Por qué "ética artificial"
Lo indeterminado.
Demócrito, en un lejano
pasado, pero que en sabiduría le iguala a los físicos cuánticos
del presente, tuvo una genial intuición: en la naturaleza, lo que no
es necesidad, es azar.
Esta frase contiene desde las
leyes de Mendel y la estocástica genética hasta la fluctuaciones
cuánticas y las estructuras disipativas de Ilya Prigogine1,
pasando por la indeterminación de Heisenberg y el gato de
Schrödinger.
Si hacemos nuestra la
afirmación de Popper2,
debemos preguntarnos si es suficiente el indeterminismo (derivado del
azar cuántico) para explicar la libertad3
del ser humano. Y ello obliga a cuestionar si la moral, y la ética
como reflexión sobre la propia moral, son reducibles a una mera
obediencia a leyes naturales4,
tan naturales como azarosas, o si, por el contrario, existe algo en
la moral que no es reducible a la sola biología del ser humano.
Antes de seguir, analicemos
dos términos que usaremos intensivamente en el presente ensayo, y
que de forma corriente los entendemos antagónicos: natural y
artificial. Los lingüistas saben que el lenguaje odia tener dos
conceptos que comparten un mismo significado sin matices. Ése sería
el caso si dijéramos, por ejemplo, que dado que el hombre es en
esencia naturaleza, todo lo que hace es en esencia natural, y por
ello lo artificial (recordemos: Artificial.
[Del lat. Artificiālis] “Hecho
por mano o arte del hombre”),
en última instancia, también es natural, sin otro atributo
distintivo que haber sido realizado por un determinado animal. Cuando
tal cosa se da, cuando parece existir demasiada confluencia en su
significación o bien uno de ellos decae o bien ocurre que su
significado no es tan coincidente.
En este sentido, en el de
mostrar alguna diferencia sustantiva de categoría entre la represa
que crea el castor (¿por qué no debería ser considerada
artificial?) y la que crea el hombre (¿por qué debe ser considerada
de distinta categoría a la creada por el castor, siendo el origen
del hombre tan natural como el del castor?), proponemos usar la
palabra artificial
para definir aquello que, a diferencia de lo natural,
no tiene por qué darse, pero que su contingencia no es fruto del
azar, pues entonces no saldríamos del mundo de la naturaleza, donde
todo o es necesario o es azaroso, por lo tanto estrictamente
reductible a lo natural, sino que es fruto de la voluntad humana (sea
esto lo que sea, lo trataremos más adelante) y sujeto a normas que
el ser humano se da y que no están escritas en las leyes de la
naturaleza.
Lo normativo.
Verbigracia: la construcción
de un edificio no puede saltarse las leyes de la naturaleza, y por
eso existen los análisis de resistencias de las estructuras de un
edificio, entre otros estudios necesarios que hacen de la
arquitectura una disciplina descriptiva, pero su existencia no está
escrita en la naturaleza. En términos científicos, y referidos a
nuestra capacidad de construir edificios cuyos servicios y funciones
van más allá de la pura supervivencia, estaríamos ante lo que
podemos entender como el resultado de unas propiedades emergentes del
ser humano5.
Podemos construir edificios,
puesto que las leyes de la naturaleza lo permiten, pero hemos creado
normas para su construcción. En este sentido, y además de
instruirse en las leyes de la naturaleza, los arquitectos son
educados en unas normas (y no sólo estéticas) que les obligan a
trabajar de una determinada manera. Desde esa perspectiva podemos
decir que la arquitectura tiene también una componente de ciencia
normativa, ya que se dota de normas necesariamente coercitivas
(limitan qué es lícito en el obrar del arquitecto) aplicables a la
construcción de edificios. Evidentemente estas normas no pueden ir
contra las leyes naturales, so pena de no ser cumplibles, y no por
ser ilegítimas (lo ilegítimo sería penalizar su incumplimiento),
sino por ser imposibles. La arquitectura tendría, así, una doble
cara como ciencia: descriptiva (relacionada con las leyes de la
naturaleza) y normativa (relacionada con la voluntad del ser humano).
Y referente a la materia del
presente ensayo ¿Por qué no preguntarse si la moral y la ética
pueden ser también el resultado de unas propiedades emergentes?
Cuáles son éstas ya lo hemos avanzado, la reflexión y la
imaginación6.
Lo no determinado.
Por otra parte, los que dan su
apoyo a un determinismo biológico, a la naturaleza como único
fundamento de nuestro proceder, suelen decir que la ‘libertad’ no
es otra cosa que una ilusión, un artefacto creado por nuestro
cerebro (pero creado con arreglo a imperiosas e ineludibles reglas
biológicas, químicas y físicas) cuya existencia es meramente
accidental y debida a las leyes que rigen la evolución y su
‘adáptate o muere’.
Mucho se ha escrito sobre
ello, tanto a favor como en contra, y las posiciones distan mucho de
tener la mínima posibilidad de acercarse: o bien existe la libertad
de proceder, por minúscula y condicionada que ésta sea, o bien no
existe. Tertium
non datur.
Los defensores de la
existencia de esa libertad de proceder no sostienen que todo proceder
humano sea libre e incondicionado, aceptan de buen grado, por el
contrario, la existencia de condicionantes; y no sólo su existencia,
sino su impacto ineludible en una parte muy importante y
significativa de nuestros actos.
No ocurre así con el bando
opuesto, pues lo que mantienen la no existencia de esa libertad lo
hacen -deben hacerlo- de forma absoluta. Siendo que, según la
lógica, la negación total contradice de forma absoluta e
irrevocable la afirmación parcial, y viceversa, no hay forma de
acercar estas dos posiciones. Como decíamos, o la libertad existe,
por mínima que sea, o no existe: no hay una tercera posibilidad.
No vamos a abundar en los
argumentos de los no deterministas, tan solo queremos aportar en este
prólogo, y en sintonía con la pregunta que lo encabeza (¿Por qué
este título?), un hecho -innegable a nuestro entender- que nos
permitirá inferir una hipótesis de trabajo: la evolución del
cerebro, la aparición de la mente.
No cabe duda de que la
evolución se rige por el cruel “adaptarse o morir”. Y el éxito
aparente de este adaptarse,
en tanto que el sujeto y su entorno están sometido a leyes para
ellos heterónomas, y a la vez ambos son resultado parcial del azar,
no puede ser motivo de orgullo (si es que este sentimiento se diera
en la naturaleza). Tampoco los medios usados con el objetivo de
sobrevivir pueden ser considerados con cargo a responsabilidad alguna
del sujeto que resiste y permanece, por ser resultado ellos también
de leyes heterónomas y accidentes estocásticos.
Igualmente es dado afirmar que
la aparición del cerebro, tal y como hoy lo conocemos, y que alcanza
su actual grado de complejidad y madurez hace aproximadamente 30 o 40
mil años, está sujeto a esas leyes y azares comentados, así que ni
podemos expresar orgullo ni nos tenemos que sentir responsables de
que, gracias a su existencia, hayamos tenido un éxito mayúsculo de
supervivencia y adaptación: por lo que hace a sobrevivir y dominar
el entorno, somos indudablemente superiores y reinamos con un éxito
sin otro parangón conocido que el de aquellos saurios que hasta hace
unos 65 millones de años (¡y durante 150 millones!) subyugaban la
vida en la Tierra.
A partir de hace unos 2,5
millones de años, momento en el que aparece el primer homo (homo
habilis), y
especialmente a desde el pleistoceno (2 millones de años, homo
erectus), el
cerebro irá evolucionando hasta llegar a ser algo más que una muy
buena herramienta para adaptarse al entorno. El ser humano, con esa
herramienta inédita, empezará a modificar el entorno para
protegerse: de adaptarse pasará a adaptarlo. Pero tal cosa,
modificar el entorno para protegerse, nos dirán los deterministas,
también lo hacen otros animales, como los castores y sus diques o
las termitas y sus montículos. Ello es cierto y punto, y podemos
dejar en el aire si los primeros homo
erectus
actuaban por intuición o por otro motivo.
Pero mientras que el castor y
la termita se adaptaban a unos entornos definidos,
superespecializándose en una forma específica de protegerse para
sobrevivir, el homo
erectus iba
extendiendo sus dominios por la Tierra, llegando a asentarse hace
unos 100.000 años en toda África, Europa del Sur, Centroeuropa y
buena parte de Asia. Y fue gracias a la capacidad de su cerebro de
idear nuevas formas de protección: dominó el fuego como elemento de
defensa y de cocción, se vestía y calzaba con las pieles de los
animales, construía habitáculos adaptados a las distintas
geografías, etc. Se especializó en no especializarse, se adaptó a
no adaptarse.
Con la llegada de los homo
sapiens (el
sapiens
neanderthalensis
y el sapiens
sapiens),
cuyo cerebro triplicaba en volumen al del homo
erectus, el
carácter excepcional de esa herramienta hasta entonces adaptativa se
mostró en toda su potencia: si hace 200.000 años había medio
millón de homos
y hace 40.000 aproximadamente el doble, diez mil años más tarde esa
cantidad ya se había multiplicado por cinco. Y esos cinco millones
de sapiens
sapiens
cubrían la Tierra de norte a sur y de este a oeste en su totalidad7.
La aparición del arte, primero prefigurativo, luego figurativo y más
tarde ornamental, lo podemos asociar a la aparición de un cerebro
abstracto (del que también gozan el resto de mamíferos),
inteligente (que también se puede predicar de otros animales) y
reflexivo. Reflexión que incluso es capaz de actuar sin necesidad de
estímulos exteriores, siendo ésta la cualidad más humana de la
reflexión, la de ser capaz de crear estímulos (o sea, imaginarlos)
ajenos al contexto inmediato del propio sujeto reflexivo.
Lo artificial, como
propiedad emergente.
Nos proponemos mostrar en el
presente ensayo a la moral y a la ética (en tanto que reflexión
sobre la moral) como resultado de unas propiedades emergentes
(reflexión e imaginación) derivadas de la complejidad alcanzada por
el cerebro humano, y proponer por ello que cabe hablar de una ética
artificial (“Hecha
por mano o arte del hombre”),
de la que la libertad de elección, ocasionada por la reflexión, es
su condición de posibilidad, entendiendo la ética como una ciencia
normativa, que si bien no puede saltarse las leyes de la biología,
no es reducible a su mero cumplimiento: sin dios ni naturaleza, la
ética no es ni azar ni necesidad. Quizás sea artificial.
______________________________________
1
Prigogine, Ilya, ¿Tan sólo una ilusión?, Editorial
Tusquets, Barcelona, 1983
2
Addenda. El indeterminismo no basta: un epílogo (1972). Uno
de los objetivos principales de la cosmología indeterminista de
Popper es describir un mundo en el que sea posible la libertad
humana (basta ceñirse aquí a la libertad de crear obras de arte o
teorías científicas, aunque ésta se extiende también al campo de
la moralidad), epílogo incluido en el segundo volumen de su Post
Scriptum a «La lógica de la investigación científica»: Vol.
I. Realismo y el objetivo de la ciencia; Vol. II. El universo
abierto. Un argumento en favor del indeterminismo; y Vol.
III. Teoría cuántica y el cisma en física.
3
Este término (libertad) debe ser problematizado con el ánimo de
entender a qué nos referimos cuando nos decimos ser libres. Nos
viene a la cabeza ese aforismo lúcido de Sartre: “…el hombre
está condenado a ser libre”, en el que tan perfectamente
articula esa contradicción en sus términos entre libertad y
determinación: “Condenado porque no se ha creado a sí mismo,
y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al
mundo es responsable de todo lo que hace” (El
existencialismo es humanismo, J.P. Sartre, Barcelona, Edhasa,
2002). Responsable, que no culpable, como lo es el que
accidentalmente daña a un tercero, y se siente moralmente
responsable aun cuando hubiese cumplido escrupulosamente con todo lo
prescrito. La problematización del concepto ‘libertad’ (qué
significa ser libre) la abordaremos en detalle en el capítulo
dedicado al libre albedrío, sin que ello suponga que parcialmente
no pueda ser tratado a lo largo de todo el ensayo.
4
Avisamos al lector que a excepción de algún momento puntual, no
entraremos a discutir la validez de un discurso sobre la moral como
algo otorgado por una divinidad, a la cual, y motivado por esa
otorgación, debemos una obediencia basada en una hermenéutica
sacerdotal (teológica o new age) de su palabra. Para una
motivación de la presente advertencia, ver
nota 47
sobre la autonomía del ser humano según Julio Anguita y nota 49
sobre el cambio de paradigma en la transmisión del conocimiento
según Foucault.
5
Propiedades emergentes: propiedades que aparecen cuando se alcanza
un cierto nivel de complejidad, responden a leyes propias, no pueden
saltarse las leyes de nivel anterior pero no pueden explicarse desde
la aplicación de dichas leyes. Las propiedades químicas de los
elementos (en sencillo: que sea ácido o base, que reaccione o sea
inerte, entre otras) no son explicables desde las leyes de la
física. Las propiedades biológicas no son reductibles a las leyes
de la química. Las leyes de lo cultural, social o político no son
explicables desde las leyes de la biología: son propiedades
emergentes asociables a la complejidad desarrollada por el cerebro
humano, propiedades que como ya hemos advertido no pueden saltarse
las leyes de la naturaleza (las leyes biológicas, químicas y
físicas), pero no son reducibles a dichas leyes. Para mayor
abundamiento, ver Emilio Garcia García (Andrés Rivadulla
Rodríguez, editor), Hipótesis
y verdad en ciencia: ensayos sobre la filosofía de Karl R. Popper,
Capítulo ‘El yo y su cerebro. Veinticinco años despues’,
COMPLUTENSE, 2004, página 100 y ss
6
Tal y como
nos advierte José Luís Pardo en La
regla de juego,
imaginación y fantasía no son los mismo (añadir
breve explicación y referencia, y un comentario sobre la
posibilidad de que ciertos mamíferos sueñen: Lorentz, Popper,
etología…)
7
Se estima que hace 25.000 – 23.000 años el hombre cruzó el
estrecho de Bering y pobló el continente americano.
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