Lo que sigue es una reflexión que viene a cuento de dos artículos sobre
el futuro papel de la izquierda: este,
(https://bit.ly/2CW7cua) de Manual García Biel,
y este, (https://bit.ly/3fVsSVW) de Unai Sordo.
No es una respuesta a ninguno de ellos, y menos una matización, pues el
firmante está de acuerdo con los dos autores. Es una reflexión que tiene por objeto
ampliar el campo de vista sobre esa posible izquierda en el futuro, sobre una izquierda
posible aquí, en Cataluña, en España o en Europa.
La izquierda debe y tiene que transitar el minado campo electoral bajo
la tensión de decidir cuál de entre dos estrategias posibles, aunque contradictorias
y sin síntesis aceptable, va a usar: si quiere incrementar los votos, debe ascender
por la campana de Gauss, lo que ineludiblemente significa modular las propuestas
para ajustarlas al perfil en cada momento mayoritario que permita esa ascensión;
o si, por el contrario, entiende que no hay margen para ese "aggiornamento",
para esa renuncia programática, el inevitable precio que debe pagar será estancarse
o descender.
Tertium non datur. Podrá en unos temas ceder para ascender y en otros no querrá, y entonces
se mantendrá, si no descenderá, pero no encontrará, porque no existe, una estrategia
alternativa a ceder o a no ceder.
¿Por qué no existe una tercera opción, aquella que le permita avanzar,
electoralmente hablando, sin dejarse pelos en la gatera? ¿Es posible cambiar la
cultura política de la sociedad apelando a herramientas culturales, como lo son
los programas políticos y las ideologías?
La siguiente reflexión apunta que no, que no es posible ascender sin coste
ni cambiar la sociedad solo desde la razón. Esto último, al menos para bien; para
mal, ya sabemos el daño que pueden hacer unos mass media tele dirigidos, así como su ineficacia para promover una
transición a una sociedad mejor.
Podemos, incluso debemos, dejar de ser marxista-leninista en lo político
y también en lo económico, pues formal y materialmente se le han demostrado múltiples
errores, no siendo el menor la imposible determinación de la explotación alienante
económica del trabajo al intentar demostrarla basando la critica económico-política
en un modelo estándar marginalista, tal y como hizo Marx en el Capital. Pero que
ello nos lleve a renunciar a las aportaciones de Marx en sociología es un error
del tipo de la frase hecha que advierte de que “no hay que tirar al bebé con el
agua sucia”. Pero no solo Marx tiene algo que decir.
Weber en 1922 expuso que “la pequeña
burguesía tiende [...] de un modo relativamente intenso y en razón de su vida económica,
a una religiosidad ética, racional, allí donde se dan las condiciones para su aparición”
(Economía y Sociedad, México, FCE, 1944,
página 386).
Resuena en ese condicionar weberiano
de la cultura a la vida económica la supeditación que el Marx sociólogo hace de
la superestructura (cultura, ideología) a la infraestructura (condiciones materiales)
(nota: supeditación, por cierto, que Gramsci rechazó con vehemencia en su célebre
texto Materialismo histórico ¿Quién acierta
más, Gramsci o Marx? La lucha por la hegemonía cultural de Gramsci será al cabo
¿hallazgo o quimera?) y en la importancia que los dos dieron a la aparición del
salario (cada uno según sus puntos de interés de investigación sociológica) en el
cambio de sociedad.
No confundamos que por un lado, los cambios de las condiciones materiales
sean la condición de posibilidad de que la sociedad cambie con que, por otro, todo
cambio conlleve mecánicamente un cambio, y aún menos que su efecto sea, por decirlo
así, bueno. Weber advierte en el siguiente pasaje que las consecuencias no previstas
son una constante en el devenir histórico: “es
una tremenda verdad y un hecho básico de la Historia [...] el que frecuentemente
o, mejor dicho, generalmente el resultado final de la acción política guarda una
relación absolutamente inadecuada, y frecuentemente incluso paradójica, con el sentido
originario” (El político y el científico,
Madrid, Alianza, 1967, página156).
Como indica el propio título de su obra más conocida, De la división del trabajo social (1893),
Durkheim muestra el cambio social, que separa las sociedades tradicionales de
las sociedades modernas, como un proceso de diferenciación social provocado por
la aparición de la industria, con su división del trabajo especializado (en
boca de Marx, en su Contribución a una crítica
a la economía política, travail sans
phrase o trabajo abstracto), que trae consigo la modernidad. Si las
tradicionales se caracterizan por la solidaridad mecánica, las segundas, las
modernas, lo hacen por la solidaridad orgánica. En la solidaridad mecánica, la conciencia
colectiva es intensa, la religiosidad es muy fuerte, cubre a toda la sociedad y
produce cohesión social, a la vez que reduce la individualidad. En la solidaridad
orgánica, la conciencia colectiva pierde poder por la llegada de la división del
trabajo, se impone lo laico y se abre paso una cultura, la moderna, que reconoce
la individualidad. Una vez más, los cambios en las condiciones materiales hacen
posible -no inevitable, ni tampoco necesariamente bueno- el cambio social.
Marx, Weber, Durkheim. Antes de buscar una tercera vía (cambiar la
cultura cambiando la cultura) al menos deberíamos tener en cuenta su teorización
sobre la primacía (no mecánica, no suficiente, pero sí necesaria) de lo material
sobre lo cultural.
No hay pues mecanicismo alguno que nos asegure qué hacer, pero sí muchos
indicios (por ejemplo, el correlato existente entre la entrada masiva de la mujer
en el mundo del trabajo durante la segunda guerra mundial y el salto en su proceso
de emancipación social) que nos permiten pensar que todo cambio social viene precedido
por cambios materiales (que a veces pueden pasar inadvertidos), y que, aunque no
podamos predecir el impacto (los salarios dieron pie al consumismo -Ekins, Katona-,
pero también a la ciudadanía -Durkheim, pero también Fourier, Saint-Simon o los
propios Marx y Engels-), si parece darse que los que parecen incorporar elementos
de autonomía personal suelen promover cambios positivos (el acceso de la mujer a
las fábricas en tiempos de guerra como reconocimiento de su individualidad y ciudadanía,
en un ¿próximo? futuro una renta básica universal).
Lo necesario es entender para qué cambios (materiales, culturales) está
preparada la sociedad, qué cambios culturales (sociales, políticos e ideológicos)
son expresión de cambios materiales inadvertidos o son tan solo pseudo-cambios de
carácter táctico, qué cambios materiales podemos llevar a cabo y qué cambios
culturales podemos esperar, y lo vital es contestar a estas preguntar sin caer en
sesgo alguno que nos haga creer que existe una tercera vía que aúne y sintetice
la contradicción entre ampliar la base y mantener incólume el programa de
cambios.
¿Fue el 15M expresión de un cambio cultural o una mera rebelión de un indignado
y vergonzante "¿Qué hay de lo mío"? ¿Hubo un cambio o tan solo uno de
esos pseudo-cambios mal interpretados? Por la complejidad de cualquier
respuesta no banal, este asunto no es materia de esta reflexión, aunque existan
evidentes relaciones entre dichas preguntas y lo aquí tratado.
Para evitar todo sesgo en cualquier reflexión sobre ¿qué hacer? es importante
entender que la distribución cultural en forma de campana de Gauss se puede
mostrar en diferentes ejes: social, económico o territorial, y que cada eje tiene
su correspondiente campana con su perfil propio (uno de los cuatro mostrados en
la imagen) y sus correspondientes renuncias.
Ninguna estrategia es mala de por sí, excepto que no se tengan en cuenta
dos condiciones de posibilidad para que la estrategia, cualquiera que sea la escogida,
fructifique:
1) reconocimiento del objetivo, sin autoengaño.
2) si se quiere que cambie la cultura, se debe promover que cambien las
condiciones materiales donde esta se da.
Pues:
1) No es lo mismo alcanzar el poder que condicionar el poder. No es lo
mismo tener como objetivo liderar el ejecutivo que participar como minoritario o
presionar desde fuera de él.
2) No es lo mismo cambiar la sociedad a fuerza de ley que cambiar la ley
con la fuerza de la sociedad.
Lejos de confundir los deseos con la realidad, eso que en inglés se llama
wishful thinking, (pensamiento mágico:
lo pienso, o tan solo lo deseo, luego es real); lejos de creer en la capacidad racional
del ser humano como si esta fuera algo bueno en sí y no solo una mera herramienta
natural, ajena a la categoría de lo moral y aún más de lo ético y útil tanto
para el bien como para el mal social; lejos de pensar que la información veraz y
la deliberación, aunque necesarias, son suficientes; lejos de estos errores de análisis
es preciso entender que los objetivos de liderar el ejecutivo, participar como minoritario
o presionar desde fuera de él tendrán cada uno costes en términos de programa o
en términos de votos. Pensar lo contrario, creer que la izquierda pueda ser un partido
de gobierno sin renuncias programáticas, es un autoengaño que, sea cual sea el eje
de la campana en que nos movamos, se cumplirá el aforismo de que los votantes entre
el original y la copia, votarán al original.
Una última trampa para los que deseen ascender por la campana de gauss:
no es equivalente desear que querer, y las estadísticas no distinguen cuándo una
respuesta muestra un deseo y cuando una querencia. Y solo por esta última se lucha:
uno puede desear ir a la Luna, pero sólo
cuando quiera ir a la Luna se esforzará
por conseguirlo.
Todo esto es igualmente válido para la derecha de toda la vida (y para
algunos, que, llamándose de izquierdas, son, por su actuación, de derechas). Es
igual, pero llevan ventaja, la del tahúr: no se autoengañan, engañan; no promueven
el cambio, lo impiden; no quieren progresar sino regresar; no quieren ciudadanos,
quieren pueblo. Y para ello cambiaran, para mal, todo lo que puedan, sabiendo que
la reacción de la sociedad tendrá tanto de positivo como de negativo, y apostarán
a que lo negativo (rebeldía, violencia, miedo, inseguridad) les dé aún mayor fuerza
electoral.
En resumen, y emociones mediante, las derechas (y así se les puede reconocer,
a pesar del nombre que se pongan) concitan más que concilian con el «lampedusiano»
cambiar todo para que nada cambie, provocando sacudidas en la campana de Gauss que
podemos malinterpretar. Y esta es otra trampa.
Pero uno se tiene que decidir ¿Qué quiero ser, de mayor? Tan buena es
la apuesta de alcanzar, vía las urnas, el poder político para desde ahí
modificar las condiciones en que se desarrolla la sociedad, con el coste de
dejar ciertas reivindicaciones para más tarde, como intentar desde fuera del
poder generar discusiones en la academia, en la ciudadanía o en los mass-media para desde una postura más
radical e innovadora presionar al poder, con el coste, eso sí, de tener menos
votos.
¿Cuál prefiero? Las dos. Debe haber una izquierda para cada
estrategia, y puede ser un error que dos izquierdas compitan por la misma
estrategia, la más débil, mejor dicho, la que el votante vea como sucedáneo será
la mas débil y perderá. Prefiero las dos estrategias, pero llevadas adelante
por dos partidos distintos, con los objetivos claros, las estrategias
acomodadas a esos objetivos y las tácticas congruentes con la estrategia
escogida.
Anexo, fuente: http://explorandoelfuturo.blogspot.com/2018/
Entre 2014 y el ascenso de Podemos en 2015 (gráfico de arriba, estudio
de Eduardo Bayón de 2014, y gráfico inferior, artículo de Fernando Garea de
2015) se aprecia el ascenso del lado izquierda de la curva, pero no del
extremo.
La distribución autoreferencial de los ciudadanos pasó de una Gauss
acampanada ligeramente escorada a la izquierda ideológica a una con un claro
sesgo que beneficiaba a partidos con posiciones de izquierda. Desgraciadamente,
no he encontrado un estudio similar para finales del año 2019, que nos pudiera
ilustrar la relación entre votos y distribución de autoubicación ideológica
general, solo uno de RTVE (basado en el CIS, de enero de 2019) realizado a jóvenes
de 18 a 24 años, con un resultado no muy dispar del general del 2015.
¿Cabe pensar que Unidas Podemos ha pagado el precio de, entre otros
errores, una no claridad en la relación objetivo/estrategia/táctica, o que el
cambio de estrategia, y de abandono de “castas, IBEX35” y similares, aunque
manteniendo, de forma a veces vergonzante, claves soberanista, le ha convertido
en parte en una “imitación”, en un sucedáneo, y el votante, entre el original y
la imitación, ha vuelto al original?
Finalmente, un interesante diagrama que muestra el solapamiento de
votantes según su autoubicación en el eje izquierda-derecha y la intención de
voto.
“Me gusta este gráfico porque
resume las claves de la competición partidista. Muestra dónde están los
electores y nos recuerda que todos los partidos no compiten por los mismos
votantes: en algunos frentes pelean solo entre dos y en otros, todos contra
todos. Además, el gráfico nos recuerda algo que siempre subrayo: que ningún
partido es una coalición monolítica de votantes.” (Kiko Llaneras, 16
diciembre, 2015).
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