29 noviembre 2012

Ética artificial


Por qué "ética artificial"
Lo indeterminado.
Demócrito, en un lejano pasado, pero que en sabiduría le iguala a los físicos cuánticos del presente, tuvo una genial intuición: en la naturaleza, lo que no es necesidad, es azar.
Esta frase contiene desde las leyes de Mendel y la estocástica genética hasta la fluctuaciones cuánticas y las estructuras disipativas de Ilya Prigogine1, pasando por la indeterminación de Heisenberg y el gato de Schrödinger.
Si hacemos nuestra la afirmación de Popper2, debemos preguntarnos si es suficiente el indeterminismo (derivado del azar cuántico) para explicar la libertad3 del ser humano. Y ello obliga a cuestionar si la moral, y la ética como reflexión sobre la propia moral, son reducibles a una mera obediencia a leyes naturales4, tan naturales como azarosas, o si, por el contrario, existe algo en la moral que no es reducible a la sola biología del ser humano.
Antes de seguir, analicemos dos términos que usaremos intensivamente en el presente ensayo, y que de forma corriente los entendemos antagónicos: natural y artificial. Los lingüistas saben que el lenguaje odia tener dos conceptos que comparten un mismo significado sin matices. Ése sería el caso si dijéramos, por ejemplo, que dado que el hombre es en esencia naturaleza, todo lo que hace es en esencia natural, y por ello lo artificial (recordemos: Artificial. [Del lat. Artificiālis] “Hecho por mano o arte del hombre”), en última instancia, también es natural, sin otro atributo distintivo que haber sido realizado por un determinado animal. Cuando tal cosa se da, cuando parece existir demasiada confluencia en su significación o bien uno de ellos decae o bien ocurre que su significado no es tan coincidente.
En este sentido, en el de mostrar alguna diferencia sustantiva de categoría entre la represa que crea el castor (¿por qué no debería ser considerada artificial?) y la que crea el hombre (¿por qué debe ser considerada de distinta categoría a la creada por el castor, siendo el origen del hombre tan natural como el del castor?), proponemos usar la palabra artificial para definir aquello que, a diferencia de lo natural, no tiene por qué darse, pero que su contingencia no es fruto del azar, pues entonces no saldríamos del mundo de la naturaleza, donde todo o es necesario o es azaroso, por lo tanto estrictamente reductible a lo natural, sino que es fruto de la voluntad humana (sea esto lo que sea, lo trataremos más adelante) y sujeto a normas que el ser humano se da y que no están escritas en las leyes de la naturaleza.
Lo normativo.
Verbigracia: la construcción de un edificio no puede saltarse las leyes de la naturaleza, y por eso existen los análisis de resistencias de las estructuras de un edificio, entre otros estudios necesarios que hacen de la arquitectura una disciplina descriptiva, pero su existencia no está escrita en la naturaleza. En términos científicos, y referidos a nuestra capacidad de construir edificios cuyos servicios y funciones van más allá de la pura supervivencia, estaríamos ante lo que podemos entender como el resultado de unas propiedades emergentes del ser humano5.
Podemos construir edificios, puesto que las leyes de la naturaleza lo permiten, pero hemos creado normas para su construcción. En este sentido, y además de instruirse en las leyes de la naturaleza, los arquitectos son educados en unas normas (y no sólo estéticas) que les obligan a trabajar de una determinada manera. Desde esa perspectiva podemos decir que la arquitectura tiene también una componente de ciencia normativa, ya que se dota de normas necesariamente coercitivas (limitan qué es lícito en el obrar del arquitecto) aplicables a la construcción de edificios. Evidentemente estas normas no pueden ir contra las leyes naturales, so pena de no ser cumplibles, y no por ser ilegítimas (lo ilegítimo sería penalizar su incumplimiento), sino por ser imposibles. La arquitectura tendría, así, una doble cara como ciencia: descriptiva (relacionada con las leyes de la naturaleza) y normativa (relacionada con la voluntad del ser humano).
Y referente a la materia del presente ensayo ¿Por qué no preguntarse si la moral y la ética pueden ser también el resultado de unas propiedades emergentes? Cuáles son éstas ya lo hemos avanzado, la reflexión y la imaginación6.
Lo no determinado.
Por otra parte, los que dan su apoyo a un determinismo biológico, a la naturaleza como único fundamento de nuestro proceder, suelen decir que la ‘libertad’ no es otra cosa que una ilusión, un artefacto creado por nuestro cerebro (pero creado con arreglo a imperiosas e ineludibles reglas biológicas, químicas y físicas) cuya existencia es meramente accidental y debida a las leyes que rigen la evolución y su ‘adáptate o muere’.
Mucho se ha escrito sobre ello, tanto a favor como en contra, y las posiciones distan mucho de tener la mínima posibilidad de acercarse: o bien existe la libertad de proceder, por minúscula y condicionada que ésta sea, o bien no existe. Tertium non datur.
Los defensores de la existencia de esa libertad de proceder no sostienen que todo proceder humano sea libre e incondicionado, aceptan de buen grado, por el contrario, la existencia de condicionantes; y no sólo su existencia, sino su impacto ineludible en una parte muy importante y significativa de nuestros actos.
No ocurre así con el bando opuesto, pues lo que mantienen la no existencia de esa libertad lo hacen -deben hacerlo- de forma absoluta. Siendo que, según la lógica, la negación total contradice de forma absoluta e irrevocable la afirmación parcial, y viceversa, no hay forma de acercar estas dos posiciones. Como decíamos, o la libertad existe, por mínima que sea, o no existe: no hay una tercera posibilidad.
No vamos a abundar en los argumentos de los no deterministas, tan solo queremos aportar en este prólogo, y en sintonía con la pregunta que lo encabeza (¿Por qué este título?), un hecho -innegable a nuestro entender- que nos permitirá inferir una hipótesis de trabajo: la evolución del cerebro, la aparición de la mente.
No cabe duda de que la evolución se rige por el cruel “adaptarse o morir”. Y el éxito aparente de este adaptarse, en tanto que el sujeto y su entorno están sometido a leyes para ellos heterónomas, y a la vez ambos son resultado parcial del azar, no puede ser motivo de orgullo (si es que este sentimiento se diera en la naturaleza). Tampoco los medios usados con el objetivo de sobrevivir pueden ser considerados con cargo a responsabilidad alguna del sujeto que resiste y permanece, por ser resultado ellos también de leyes heterónomas y accidentes estocásticos.
Igualmente es dado afirmar que la aparición del cerebro, tal y como hoy lo conocemos, y que alcanza su actual grado de complejidad y madurez hace aproximadamente 30 o 40 mil años, está sujeto a esas leyes y azares comentados, así que ni podemos expresar orgullo ni nos tenemos que sentir responsables de que, gracias a su existencia, hayamos tenido un éxito mayúsculo de supervivencia y adaptación: por lo que hace a sobrevivir y dominar el entorno, somos indudablemente superiores y reinamos con un éxito sin otro parangón conocido que el de aquellos saurios que hasta hace unos 65 millones de años (¡y durante 150 millones!) subyugaban la vida en la Tierra.
A partir de hace unos 2,5 millones de años, momento en el que aparece el primer homo (homo habilis), y especialmente a desde el pleistoceno (2 millones de años, homo erectus), el cerebro irá evolucionando hasta llegar a ser algo más que una muy buena herramienta para adaptarse al entorno. El ser humano, con esa herramienta inédita, empezará a modificar el entorno para protegerse: de adaptarse pasará a adaptarlo. Pero tal cosa, modificar el entorno para protegerse, nos dirán los deterministas, también lo hacen otros animales, como los castores y sus diques o las termitas y sus montículos. Ello es cierto y punto, y podemos dejar en el aire si los primeros homo erectus actuaban por intuición o por otro motivo.
Pero mientras que el castor y la termita se adaptaban a unos entornos definidos, superespecializándose en una forma específica de protegerse para sobrevivir, el homo erectus iba extendiendo sus dominios por la Tierra, llegando a asentarse hace unos 100.000 años en toda África, Europa del Sur, Centroeuropa y buena parte de Asia. Y fue gracias a la capacidad de su cerebro de idear nuevas formas de protección: dominó el fuego como elemento de defensa y de cocción, se vestía y calzaba con las pieles de los animales, construía habitáculos adaptados a las distintas geografías, etc. Se especializó en no especializarse, se adaptó a no adaptarse.
Con la llegada de los homo sapiens (el sapiens neanderthalensis y el sapiens sapiens), cuyo cerebro triplicaba en volumen al del homo erectus, el carácter excepcional de esa herramienta hasta entonces adaptativa se mostró en toda su potencia: si hace 200.000 años había medio millón de homos y hace 40.000 aproximadamente el doble, diez mil años más tarde esa cantidad ya se había multiplicado por cinco. Y esos cinco millones de sapiens sapiens cubrían la Tierra de norte a sur y de este a oeste en su totalidad7. La aparición del arte, primero prefigurativo, luego figurativo y más tarde ornamental, lo podemos asociar a la aparición de un cerebro abstracto (del que también gozan el resto de mamíferos), inteligente (que también se puede predicar de otros animales) y reflexivo. Reflexión que incluso es capaz de actuar sin necesidad de estímulos exteriores, siendo ésta la cualidad más humana de la reflexión, la de ser capaz de crear estímulos (o sea, imaginarlos) ajenos al contexto inmediato del propio sujeto reflexivo.
Lo artificial, como propiedad emergente.
Nos proponemos mostrar en el presente ensayo a la moral y a la ética (en tanto que reflexión sobre la moral) como resultado de unas propiedades emergentes (reflexión e imaginación) derivadas de la complejidad alcanzada por el cerebro humano, y proponer por ello que cabe hablar de una ética artificial (“Hecha por mano o arte del hombre”), de la que la libertad de elección, ocasionada por la reflexión, es su condición de posibilidad, entendiendo la ética como una ciencia normativa, que si bien no puede saltarse las leyes de la biología, no es reducible a su mero cumplimiento: sin dios ni naturaleza, la ética no es ni azar ni necesidad. Quizás sea artificial.

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1 Prigogine, Ilya, ¿Tan sólo una ilusión?, Editorial Tusquets, Barcelona, 1983

2 Addenda. El indeterminismo no basta: un epílogo (1972). Uno de los objetivos principales de la cosmología indeterminista de Popper es describir un mundo en el que sea posible la libertad humana (basta ceñirse aquí a la libertad de crear obras de arte o teorías científicas, aunque ésta se extiende también al campo de la moralidad), epílogo incluido en el segundo volumen de su Post Scriptum a «La lógica de la investigación científica»: Vol. I. Realismo y el objetivo de la ciencia; Vol. II. El universo abierto. Un argumento en favor del indeterminismo; y Vol. III. Teoría cuántica y el cisma en física.

3 Este término (libertad) debe ser problematizado con el ánimo de entender a qué nos referimos cuando nos decimos ser libres. Nos viene a la cabeza ese aforismo lúcido de Sartre: “…el hombre está condenado a ser libre”, en el que tan perfectamente articula esa contradicción en sus términos entre libertad y determinación: “Condenado porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace” (El existencialismo es humanismo, J.P. Sartre, Barcelona, Edhasa, 2002). Responsable, que no culpable, como lo es el que accidentalmente daña a un tercero, y se siente moralmente responsable aun cuando hubiese cumplido escrupulosamente con todo lo prescrito. La problematización del concepto ‘libertad’ (qué significa ser libre) la abordaremos en detalle en el capítulo dedicado al libre albedrío, sin que ello suponga que parcialmente no pueda ser tratado a lo largo de todo el ensayo.

4 Avisamos al lector que a excepción de algún momento puntual, no entraremos a discutir la validez de un discurso sobre la moral como algo otorgado por una divinidad, a la cual, y motivado por esa otorgación, debemos una obediencia basada en una hermenéutica sacerdotal (teológica o new age) de su palabra. Para una motivación de la presente advertencia, ver nota 47 sobre la autonomía del ser humano según Julio Anguita y nota 49 sobre el cambio de paradigma en la transmisión del conocimiento según Foucault.

5 Propiedades emergentes: propiedades que aparecen cuando se alcanza un cierto nivel de complejidad, responden a leyes propias, no pueden saltarse las leyes de nivel anterior pero no pueden explicarse desde la aplicación de dichas leyes. Las propiedades químicas de los elementos (en sencillo: que sea ácido o base, que reaccione o sea inerte, entre otras) no son explicables desde las leyes de la física. Las propiedades biológicas no son reductibles a las leyes de la química. Las leyes de lo cultural, social o político no son explicables desde las leyes de la biología: son propiedades emergentes asociables a la complejidad desarrollada por el cerebro humano, propiedades que como ya hemos advertido no pueden saltarse las leyes de la naturaleza (las leyes biológicas, químicas y físicas), pero no son reducibles a dichas leyes. Para mayor abundamiento, ver Emilio Garcia García (Andrés Rivadulla Rodríguez, editor), Hipótesis y verdad en ciencia: ensayos sobre la filosofía de Karl R. Popper, Capítulo ‘El yo y su cerebro. Veinticinco años despues’, COMPLUTENSE, 2004, página 100 y ss

6 Tal y como nos advierte José Luís Pardo en La regla de juego, imaginación y fantasía no son los mismo (añadir breve explicación y referencia, y un comentario sobre la posibilidad de que ciertos mamíferos sueñen: Lorentz, Popper, etología…)

7 Se estima que hace 25.000 – 23.000 años el hombre cruzó el estrecho de Bering y pobló el continente americano.




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