29 junio 2017

¿RTT? ¿RJL? Más bien Uber, AirBnB y Deliveroo (versión corregida y aumentada)












Reducir o repartir: cuando la semántica sí importa.
(Hemos añadido al inicio una "Introducción" con el objetivo de ofrecer datos sobre PIB, Salarios y Ocupación que sirvan de base para la defensa de por qué afirmamos que existe una diferencia entre reducir y repartir el tiempo de trabajo. Finalmente hemos corregido y aumentado el punto "0) Reducción vs Reparto." con el mismo objetivo. El resto de puntos permanece igual.)

Introducción
En 2008 el PIB español ascendió a 1.116.207 millones de euros, producido por 20.055.300 personas empleadas, que utilizaron 141.393.938 horas y cobraron 559.777 millones de euros. En 2016 el PIB español ascendió a 1.113.851 millones de euros, producido por 18.508.100 personas empleadas, que utilizaron 123.035.187 horas y cobraron 515.447 millones de euros[1].

Si vemos los datos en una gráfica, nos resultará será más sencilla su comparación:
El PIB de 2016 es prácticamente igual al de 2008, pero las horas necesarias para producirlo han representado sólo el 87,2% de las precisadas el 2008 (18,4 millones menos), lo que nos permite afirmar sin ninguna exageración que ha existido un importante incremento de productividad; el número de ocupados ha bajado a un 92,4% con respecto al 2008 (un 7,6% menos el 2016, que representa 1.547.200 empleados menos, a lo que hay que sumar que el porcentaje de tiempo parcial ha pasado del 12,3% en el 2008 al 15,3% en el 2016[2], lo que da razón del mayor decremento porcentual del número de horas empleadas); y, finalmente, en esos 9 años los salarios han bajado en 44.330 millones de euros, pasando a ser el 92,2% de lo retribuido en el 2008. Un detalle de una precarización sobrevenida, en términos de pobreza a pesar de tener empleo, nos la el total de trabajadores que tienen jornada partida de forma no voluntaria: han pasado de 1,6 millones (2008), que representaban el 7,8% del total ocupados, a 2,2 millones: el 11,7% del total de ocupados del 2016.
La tasa de actividad cayó del 60,4% (2008) al 58,9% (2016), y sigue bajando.
Resumiendo, produciendo lo mismo, los salarios bajaron su participación del PIB del 50,1% al 46,3%.[3]
¿Es razonable esperar que a medio o largo plazo la tendencia cambie?
¿De qué manera puede afectar las sucesivas olas de informatización, automatización y robotización a ahondar en esta tendencia?
Paul Zaner Pilzer, economista best-seller estadounidense y asesor de Reagan, explica que pasa cuando hay tecnologías disruptoras con alto potencial de productividad con el ejemplo de la pesca en la isla desierta: imaginemos que 10 náufragos alcanzan una isla desierta, para alimentarse necesitan, al inicio, dedicar todos -absolutamente todos- sus esfuerzos a pescar, hasta que, gracias a alguna temporada especialmente productiva, pueden dedicar parte del tiempo a construir una barca y una red. A partir de entonces con tan sólo el trabajo de dos se consigue pesca más que suficiente para alimentar a los 10. Resultado de la mejora tecnológica: desempleo estructural del 80%. El mismo Zaner, en una conferencia dictada a la empresa AMWAY, lo expresa con números reales. “En 1930 teníamos en este país una población de 100 millones de habitantes. treinta millones de esos cien eran agricultores; es decir; que en 1930 treinta millones de agricultores apenas producían alimentos para 100 millones de personas. Para 1980; cincuenta años más tarde; 300 mil agricultores trabajan menos tierra y producen más alimentos para 300 millones de personas y exportan más de la mitad de esa comida.” Resultado: sobran (desde el punto de vista de la política económica de derechas) trabajadores, por lo que por la ley de la oferta y la demanda (ley ineludible, según los académicos ortodoxos), estos, cual mera mercancía, salen más baratos, más precarios y con menos derechos. O sea que o tenemos paro estructural, o tal y como podemos apreciar hoy en España, la alternativa es que parte del paro se convierta en empleo más barato, más precario y con menos derechos.
Esto fue “ayer”, y de alguna manera se trampeó con la industria del consumo y de los servicios: “En los inicios del presente siglo, el incipiente sector secundario era capaz de absorber varios de los millones de campesinos propietarios de granjas desplazadas por la rápida mecanización de la agricultura. Entre mediados de la década del 50 y principios de los 80, el sector de servicios fue capaz de volver a emplear a muchos de los trabajadores de ‘cuello azul’ sustituidos por la automatización” (Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, Paidós, Madrid, 1997, p. 59), pero ¿y hoy? ¿qué nos depara hoy la tecnología con respecto a la ocupación? Pues parece ser que esa esperanza es vana, pues ocurre que “el optimista principio de la “destrucción creativa de empleos” no se cumple esta vez. La pérdida de empleos provocada por la digitalización no encuentra contrapartida con la creación de otros que equilibrarían la balanza. Ni siquiera las start up, tan pregonadas como fuentes de empleo, funcionan.” (Gregorio Martín Quetglas, catedrático de Ciencias de la Computación de la Universidad de Valencia, El País, 06/01/2015).
En el estudio publicado el año 2008 bajo el título Nuevas tecnologías, nuevos mercados de trabajo, la Fundación SEPI (Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas, Gobierno de España), afirma en sus conclusiones (páginas 287 y ss) que estamos ante una situación inédita, ya que “al contrario de otras revoluciones tecnológicas anteriores, el empleo del sector [servicios] ha recibido el principal impacto [negativo] de las nuevas tecnologías, especialmente [y este dato es extraordinariamente significativo] en actividades y ocupaciones protegidas de la automatización y de la informatización… La tendencia que se apunta es que la tecnología tiende a destruir empleos… considerándose el desempleo tecnológico como una tipología del desempleo estructural.” Y lo inédito es que, dentro del sector de servicios, ni el sector tecnológico está libre él mismo de los zarpazos del desempleo estructural.
¿Qué estrategia cabe oponer a la pauperización y precarización a que parecemos abocados?
Establezcamos, primero, la conclusión y el objetivo:
Conclusión: Cada vez será necesario menos cantidad de trabajo asalariado para obtener una cuantía igual o superior de PIB. Y si además consideramos que deberíamos reconducir el actual nivel de consumismo a zonas más respetuosas con el medio ambiente y con la sostenibilidad de la Tierra, aún será menor la cantidad de trabajo necesaria.
Objetivo: Tal y como imaginó Keynes en la famosa conferencia dictada el 10 de junio de 1930 en Madrid, deberíamos “reducir la jornada laboral a unas tres horas diarias (15 semanales), lo justo para satisfacer lo que Keynes denominó "el viejo Adán" que llevamos dentro, ya que acostumbrados a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente un ocio total podría ser insoportable para los individuos menos creativos.” (Ignacio Oliveras, Huffington Post, 17/01/2104)
Estrategia: Empoderar a la ciudadanía para que de forma autónoma y libre pueda negociar con empresarios y administración cómo trabajar menos horas.
Hasta aquí, todo claro. Pero (siempre hay un pero) lo que no está tan claro es la táctica, la concreción de ese empoderamiento. En este punto dos alternativas se debaten: la que significa repartir el trabajo que hay, repartiendo también el salario que se da, y la que aboga por reducir la jornada con cargo a un mejor reparto del PIB (no sólo entre los trabajadores, sino entre la entera ciudadanía).
Y de esto va el siguiente texto. De esto y de aclarar qué de diferente hay bajo los conceptos de Repartir el Tiempo de Trabajo y de Reducir el Tiempo de Trabajo.

0) Reducción vs Reparto.
Reducir y Repartir no es lo mismo, no significan lo mismo y tampoco son palabras sinónimas. Puede darse, mejor dicho, se da una confusión, deliberada o no, involuntaria o no, en su cada vez más frecuente uso indistinto como si fueran sinónimas. Y no lo son.
Si bien durante cierto tiempo se utilizaba el acrónimo RTT, que tanto podía significar Repartir el Tiempo de Trabajo como Reducir el Tiempo de Trabajo, ahora la moda última está en emplear el acrónimo RJL, que sólo, y hago hincapié en el “sólo”, quiere decir Reducción de la Jornada Laboral.
¿Por qué los que hasta hace bien poco utilizaban la expresión RTT usan ahora RJL? Un motivo bien podría ser para ocultar bajo una supuesta reducción lo que no es sino un reparto. Y ¿esto es malo? Es peor que malo, es un tipo de error contra el que hasta “los propios dioses luchan en vano” (Schiller).
Como se podrá ver en el texto que sigue, históricamente, y de forma persistente, sólo se han dado reducciones de la jornada –manteniendo, o incluso incrementando, el salario– tras importantes luchas de los trabajadores, y luchas no llevadas a cabo de cualquier manera y en forma de espontáneo movimiento, sino articuladas a través de organizaciones de clase, también conocidas como sindicatos.
Y ahí está el intríngulis de la cuestión: reducir significa mantener el salario trabajando menos horas (pero mantenerlo sin la trampa de cambiar cotización por salario, pues la cotización ya es salario) mientras que repartir implica cobrar menos por trabajar  menos horas –menos horas formalmente: las presiones por alargar los horarios pueden ser devastadoras y los incrementos de productividad pueden desmantelar cualquier posible ganancia.
Repartir hoy, digámoslo definitivamente, es repartir miseria. Y para reducir sería necesario primero empoderar a la ciudadanía para que pueda conseguir lo que en años anteriores costó trabajos y sudores alcanzar.
Pero además de ser aquél tipo de error que hasta a los dioses enerva, es un error estratégico: pues ello, repartir el tiempo de trabajo (o el eufemismo de reducir la jornada laboral reduciendo el salario; y peor aún si se pasan cotizaciones a salario: convertimos salario indirecto de uso social en salario directo de uso individual: pan para hoy, hambre para mañana) como decíamos, ello es lo que quiere la derecha económica: lo que predica y de facto realiza, y ¿cómo vamos a tener una buena posición negociadora si ofrecemos como algo a conseguir lo que precisamente quieren? ¿cómo vamos a pedir algo a cambio, si en nuestra cesta de peticiones ponemos lo que con tanto denuedo la derecha económica busca? Lo dicho: es un tipo de error contra el que hasta “los propios dioses luchan en vano”.
Aún más: seguimos apostando por que el salario sea el medio más eficiente, sino el único medio, para retribuir a la sociedad en su conjunto, y nos ponemos voluntariamente la venda en los ojos para no ver lo que nos deparará un futuro nada lejano y lleno de automatización y robótica.
En tercer lugar, se dice que el reparto (aunque se enmascare de reducción) necesita la RBU (Renta Básica Universal) para funcionar, y es cierto. Lo que no se dice es que la RBU no, y hacemos hincapié y enfatizamos ese “no”, no necesita el repartir, pero si puede, en cambio, ayudar, por el empoderamiento a la ciudadanía que le podemos atribuir, a plantar cara a favor de una reducción (que no mero reparto) de la jornada laboral.
Y aún hay un cuarto punto a tener en cuenta: la mal llamada (pero así llamada con la peor de las intenciones) economía colaborativa basada en las TIC: Uber y AirBnB son, al igual que otras menos conocidas como Chefly o Shipeer, meras empresas intermediarias que han venido y se han instalado con un único objetivo: aprovecharse de lo que la crisis nos ha deparado: ganar comisionando su intermediación en base a salarios de pobreza, precariedad, miedo al futuro, falsos autónomos, inestabilidad… Cedo la palabra a Joaquín Estefania, El País, 04/06/2017: “No hay certeza alguna de que el empleo existente sea sustituido por otro, al menos en la misma cantidad y en condiciones laborales más o menos idénticas. La aparición de plataformas tecnológicas mundiales que no producen nada y solo median, hace factible la duda. […] Estas plataformas han obtenido ya dos victorias en el terreno del lenguaje. Se presentan a sí mismas como fruto de la modernidad global y a los oponentes los tildan de viejos dinosaurios partidarios de los oligopolios, el proteccionismo y las sociedades cerradas; y segundo, se califican como pertenecientes a una supuesta "economía colaborativa" en la que parece que los inmensos beneficios en cuestión no existen o están en un segundo término respecto al poderoso foco de atención de ‘colaborativo’.
Y sí, podemos pensar como inocentes tecnooptimistas que las TIC revolucionarán en positivo las relaciones sociales y técnicas de producción, y esperar que, de su mano, las sociedad se organice en una alternativa al capitalismo, o podemos esperar, que de la mano de las TIC se nos eche encima una nueva ola desreguladora tal que la de Reagan y Thatcher quede en agua de borrajas.
¿Qué papel jugará repartir (y tanto da que se le llame ladinamente reducir, ya sabemos que, aunque la mona se vista de seda…) el tiempo de trabajo en una sociedad automatizada, robotizada y uberizada? Ni la ciudadanía lo entenderá (entre 2005 y 2016 el número de personas que, trabajando a jornada parcial, querían trabajar a jornada completa prácticamente se triplicó, pasando de 720.000 a 2.160.000, por un motivo totalmente pragmático: necesitaban ganar más (Fuente: INE), ni la derecha nos lo compensará y ni tan sólo atacaremos la fundamentación de la crisis, que no es otra que unos beneficios (y tanto da que sean galgos o podencos los que se llevan la liebre) desbocados que no vuelven a la sociedad ni en forma de gasto ni en forma de inversión
La clave está en pensar, como pensaban Keynes (la eutanasia del rentista) y Sraffa (la distribución del excedente), más en la parte derecha de la ecuación del sistema económico, aquélla donde se nos muestra al excedente como eje de una nueva estrategia de política económica y pone el foco en las relaciones sociales y políticas de su distribución (digámoslo sin ambages: apropiación, o sea, lucha de clases), que en su izquierda, en la que mandan (y no por ello menos importante: por eso debemos empoderar a los trabajadores, y ninguna herramienta mejor que regular al alza sus derechos y los de sus principales instituciones: los sindicatos), como decíamos, mandan las relaciones técnicas de producción: automatización, robotización y uberización.
A aquellos que se les pudiera pasar por alto, no estará de más recordarles que la derecha económica sí focaliza su estrategia en la parte derecha de la ecuación, la del excedente: pidiendo bajar impuestos, desregular en general y privatizar el poco estado del bienestar que tenemos, pues sabe que la parte izquierda de la ecuación tiene una inercia imparable: la sociedad no aceptará a nadie que predique el ludismo.

1) Reducir i Repartir no ha sido históricamente mismo.
La reducción de la jornada, apoderando a los ciudadanos para poder conseguirlo (potenciando los sindicatos, mejorando las regulaciones laborales, preparando "a la holandesa" -en el sentido de lo que dice Van Parij- el camino hacia una RBU, ... ), puede tener, como efecto colateral deseado, el reparto del "trabajo necesario". Así lo expone uno de los trabajos que más apuestan por repartir el trabajo: la vía es reducir la jornada (en otro lugar de este ensayo se contempla la posibilidad de otras formas de reducir: más vacaciones, menos jornadas, adelantar la jubilación.).

LA REDUCCIÓN DEL TIEMPO DE TRABAJO, 1995-2005
José Ignacio Imaz Bengoetxea […]
3.1.1. Objetivos de la reducción del tiempo de trabajo
La perspectiva crítica propone reducir jornada para conseguir tres objetivos: crear empleo, mejorar la calidad de vida de los trabajadores y transformar la sociedad.
a) Uno de los objetivos de la reducción de jornada es el reparto del empleo. Éste es el objetivo que más se ha citado en la última ofensiva europea a favor de la reducción de jornada
b) El segundo objetivo es el de mejorar la calidad de vida de los trabajadores, reducir el tiempo que invertimos en el trabajo remunerado (empleo) para poder disponer de cada vez más tiempo para otras actividades no remuneradas.
(La jornada laboral se ha reducido tras la primera industrialización (mecanización, máquina de vapor, la aparición de las fábricas...) y tras la segunda (electricidad, petróleo...), debido a que el desarrollo tecnológico y los nuevos modos de organización del trabajo lo permitían. Los partidarios del discurso crítico creen que la revolución tecnológica de finales del siglo XX (electrónica, informática…) también debería servir para reducir la jornada, en lugar de limitarse a transformar en dinero todo ese desarrollo tecnológico. Pero, según parece, esa es precisamente la intención del neoliberalismo.)
c) El tercer objetivo de la reducción de la jornada es transformar la sociedad. Desde una óptica crítica radical, el capitalismo liberal es un modelo social a superar.
«la eficacia de las medidas gubernamentales y los resultados de la economía dependen ampliamente de las relaciones entre los empleadores y los trabajadores y de la índole de las negociaciones colectivas. La reducción del tiempo de trabajo pone en juego relaciones de fuerza, de carácter sociológico, mucho más vastas todavía. La esencia del debate sobre la duración del trabajo y el desempleo es más política que económica. En realidad, lo que está verdaderamente en juego depende de las relaciones de fuerza entre sindicatos, dirigentes y grupos políticos» (Cuvillier, 1982). Desde una óptica crítica, lo que está realmente en juego en el debate sobre la reducción del tiempo de trabajo es el control de dicho tiempo. No olvidemos que el tiempo es un elemento fundamental, tanto en el trabajo como en cualquier otro ámbito. Hablamos, al fin y al cabo, de una lucha de poder entre diferentes grupos sociales: «la reducción de la jornada de trabajo resulta la estrategia que más oposición encuentra por parte de las empresas, puesto que la jornada de trabajo, además de cumplir otras funciones (producción de plusvalía) ha sido y es utilizada, como medio para disciplinar a la clase obrera; de tal modo, que una estrategia que pretenda romper la intensidad del control que la jornada de trabajo permite no va a recibir sus bendiciones de aquellos que verían disminuido su poder: los empresarios » (Medina, 1999: 478).
2) Históricamente la lucha ha sido para reducir (y por tanto, manteniendo los sueldos) y no para repartir.

Es importante fijarse en la palabra "lucha", ya que eso, la lucha de los asalariados, y no un razonamiento racional de los actores participantes (políticos de derecha y trabajadores), ha sido el fundamento de las diferentes oleadas de reducciones de jornada. En el siguiente texto, de la historiadora de la UAB de Derecho Público y Ciencias Histórico-jurídicas de la UAB, María Jesús Espuny Tomás, he resaltado en negrita aspectos que, en nuestra opinión, merecen una especial consideración. Como excepción a esto, tenemos el Tratado de Versalles, de 1919, que, en su artículo 427, pide la adopción de la jornada de ocho horas o de la semana de cuarenta y ocho como objetivo a lograr, donde no estuviere establecida”.

LA JORNADA LABORAL: PERSPECTIVA HISTÓRICA Y VALORACIÓN JURÍDICA
María Jesús Espuny Tomás
1. INTERVENCIONISMO Y TIEMPO DE TRABAJO: LA COMISIÓN DE REFORMAS SOCIALES
El 18 de agosto de 1873 el diputado catalán Antonio Carné defiende ante las Cortes Constituyentes de la República española una proposición de ley que fija “las horas de trabajo en las fábricas de vapor y talleres. Los puntos en los que se basa su defensa estarán presentes en la mayoría de las normas y proyectos encaminados a la reducción de la jornada de trabajo: a) se trata de una reforma humanitaria que no compromete los costes de la producción española en sus relaciones nacionales o internacionales, porque los países con los cuales puede España competir en el mercado se han adelantado en la regulación y el coste que pudo suponer reducir la jornada sin reducir los salarios [la negrita es nuestra] ya lo han repercutido anteriormente sobre los productos; b) conviene a nivel nacional unificar las reducciones de jornada para evitar competencias desleales en España; c) necesidad de contentar a la clase obrera; d) necesaria acción contra la explotación del obrero que sufría un alto índice de morbilidad y mortalidad”.
[…]
Reformas Sociales, Tomo III, Información oral y escrita..., cit., p. 271, en las informaciones orales celebradas en Onteniente durante el mes de octubre de 1884 sorprende la afirmación general en los oficios encuestados de que jamás la discusión de las horas de trabajo ha sido motivo de discordia entre capitalistas y obreros; p. 266 y que -este punto fue motivo de diferencias entre capitalistas y obreros y que se dirimieron o resolvieron trabajando media hora menos y ganando el mismo jornal [la negrita es nuestra].; Tomo V, Información oral y escrita...,
[…]
El Instituto de Reformas Sociales contempla la jornada de ocho horas para todas las actividades, salvo las excepciones que legalmente se determinen, en el primer proyecto sobre la Ley de Contrato de Trabajo aprobado por el Pleno con fecha 11 de mayo de 1905. Al margen de la regulación de la jornada para los trabajadores. de la Administración pública y la de las mujeres y niños, el primer sector en que se implanta la jornada máxima es en 1910 en la minería. Posteriormente el Instituto de Reformas Sociales intervendrá y actuará en los problemas relacionados con la jornada máxima de la industria textil, tanto en la delimitación del sector a que afecta como en vigilar el cumplimiento de las disposiciones reforzando los medios de la Inspección de Trabajo
[…]
A partir de 1912 empiezan a darse una serie de reformas legislativas parciales o sectoriales que finalizan en el Real Decreto de 3 de abril de 1919, íntimamente ligado a la huelga de «La Canadiense» de Barcelona [la negrita es nuestra] y que se anticipa en meses a los acuerdos de la O.I.T. sobre el tema-'9 . Se trata de un reglamento motivado por la urgencia de la situación social que no podía esperar a una tramitación reglamentaria y es el punto de partida para una serie de excepciones o matizaciones de la norma general que permitirán delimitar en toda su extensión este aspecto tan crucial del contrato de trabajo30 El Real Decreto de 3 de abril de 1919 ha sido llamado «de las ocho horas y las ocho firmas»
[…]
El problema de la reducción de la jornada de trabajo, exigía, por su propia naturaleza, un planteamiento único en el plano internacional en que fuera posible hallar una solución eficaz. Las reducciones singulares de jornada, o han de ser modestísimas en cuantía horaria y extensión de su aplicación, o ponen en peligro la economía del país que las establece por su propia cuenta y sin tener en consideración las que rigen en países de desarrollo industrial semejante. La ocasión para intentar dar a este problema una solución internacional se presentó al finalizar la Guerra europea y reunirse la Conferencia de las potencias aliadas y asociadas en París para preparar los tratados de paz que habían de imponerse a las naciones vencidas. Uno de los órganos de esta Conferencia fue la denominada Comisión de legislación de trabajo que presidió el norteamericano Samuel Gompers. En el seno de esta comisión se preparó a la vez que la futura Organización Internacional de Trabajo, una declaración de principios Labors Bill of Rights que se propuso en la sesión plenaria de la Conferencia de la Paz de 28 de abril de 1919 y que después de discutida y enmendada se incorporó a los tratados de paz. Corresponde al Tratado de Versalles de 28 de junio de 1919 en cuyo artículo 427 consta entre los principios que las altas partes contratantes consideran de una importancia particular y urgente “la adopción de la jornada de ocho horas o de la semana de cuarenta y ocho como objetivo a lograr, donde no estuviere establecida [la negrita es nuestra].
[…]
APUNTE FINAL
La evolución de la jornada laboral se mueve, a mi entender, entre dos parámetros. En sus inicios en mayo de 1890 se reivindicaba la jornada de ocho horas con la necesidad de ocho horas para el trabajo, ocho para el descanso y ocho para la cultura e instrucción. La petición de reducir la jornada va precedida, en algunos casos de conflictos laborales que provocan la aprobación de la legislación correspondiente. El paradigma cambia en el momento en que se pide una reducción de la jornada de trabajo en función del alto índice de paro y la posibilidad de que trabajando menos, trabajaremos todos. Diferentes estrategias han situado el discurso en estos últimos años, algunas ya utilizadas históricamente como la supresión de las horas extraordinarias, que configuran la validez de la reflexión desde todos los ámbitos académicos.
María Jesús Espuny Tomás
Profesora Titular de E.U. de Historia del Derecho y de las Instituciones.
Universidad Autónoma de Barcelona • Mariajesus.Espuny@uab.es

3) Peligros de la reducción de jornada a través de la reforma política
Cuando la reducción de jornada (y aunque se llame así, en la cabeza de los legisladores está el concepto de "repartir el trabajo necesario para que el sistema funcione") se hace por ley sin el apoyo activo de los asalariados, ésta pasa a ser una especie de paro encubierto.
Reforma del 2007:

5. Actuaciones para fomentar el uso de la reducción de jornada como instrumento de ajuste temporal de empleo [la negrita es nuestra].
5.1. Modificaciones normativas de carácter permanente
-- Hacer visible en la legislación EREs basados en la reducción de jornada (cambiar art. 47 ET): disminución temporal del tiempo de trabajo computada sobre la base de la jornada diaria, mensual o anual.
-- Los umbrales mínimos de personal afectado del art. 51 ET (extinción de contratos) no serán aplicables en supuestos de suspensión temporal o reducción de jornada.
-- Cambios en la legislación en materia de protección por desempleo: a) se establecerá un límite mínimo, inferior al actual, y un límite máximo para la reducción de jornada que da lugar al desempleo parcial; b) se buscará que el cómputo del periodo de prestación consumido en caso de desempleo parcial sea equivalente al porcentaje de jornada efectivamente compensado por la prestación y no un día completo como en la actualidad; c) unido a lo anterior, a efectos de la generación de un nuevo periodo de prestación de desempleo se computaría tan solo el porcentaje de jornada efectivamente cotizado por la empresa.

4) La reducción de la jornada en Inglaterra, Europa y el resto del mundo.

No fue sino a finales del siglo XIX (1874), y después de decenios de años de lucha obrera, que la jornada de diez horas, que fue incluida en la Ley de Fábricas de 1847 sólo para mujeres y hombres menores de 18 años, se aplicara a la generalidad de los obreros.
“Después de una lucha de treinta años, sostenida con una tenacidad admirable, la clase obrera inglesa, aprovechándose de una disidencia momentánea entre los señores de la tierra y los señores del dinero, consiguió arrancar la ley de la jornada de diez horas (la clase obrera de Inglaterra sostuvo la lucha por la reducción legislativa de la jornada laboral a 10 horas desde fines del siglo XVIII. Desde comienzos de los años 30 del siglo XIX, esta lucha se extendió a las grandes masas del proletariado). Las inmensas ventajas físicas, morales e intelectuales que esta ley proporcionó a los obreros fabriles, señaladas en las memorias semestrales de los inspectores del trabajo, son ahora reconocidas en todas partes. La mayoría de los gobiernos continentales tuvo que aceptar la ley inglesa del trabajo bajo una forma más o menos modificada” Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, Octubre de 1864, Karl Marx. http://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/1864fait.htm.
La lucha del mundo del trabajo por la jornada laboral de 8 horas se ha alargado hasta bien entrado el S XX. Hasta el final de la primera Guerra Mundial la jornada media tenía 12 horas, con el agravante de que era un límite no muy respetado. En la posguerra la presión de las organizaciones de trabajadores impulsó el proceso hacia la jornada de ocho horas.
La creación de la OIT, y la confección de la Labores Bill of Rights, permitió impulsar la legislación de ocho horas por día o 48 semanal, limitación de la jornada que se convirtió poco a poco y de forma progresiva en algunas ocupaciones o ramas de la industria, hasta hacerse realidad en la mayoría de los Estados.
Aunque la duración del trabajo es un tema fundamental en las relaciones laborales, el ritmo de ratificación de los Convenios núm. 1 y 30 deja mucho que desear. A 1º de septiembre de 2004, el Convenio núm. 1 está ratificado sólo por 52 Estados miembros, registrándose la última ratificación el 14 de junio de 1988; y el Convenio núm. 30 fue ratificado sólo por 30 Estados miembros; siendo la ratificación más reciente de fecha 12 de junio 1985.
Con todo, ya pesar de que el mundo del trabajo ha logrado importantes avances en la legislación de la jornada, el Capital siempre ha sido precavido y ha lanzado contraofensivas basadas, usualmente, en cumplir parcialmente, o directamente incumplir, los acuerdos allí donde éstos han sido firmados. En los países donde no han sido refrendados, no hace falta decir nada más.

5) Reducción de jornada y su impacto en los salarios.
EUA, 8 horas: 1886, En el resto del mundo, se inicia el proceso en 1889
En España, implantación de las 8 horas: funcionarios, mujeres y niños 1905; minería, 1910; resto, 1919. (desglose por sectores en la siguiente imagen)
Beneficios de las empresas españolas entre 1880 y 1980
En Europa, algunos países ya tenían la jornada de 8 h. antes que España, tal es el caso de: la República Checoslovaca (12 de diciembre de 1918); Dinamarca (12 de febrero de 1919); Finlandia (27 de noviembre de 1917); Luxemburgo (14 de diciembre de 1918); Polonia (23 de noviembre de 1918); Rusia (19 de noviembre de 1917). España, por el contrario, se adelanta a países como: Suiza (27 de junio de 1919); Suecia (22 de junio de 1922); Portugal (10 de mayo de 1919); Noruega (11 de julio de1 1919); Holanda (20 de mayo de 1922); Francia (23 de abril de 1919); Bélgica (14 de junio de 1921); Austria (17 de diciembre de 1919)”  S. ZURITA HINOJAL - Seminario de Humanidades Agustín Millares Carlo (http://mdc.ulpgc.es/cdm/ref/collection/bolmc/id/276)

 Las luchas obreras en Inglaterra que fueron la base de las sucesivas reducciones de la jornada ocurrieron a lo largo de la segunda mitad del s XIX, donde, como se puede apreciar, el sueldo real continuó creciendo, tal y como recuerda la historiadora María Jesús Espuny Tomás: la afirmación general en los oficios encuestados de que jamás la discusión de las horas de trabajo ha sido motivo de discordia entre capitalistas y obreros; p. 266 y que -este punto fue motivo de diferencias entre capitalistas y obreros y que se dirimieron o resolvieron trabajando media hora menos y ganando el mismo jornal [la negrita es nuestra].; Tomo V, Información oral y escrita...,
Seguramente los incrementos de productividad lo explican:
6) La productividad como base de la aparición de un alto desempleo estructural
La productividad, fruto de los procesos de mecanización, automatización e informatización, genera en esta sociedad, y en todos los sectores, un
 paro estructural que se mantiene a lo largo del tiempo y que no puede ser absorbido ni por el sector servicios ni por los puestos de trabajo de la esfera autónoma (o economía social).
Las medidas de flexibilización laboral no sólo no resuelven el problema, ya que no se trata de una inadecuación de la oferta laboral a las demandas empresariales, sino del menor requerimiento de puestos de trabajo en el sistema productivo que los incrementos de productividad, por razones tecnológicas y organizativas, genera. Es un desempleo estructural global, tanto en el sentido espacial como por su afectación a todos los sectores, que no podrá reaccionar ante medidas exclusivamente económicas.
Los planes de reducción de las horas de trabajo, que se consideran sumamente eficaces en períodos de crisis ya que aminoran el paro, tienen como grave peligro la pauperización de los trabajadores y, en ocultar el verdadero motivo, el encubrimiento del paro real imponiendo un paro parcial. En Alemania, por ejemplo, durante la crisis económica de 2008-2014 o Gran recesión, la estabilidad del empleo se ha conseguido en buena medida gracias a los ajustes en las horas de trabajo (todo hay que decirlo, gracias al diálogo social) y como una de las medidas para proteger tanto el empleo -aunque sea parcial, y que comporta un sueldo también parcial- como la productividad (los beneficios) de las empresas.
Luchar para redistribuir la productividad alcanzada en los últimos 40/50 años es luchar por la mejora de las condiciones de trabajo. Mejora que, como consecuencia de las históricas luchas sociales del movimiento obrero y del movimiento sindical, que, entre otras demandas, siempre han reivindicado una disminución del tiempo de trabajo, tendría el objetivo de redistribuir los beneficios (crecimiento de la renta nacional) provenientes del crecimiento económico y la productividad. Que hoy los beneficios de la productividad se trague el Capital Financiero, gracias a la financiarización inducida por el Gran Capital Industrial para actualizar la potencia de sus beneficios, no quita un ápice a esta reivindicación: uno de los sistemas de distribución primaria del excedente es trabajar menos (con el efecto de no producir más) y ganar el mismo. La base para mejorar la distribución primaria es apoderarse a la ciudadanía con herramientas ya expuestas en el presente texto: potenciando los sindicatos, mejorando las regulaciones laborales, preparando "a la holandesa" -en el sentido de lo que dice Van Parij- el camino hacia una RBU, ...

7) Keynes (parcialmente basado en diferentes artículos de la web)
Durante los comienzos de la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, cuando cundía la incertidumbre sobre el futuro del capitalismo, John Maynard Keynes publicó un optimista ensayo titulado “Las posibilidades económicas para nuestros nietos” (ver texto completo en www.econ.yale.edu/smith/econ116a/keynes1.pdf). Considerando un horizonte de 100 años que terminaría en 2030, el gran economista estimó que en ese lapso los países desarrollados resolverían los problemas básicos de la subsistencia y que entonces sería posible disfrutar los auténticos placeres de la vida. Ello sería el resultado de un sostenido crecimiento económico, el cual estaría acompañado por una reducción sustancial del tiempo dedicado al trabajo.
Con respecto al crecimiento, Keynes predijo que el ingreso per cápita aumentaría entre cuatro y ocho veces con respecto a 1930, lo cual equivale a un crecimiento anual constante, a lo largo de los 100 años, entre 1,4 y 2,1 por ciento. Dado que los actuales especialistas del crecimiento económico consideran estas cifras como esencialmente correctas, es del caso registrar dos hechos sorprendentes: para Keynes la gran crisis sería pasajera (“Estamos sufriendo… los dolorosos reajustes entre un período económico y otro”, dijo) y, anticipándose a desarrollos posteriores de la teoría económica del crecimiento en el largo plazo, apreció apropiadamente las consecuencias de la acumulación de capital y del cambio tecnológico (“En unos pocos años… seremos capaces de realizar todas las operaciones de agricultura, minería y manufactura con la cuarta parte del esfuerzo humano a que estamos acostumbrados”, escribió también).
La otra predicción central de Keynes, la reducción del trabajo semanal a 15 horas una vez resueltas las necesidades materiales, está muy lejos de cumplirse. Pudo en él influir el descenso de 30% en las horas trabajadas que experimentaron los países desarrollados en los 60 años anteriores a 1930, pero es imposible saber qué supuestos empleó para llegar a una reducción de dos tercios en la jornada de trabajo. En Estados Unidos, el número de horas de trabajo ha permanecido en gran medida estacionario por décadas y es un 30% más alto que en Europa. En Francia, la semana de 35 horas de trabajo se estableció en 1998. ¿Cómo explicar el grave error de dicha predicción?
Keynes consideraba el dinero como un medio para la buena vida, y afirmaba que el amor por el mismo era repugnante y manifestaba una propensión casi patológica. También pensaba que los seres humanos alcanzarían un límite en sus aspiraciones materiales, es decir, que no serían insaciables, pero la realidad actual es muy distinta. De una parte, la codicia no parece tener límites, tal como lo ha puesto de presente la crisis económica y financiera que se inició en 2008; y de la otra, el consumismo como sello de nuestro tiempo tampoco parece tenerlos.
 Habría que agregar que Keynes no tuvo en cuenta la distribución del ingreso y de la riqueza, a pesar de que en los años treinta el coeficiente Gini del Reino Unido se encontraba entre 0,4 y 0,5. La hoy creciente brecha entre ricos y trabajadores lleva a que estos tengan que trabajar más si quieren conservar su nivel de vida y con mucha frecuencia aquellos quieren trabajar más para conseguir más.
David Anisi señala en su libro Creadores de escasez que ya Keynes en 1936 asociaba la gestión de la demanda (crisis de demanda - sobreproducción - subconsumo) con el mantenimiento del pleno empleo y como la presión demográfica requería aumento de la demanda y aumento de la producción para el mantenimiento del pleno empleo. Sin embargo, indica Anisi, no supo ver que el problema del empleo no solamente estaba asociado a la demanda sino también al aumento de la productividad que requería inevitablemente una disminución real del tiempo de trabajo, si se quiere mantener el pleno empleo, junto con el mantenimiento del salario, si se quiere mantener la demanda. Cuando esta disminución del tiempo de trabajo no se produce se genera un desempleo estructural sin solución que se convierte en desempleo cíclico precursor, por la bajada absoluta de salarios asociada, de una crisis económica.

Rafael Granero Chulbi
Octubre 2014/Junio de 2017


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[2] Y dentro de éste, el involuntario paso del 63,8% en 2008 (1,57 millones de empleados del total de 2,46 a jornada parcial) al 76,2% (2,16 millones, de un total de 2,83 millones, que por razones diversas preferirían jornada completa, fuente INE “Ocupados a tiempo parcial por motivo de la jornada parcial, sexo y grupo de edad”.
[3] Unos datos similares fueron presentados por la revista CincoDías (El País) el pasado 14 de noviembre de 2016:

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