(o de la imposibilidad de narrar el futuro)
De ser un lugar común ya ha pasado a ser aceptado como un hecho constatado: los economistas sólo saben explicar qué ha pasado y por qué no pasó lo que ellos dijeron que pasaría. Eso sí: lo argumentan siempre en pasado perfecto.
Ojo, no nos engañemos, al igual que a los economistas, el tener razón a posteriori también les pasa a los políticos, los sociólogos, los historiadores (obvio es en este caso, aunque no necesariamente debería de serlo), los médicos... y se ven sometidos a esta ley tanto los profesionales como los de salón (incluidos los revolucionarios), los de barra de bar, los de sobremesa etílica (al grito de in vino veritas)...
¿Viva, pues, el relativismo? ¡No, por Júpiter! ¡No, y mil veces no!
¿Entonces?
No entraré a analizar hasta que punto el azar del ejemplo que ahora explicaré es óntico (o sea, pertenece al sujeto y por ello es inextricable e irreducible y nunca podremos alcanzar a conocer el por qué: sencillamente es ) o epistémico (o sea, no pertenece al sujeto, podemos analizarlo (desde) fuera del sujeto y alcanzar a saber las condiciones iniciales y las fuerzas determinantes que logran que el sujeto, para ese concepto, alcance a ser lo que es).
Por un azar (óntico o epistémico) nosotros tenemos el gusto de vivir en un planeta (la Tierra) que gira a una determinada velocidad y distancia de una estrella (el Sol). Pero el Sol es dañino: dadas unas ciertas circunstancias, nos mata.
No hay tanta diferencia entre la acción del Sol y la acción de la realidad (social, económica, política, etc), exceptuando que ante el Sol somos sujetos pasivos y ante la sociedad, sin minimizar nuestro rol como sujeto pasivo -no podemos estar en todo y en todos los sitios-, podemos sujetos activos en mayor o menor grado ¿Qué hacer, pues? A nadie se le ocurre negar el Sol, o destruir el Sol o irse a un planeta sin Sol. Y aunque los tiempos en términos solares y en términos humanos son radicalmente no comparables, ello no nos debería impedir aplicar un cierto método que, de alguna manera, lo podemos ver similar: el Sol ocurre y no sabemos el por qué: solo conjeturamos, pero nosotros nos protegemos de las inclemencias del Sol gracias a que, una vez ocurrido, ya sabemos de él: no relativizamos ni su poder ni nuestras necesidades; la sociedad ocurre sin que podamos saber, sin que podamos contestar a priori suficientemente el por qué, pero una vez ocurre, una vez la sociedad es real, una vez deja de ser una conjetura, entonces sí podemos protegernos de sus inclemencias, sí podemos (debemos) no ser relativistas y actuar en función de lo que ya sabemos. Y ya sabemos mucho.
(Seguiré utilizando la palabra "humanista" por su alta capacidad de consenso, aunque sin renunciar a la búsqueda de una alternativa: el Humanismo murió con al Ilustración, y fue enterrado con la Posmodernidad) ¿Cuál sería la labor del humanista en este método? Dotarse de la humildad suficiente para saber estar en este caos que la complejidad conlleva (somos más de 6.000 millones, nuestros movimiento empiezan a parecerse al de un fluido, sin más norte ni oriente que la producida por la pura interacción entre todos: la dinámica de fluidos es una de las disciplinas más agobiantes del mundo de la física no cuántica) implica nunca saber con la suficiente certeza lo que ocurrirá: ni con suficiente tiempo para reaccionar antes de que ocurra, ni con suficiente conocimiento para prever cuál de los posibles derroteros tomará, ni con los suficientes medios para domeñar el hoy en un futuro perfecto. Y desde esa humildad, intentar, no ya liderar la avalancha en que se ha convertido nuestra historia, sino tan sólo (y no es poco) frenar, condicionar, encarrilar para hacer retroceder al máximo ese futuro perfecto, cuya realización solo podría significar -solo es realizable en- la muerte.
Vaya, me he puesto metafísico y posmoderno. Ruego me perdonéis y disculpéis que me arrebate en una tema tan vital: nuestro futuro, el futuro de nuestros descendientes.
02/10/06
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