09 agosto 2010

Fernando Savater y los toros

De la mano de Fernando Savater (Rebelión en la granja, El País, 106/03/2010, Vuelve el Santo Oficio, El País, 29/07/2010) tenemos tema para polemizar.

En el primero, Rebelión en la granja, el filósofo Savater no trae a cuento vísceras ni visceralidades. Ni nos ofende con imágenes sangrientas ni se burla de los que así lo hacen. Tampoco argumenta falazmente desde la estética, ni confunde a ésta con la ética (defender al toreo desde el arte es como defender el asesinato para que la palabra asesino no se pierda para la literatura: bien sabe nuestro apreciado Savater que, desde por lo menos Aristóteles, nadie confunde la cualidad del arte con la cualidad de la realidad). Por el contrario, el autor nos muestra la zona gris donde la moral se mueve (en la que debe moverse: como costumbre nacida del compromiso que es) al mostrar la gradación que va desde el casi blanco de nuestra necesidad de alimentarnos al casi negro de matar a otros humanos para alimentarnos.

Pasaremos por alto la fina ironía, que de sutil casi, casi nos la podríamos creer, que destila la parte central de su último párrafo: sería un ‘pero’ poco sustantivo. Miremos, empero, otro momento de su discurso.

Aceptamos enteramente que es risible querer preguntar a un toro si desea ser asaeteado, y no por lo que pueda contestar, sino por que pueda (sin ‘lo’) contestar. Es tan risible como oponer a esa estúpida pregunta la no menos estúpida de ¿y qué dirá una merluza? Traigo esto a colación por aquello de que el lenguaje es lo que nos hace –o mejor, siguiendo la aguda conceptualización de Ronald Dowkins: ‘lo que permite interpretarnos’ como- humanos. Y por ello éticos, sujetos de los fines y no instrumentables. Una merluza es un instrumento para el hombre y para el atún., y a nadie se le ocurrirá pedir cuentas éticas a un atún (¡por dios! ¡no se les puede exigir deberes! ni derechos: son irresponsables). No es de extrañar, en cambio, que si se le exijan cuentas éticas al hombre: mata aquello que necesites para comer: nada menos, sí, pero nada más. Y cuando mates, que sea en las condiciones menos crueles que el estado del arte de la técnica te procure.
A cambio pido al filósofo Fernando Savater que acepte como metáfora que el ámbito de la moral, en tanto que compromiso, y aunque con altibajos, tropiezos y merodeos, es un círculo que no para de crecer. En el centro podemos ver la zona más blanca (aquello de que el hombre es un sujeto de los fines y no un medio) y a medida que nos alejamos asoman turbiedades que antaño fueron grises y hoy son casi blancas: el trato dado a los grandes primates, por ejemplo. O la pelea de gallos. O la de perros.

Mañana, le digo al querido filósofo, el gris claro abarcará a todos los cordados. Que no lo dude. Así que, tal y como dice, en el debate actual ha de quedar claro que el tema es éste: hacer avanzar el círculo de la moral ¿Qué la política no es la herramienta? Es suficiente que ante el común de los mortales la religión se haya apropiado –para mal, según mi opinión– de las palabras moral y ética, pero ello no es óbice para que la interpretación de la moral y la ética sea eludida en el foro público, y ésta, hoy por hoy, también debe ocurrir en sede parlamentaria: foro público por excelencia, sea éste local, autonómico o central.

Entre otras fuentes, me alimento con proteína de procedencia animal, y también de origen vegetal. Estoy por la abolición del toreo ¿Antitaurino? No lo sé. No sé si soy “antitaurino”, en todo caso no tengo por qué aprobar un proceso por el cual obtengo placer del proceso en sí, y no del resultado –y ésta diferencia no es baladí– a no ser que el proceso en sí merezca ser aprobado. No cazo para comer, ni lo apruebo en nuestra sociedad occidental; pero ni me planteo que cacen los que lo necesitan para comer: la ética y la utilidad no deben ir de la mano, o correremos el peligro de caer en el utilitarismo. No cazo porque, no teniendo por qué aprobar un proceso por el cual, etc., etc., etc., el proceso de matar por deporte me parece indigno de una sociedad cuya madurez le permite (sobre)vivir sin cazar. Y el toreo es matar por deporte, y aún peor, por espectáculo. La contradicción salta a la vista: para alimentarme de proteínas de seres cordados, primero debo matarlos... podría no matarlos, pero ¡aún sería más repugnante!, así que ¿cómo defender lo uno sin dar argumentos a lo otro? La contradicción está en la postura maximalista del que, para defender la corrida de toros, niega uno ofreciendo cien: si estáis contra la corrida porque se mata al toro para beneficio de unos pocos ¿por qué no estáis contra toda acción que mate a un ser para beneficio de unos pocos? Si me niegas uno, les contesto, por qué me ofreces cien.

Ahora el segundo artículo, Vuelve el Santo Oficio.

El hecho de que El País albergue a dos plumas de alto nivel, como son la filósofa Adela Cortina y el no menos filósofo Fernando Savater, nos depara la agradable casualidad de poder leer al alimón dos columnas que, de alguna manera, versan sobre la kantiana pregunta ¿qué debo hacer? (con los animales): él afirma “no hay `derechos animales’”, ella sostiene “¿tienen derechos los animales? Sí, claro” (“¿Tienen derechos los animales?”).

Estoy plenamente de acuerdo con el texto de Cortina, pero Savater tiene razón: no hay derechos animales. Lo que sí hay son deberes humanos para con los animales. Cosa ésta, los deberes, que Savater hábilmente escamotea bajo, en este caso, nada más que pura retórica de artificio. Me explicaré afirmando, previamente y como nota al margen, que el nivel de autoexigencia ética de Savater en el campo político, y su valiente posicionamiento ante la locura de ETA y ante ciertas tibiedades de demasiados políticos, no sólo me parece digna de encomio, sino que la suscribo en su práctica totalidad. Pero volvamos al tema que nos ocupa.

Con las comparaciones que pone Savater, y a ellas me remito, ya que si las propone es porque no debe tener mejores, quiere argumentar su posición induciendo una conclusión a través de una analogía: si A es como B, lo que podamos decir de A lo deberemos decir de B. Pero ni existe analogía entre la forma de vestir (ni en su juicio, que será estético) y la muerte de un animal (juicio ético), ni es análogo el determinar qué espectáculo es o no digno de ver (otro juicio estético) con determinar si sobre la muerte de un animal puede o no montarse un espectáculo (puro juicio ético).

Y aunque parezca difusa la frontera entre lo estético y lo ético, por aquello del subjetivismo inherente a los dos juicios, no es de recibo que la manifiesta altura de pensamiento de Savater, una y otra vez declaradamente nada relativista, se nuble hasta confundir pasión (estética) con razón (ética): no se trata de salvar a los ciudadanos del infierno cristiano, metafísico y necesariamente postmortem, se trata de salvar a los toros de un infierno real y agónico.

2 comentarios:

  1. para mi fue un golpe saber que Savater defiende la fiesta brava. Con él y su gusto por los toros descubri con tristeza como uno puede usar y manipular la logica y la razon para justificar dar muerte a un ser vivo por diversion.

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