueno para la sociedad… y aunque no lo dijera, también para la cuenta de resultados de las empresas. Ford denominó a este incremento una forma de compartir el beneficio, y si bien el fin último era otro (incrementar sus beneficios y su cuota de mercado), no por ello dejaba de ser en parte verdad.

 

[vi] Cabe preguntarse si existe alternativa al consumismo sin alterar aquello en que se basa: el salario y el trabajo indiferente. Es necesario no sólo ser crítico con el consumismo desaforado que nos devora, sino aceptar qué hoy difícilmente podemos pensar en un cambio social que tenga posibilidades de convertirse en hegemónico. En teoría existen alternativas (esfera autónoma, economía colaborativa, cooperativismo co-producción…), en la práctica existen razones antropológicas que, cuanto menos, ponen en duda que, una vez esas alternativas crucen la zona heroica, no sólo el remedio sea viable, si no que no acabe siendo peor que la enfermedad.

 

[vii]Cabe apuntar también a nuevas formas, más incisivas si cabe, de control de los recursos y de extracción del excedente, que sustituyen incluso a la propiedad. Con la potestad de conceder o no financiación, manejando las compuertas de la liquidez y el crédito, el sistema bancario ha conseguido capturar a otros que les necesitaban, generando redes de dependencia tan intensas o más que la propiedad. Los procesos de financiación y de realización subordinan las fases productivas a su dominio. Y en este caso, una dinámica cada vez más habitual es que sean los obligacionistas, muchas veces “propietarios en la sombra” –pudiendo cobrar la forma de sociedades de inversión o de bancos directamente-, los que se apropien del excedente en forma de intereses (véanse los prestamos participativos) y no de dividendos. Los intereses en la contabilidad fiscal son un gasto, y desgravan, mientras los dividendos repartidos no. Los viejos inversores prefieren, de este modo, disfrazarse de prestamistas.” Daniel ALBARRACÍN SÁNCHEZ y Eduardo GUTIÉRREZ BENITO, Financiarización, nuevos perímetros empresariales y retos sindicales, Cuadernos de Relaciones Laborales, Vol. 30, Núm. 2 (2012), páginas 360 y 361

 

[viii] “Lo que se conoció como la paradoja de Triffin fue lo siguiente: El funcionamiento de la economía mundial, su necesidad de liquidez internacional, dependía de una salida continua de dólares de Estados Unidos, y cuanto mayor era la expansión de la economía mundial, mayor tenía que ser esta reserva de dólares” https://www.wsws.org/es/articles/2021/08/16/wood-a16.html.

 

[ix] Max Aub, en la segunda entrega de El Laberinto mágico, título general del enorme fresco -6 novelas- que nos legó sobre la Guerra Civil Española y sus secuelas, recoge literariamente el reto de la pregunta anterior. Ya que no hay igualdad, que al menos los poderosos consuman para que yo pueda trabajar y comer, piensa Vicente de Aub: ya que no hay igualdad, al menos que gasten y que no ahorren para que yo, mi familia, los pobres, el resto podamos comer: “Eres un hombre como los demás. Tienes brazos, tienes manos y cabeza. Puedes trabajar, sabes trabajar tan bien como cualquier otro. Sabes soldar como el mejor. Y no tienes trabajo. No encuentras trabajo. No puedes trabajar. Pides, y no hay trabajo, y miles de otros obreros trabajan. Y les pagan y pueden comer. Pero tú, no.”, Campo abierto (1951).

 

[x] Ingeniería no tan extraña ni lejana a nuestras leyes: “En un marco ideológico que achacaba, y aún achaca, los problemas de bienestar, de empleo, de injusticia distributiva, a la excesiva intervención pública en los negocios privados, el Partido Popular nada más llegar al gobierno en 1996, procedió por una vía legislativa de limitada calidad y transparencia democrática (Medidas Urgentes de carácter Fiscal y de Fomento y Liberalización de la Actividad Económica), a inventar una nueva definición de los recursos de capital para las empresas. En un hito de la desregulación societaria y mercantil, se aprobó una nueva forma de “capital y recursos propios” para las sociedades mercantiles: los Préstamos Participativos.

Mediante el R.D.7/1996 de 7 de junio, en su artículo 20, se dieron legalidad a los Préstamos participativos, que como su nombre indica son “prestamos retribuidos” y costosos para la empresa que los recibe. La norma equiparó estos préstamos de los socios a las aportaciones del capital privado, al concederlos la calidad de “fondos propios”, esto es equivalente, societaria y mercantilmente a las aportaciones de capital social. Estos préstamos, implican una retribución garantizada, y una costosa forma de capitalizar las empresas, que desde entonces han procedido a sustituir aportaciones de capital, por préstamos en volumen que en algunas empresas, supone hasta en 5 y 10 veces el Capital Social. Una regulación que el PSOE, ha mantenido con la Ley 16/2997, de 4 de julio.DA3ª) añadiendo meras correcciones contables – ya no son recursos propios, y sí patrimonio neto a efectos concursales – que no corrigen el núcleo del problema: los socios se llevan en forma de intereses lo que no son sino “beneficios disfrazados” de costes financieros.

En un marco como este – niveles de capitalización opacos, desconocidos, y sin publicidad (3) sobre el músculo financiero de las empresas - el tráfico mercantil se ve muy afectado, amen de situar a los proyectos empresariales en el “abismo financiero”, que los accionistas pueden desencadenar con tan sólo modificar el tipo de interés que cobran a sus empresas por el capital que no aportan, y sólo prestan.” Subcapitalización y despido económico, Eduardo Gutiérrez Benito, Economista, artículo de Nueva Tribuna: https://goo.gl/yHbMdl


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