22 julio 2020

La izquierda y la campana de Gauss.


http://www.mat.uda.cl/hsalinas/cursos/2011/2do/clase2.pdf 












Lo que sigue es una reflexión que viene a cuento de dos artículos sobre el futuro papel de la izquierda: este, (https://bit.ly/2CW7cua) de Manual García Biel, y este, (https://bit.ly/3fVsSVW) de Unai Sordo.
No es una respuesta a ninguno de ellos, y menos una matización, pues el firmante está de acuerdo con los dos autores. Es una reflexión que tiene por objeto ampliar el campo de vista sobre esa posible izquierda en el futuro, sobre una izquierda posible aquí, en Cataluña, en España o en Europa.



La izquierda debe y tiene que transitar el minado campo electoral bajo la tensión de decidir cuál de entre dos estrategias posibles, aunque contradictorias y sin síntesis aceptable, va a usar: si quiere incrementar los votos, debe ascender por la campana de Gauss, lo que ineludiblemente significa modular las propuestas para ajustarlas al perfil en cada momento mayoritario que permita esa ascensión; o si, por el contrario, entiende que no hay margen para ese "aggiornamento", para esa renuncia programática, el inevitable precio que debe pagar será estancarse o descender.
Tertium non datur. Podrá en unos temas ceder para ascender y en otros no querrá, y entonces se mantendrá, si no descenderá, pero no encontrará, porque no existe, una estrategia alternativa a ceder o a no ceder.
¿Por qué no existe una tercera opción, aquella que le permita avanzar, electoralmente hablando, sin dejarse pelos en la gatera? ¿Es posible cambiar la cultura política de la sociedad apelando a herramientas culturales, como lo son los programas políticos y las ideologías?
La siguiente reflexión apunta que no, que no es posible ascender sin coste ni cambiar la sociedad solo desde la razón. Esto último, al menos para bien; para mal, ya sabemos el daño que pueden hacer unos mass media tele dirigidos, así como su ineficacia para promover una transición a una sociedad mejor.
Podemos, incluso debemos, dejar de ser marxista-leninista en lo político y también en lo económico, pues formal y materialmente se le han demostrado múltiples errores, no siendo el menor la imposible determinación de la explotación alienante económica del trabajo al intentar demostrarla basando la critica económico-política en un modelo estándar marginalista, tal y como hizo Marx en el Capital. Pero que ello nos lleve a renunciar a las aportaciones de Marx en sociología es un error del tipo de la frase hecha que advierte de que “no hay que tirar al bebé con el agua sucia”. Pero no solo Marx tiene algo que decir.
Weber en 1922 expuso que “la pequeña burguesía tiende [...] de un modo relativamente intenso y en razón de su vida económica, a una religiosidad ética, racional, allí donde se dan las condiciones para su aparición” (Economía y Sociedad, México, FCE, 1944, página 386).
Resuena en ese condicionar weberiano de la cultura a la vida económica la supeditación que el Marx sociólogo hace de la superestructura (cultura, ideología) a la infraestructura (condiciones materiales) (nota: supeditación, por cierto, que Gramsci rechazó con vehemencia en su célebre texto Materialismo histórico ¿Quién acierta más, Gramsci o Marx? La lucha por la hegemonía cultural de Gramsci será al cabo ¿hallazgo o quimera?) y en la importancia que los dos dieron a la aparición del salario (cada uno según sus puntos de interés de investigación sociológica) en el cambio de sociedad.
No confundamos que por un lado, los cambios de las condiciones materiales sean la condición de posibilidad de que la sociedad cambie con que, por otro, todo cambio conlleve mecánicamente un cambio, y aún menos que su efecto sea, por decirlo así, bueno. Weber advierte en el siguiente pasaje que las consecuencias no previstas son una constante en el devenir histórico: “es una tremenda verdad y un hecho básico de la Historia [...] el que frecuentemente o, mejor dicho, generalmente el resultado final de la acción política guarda una relación absolutamente inadecuada, y frecuentemente incluso paradójica, con el sentido originario” (El político y el científico, Madrid, Alianza, 1967, página156).
Como indica el propio título de su obra más conocida, De la división del trabajo social (1893), Durkheim muestra el cambio social, que separa las sociedades tradicionales de las sociedades modernas, como un proceso de diferenciación social provocado por la aparición de la industria, con su división del trabajo especializado (en boca de Marx, en su Contribución a una crítica a la economía política, travail sans phrase o trabajo abstracto), que trae consigo la modernidad. Si las tradicionales se caracterizan por la solidaridad mecánica, las segundas, las modernas, lo hacen por la solidaridad orgánica. En la solidaridad mecánica, la conciencia colectiva es intensa, la religiosidad es muy fuerte, cubre a toda la sociedad y produce cohesión social, a la vez que reduce la individualidad. En la solidaridad orgánica, la conciencia colectiva pierde poder por la llegada de la división del trabajo, se impone lo laico y se abre paso una cultura, la moderna, que reconoce la individualidad. Una vez más, los cambios en las condiciones materiales hacen posible -no inevitable, ni tampoco necesariamente bueno- el cambio social.
Marx, Weber, Durkheim. Antes de buscar una tercera vía (cambiar la cultura cambiando la cultura) al menos deberíamos tener en cuenta su teorización sobre la primacía (no mecánica, no suficiente, pero sí necesaria) de lo material sobre lo cultural.
No hay pues mecanicismo alguno que nos asegure qué hacer, pero sí muchos indicios (por ejemplo, el correlato existente entre la entrada masiva de la mujer en el mundo del trabajo durante la segunda guerra mundial y el salto en su proceso de emancipación social) que nos permiten pensar que todo cambio social viene precedido por cambios materiales (que a veces pueden pasar inadvertidos), y que, aunque no podamos predecir el impacto (los salarios dieron pie al consumismo -Ekins, Katona-, pero también a la ciudadanía -Durkheim, pero también Fourier, Saint-Simon o los propios Marx y Engels-), si parece darse que los que parecen incorporar elementos de autonomía personal suelen promover cambios positivos (el acceso de la mujer a las fábricas en tiempos de guerra como reconocimiento de su individualidad y ciudadanía, en un ¿próximo? futuro una renta básica universal).
Lo necesario es entender para qué cambios (materiales, culturales) está preparada la sociedad, qué cambios culturales (sociales, políticos e ideológicos) son expresión de cambios materiales inadvertidos o son tan solo pseudo-cambios de carácter táctico, qué cambios materiales podemos llevar a cabo y qué cambios culturales podemos esperar, y lo vital es contestar a estas preguntar sin caer en sesgo alguno que nos haga creer que existe una tercera vía que aúne y sintetice la contradicción entre ampliar la base y mantener incólume el programa de cambios.
¿Fue el 15M expresión de un cambio cultural o una mera rebelión de un indignado y vergonzante "¿Qué hay de lo mío"? ¿Hubo un cambio o tan solo uno de esos pseudo-cambios mal interpretados? Por la complejidad de cualquier respuesta no banal, este asunto no es materia de esta reflexión, aunque existan evidentes relaciones entre dichas preguntas y lo aquí tratado.
Para evitar todo sesgo en cualquier reflexión sobre ¿qué hacer? es importante entender que la distribución cultural en forma de campana de Gauss se puede mostrar en diferentes ejes: social, económico o territorial, y que cada eje tiene su correspondiente campana con su perfil propio (uno de los cuatro mostrados en la imagen) y sus correspondientes renuncias.
Ninguna estrategia es mala de por sí, excepto que no se tengan en cuenta dos condiciones de posibilidad para que la estrategia, cualquiera que sea la escogida, fructifique:
1) reconocimiento del objetivo, sin autoengaño.
2) si se quiere que cambie la cultura, se debe promover que cambien las condiciones materiales donde esta se da.
Pues:
1) No es lo mismo alcanzar el poder que condicionar el poder. No es lo mismo tener como objetivo liderar el ejecutivo que participar como minoritario o presionar desde fuera de él.
2) No es lo mismo cambiar la sociedad a fuerza de ley que cambiar la ley con la fuerza de la sociedad.
Lejos de confundir los deseos con la realidad, eso que en inglés se llama wishful thinking, (pensamiento mágico: lo pienso, o tan solo lo deseo, luego es real); lejos de creer en la capacidad racional del ser humano como si esta fuera algo bueno en sí y no solo una mera herramienta natural, ajena a la categoría de lo moral y aún más de lo ético y útil tanto para el bien como para el mal social; lejos de pensar que la información veraz y la deliberación, aunque necesarias, son suficientes; lejos de estos errores de análisis es preciso entender que los objetivos de liderar el ejecutivo, participar como minoritario o presionar desde fuera de él tendrán cada uno costes en términos de programa o en términos de votos. Pensar lo contrario, creer que la izquierda pueda ser un partido de gobierno sin renuncias programáticas, es un autoengaño que, sea cual sea el eje de la campana en que nos movamos, se cumplirá el aforismo de que los votantes entre el original y la copia, votarán al original.
Una última trampa para los que deseen ascender por la campana de gauss: no es equivalente desear que querer, y las estadísticas no distinguen cuándo una respuesta muestra un deseo y cuando una querencia. Y solo por esta última se lucha: uno puede desear ir a la Luna, pero sólo cuando quiera ir a la Luna se esforzará por conseguirlo.
Todo esto es igualmente válido para la derecha de toda la vida (y para algunos, que, llamándose de izquierdas, son, por su actuación, de derechas). Es igual, pero llevan ventaja, la del tahúr: no se autoengañan, engañan; no promueven el cambio, lo impiden; no quieren progresar sino regresar; no quieren ciudadanos, quieren pueblo. Y para ello cambiaran, para mal, todo lo que puedan, sabiendo que la reacción de la sociedad tendrá tanto de positivo como de negativo, y apostarán a que lo negativo (rebeldía, violencia, miedo, inseguridad) les dé aún mayor fuerza electoral.
En resumen, y emociones mediante, las derechas (y así se les puede reconocer, a pesar del nombre que se pongan) concitan más que concilian con el «lampedusiano» cambiar todo para que nada cambie, provocando sacudidas en la campana de Gauss que podemos malinterpretar. Y esta es otra trampa.
Pero uno se tiene que decidir ¿Qué quiero ser, de mayor? Tan buena es la apuesta de alcanzar, vía las urnas, el poder político para desde ahí modificar las condiciones en que se desarrolla la sociedad, con el coste de dejar ciertas reivindicaciones para más tarde, como intentar desde fuera del poder generar discusiones en la academia, en la ciudadanía o en los mass-media para desde una postura más radical e innovadora presionar al poder, con el coste, eso sí, de tener menos votos.
¿Cuál prefiero? Las dos. Debe haber una izquierda para cada estrategia, y puede ser un error que dos izquierdas compitan por la misma estrategia, la más débil, mejor dicho, la que el votante vea como sucedáneo será la mas débil y perderá. Prefiero las dos estrategias, pero llevadas adelante por dos partidos distintos, con los objetivos claros, las estrategias acomodadas a esos objetivos y las tácticas congruentes con la estrategia escogida.
Entre 2014 y el ascenso de Podemos en 2015 (gráfico de arriba, estudio de Eduardo Bayón de 2014, y gráfico inferior, artículo de Fernando Garea de 2015) se aprecia el ascenso del lado izquierda de la curva, pero no del extremo.

 
La distribución autoreferencial de los ciudadanos pasó de una Gauss acampanada ligeramente escorada a la izquierda ideológica a una con un claro sesgo que beneficiaba a partidos con posiciones de izquierda. Desgraciadamente, no he encontrado un estudio similar para finales del año 2019, que nos pudiera ilustrar la relación entre votos y distribución de autoubicación ideológica general, solo uno de RTVE (basado en el CIS, de enero de 2019) realizado a jóvenes de 18 a 24 años, con un resultado no muy dispar del general del 2015.

¿Cabe pensar que Unidas Podemos ha pagado el precio de, entre otros errores, una no claridad en la relación objetivo/estrategia/táctica, o que el cambio de estrategia, y de abandono de “castas, IBEX35” y similares, aunque manteniendo, de forma a veces vergonzante, claves soberanista, le ha convertido en parte en una “imitación”, en un sucedáneo, y el votante, entre el original y la imitación, ha vuelto al original?



Finalmente, un interesante diagrama que muestra el solapamiento de votantes según su autoubicación en el eje izquierda-derecha y la intención de voto.



https://www.elespanol.com/elecciones/elecciones-generales/20151215/86991343_0.html


Me gusta este gráfico porque resume las claves de la competición partidista. Muestra dónde están los electores y nos recuerda que todos los partidos no compiten por los mismos votantes: en algunos frentes pelean solo entre dos y en otros, todos contra todos. Además, el gráfico nos recuerda algo que siempre subrayo: que ningún partido es una coalición monolítica de votantes.” (Kiko Llaneras, 16 diciembre, 2015).

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