RBU: Renta Básica Universal. El peligro pasa por vaciar la RBU de contenido social y disruptivo y evitar el desarrollo de unas potencialidades a todas luces enojosas para la derecha.
Cada vez que una persona, sin importar procedencia u
ocupación, afirma que lo que va a decir o a hacer o lo que sea -o incluso ella
misma- no es de derechas ni de izquierdas, un prejuicio me pone en alerta ante
lo que se me viene encima, ya sea un discurso, un análisis o una solución. Y
digo que es un prejuicio, o sea: un juicio previamente formulado, pero por ello no sin
fundamento: ahí están a libre disposición qué, y en qué, queda lo dicho, lo
hecho e incluso la persona misma que se afana y ufana de que eso de derechas e
izquierdas ya está periclitado. Y queda en que es de derechas.
Por eso uno agradece que aún haya personas con un
mínimo de rigor que hablen de lucha de clases, y no desde la orilla sindical: W. Buffet, NYT, 26/11/2006, “There’s class warfare, all right, but it’s
my class, the rich class, that’s making war, and we’re winning.”, o hable de
derechas e izquierdas, como Marc Vidal,
quien al referirse a la RBU (que el llama “Renta
Mínima -o a veces Salario Mínimo- Universal”)
afirma que, con independencia de las fuentes de financiación, existen dos RBU[1]:
la de derechas (la buena: “garantía de
bienestar”) y la de izquierdas (la mala: “jaula de voluntades y libertades”).
¿Puede ser de derechas una RBU?
La pregunta es de una malicia enervante, y cabe
decir que la afirmación de Marc Vidal de una supuesta RBU de derechas persigue precisamente
que nos enredemos en la trampa que yace escondida en dicha pregunta: el mero
hecho de plantearnosla provoca que se abra en nuestra mente la posibilidad de
una RBU de derechas (como aquello de “no pienses en un elefante rosa”, que
ineludiblemente te lleva a pensar, pues precisamente ése es el efecto buscado,
en un “elefante rosa”). Ésa no es la pregunta correcta.
La pregunta pertinente, y ya totalmente necesaria
por el peligro que seguidamente expondremos, es ¿puede la derecha, la clase de
Buffet y de Vidal, tergiversar la RBU y, alejándola de sus principios sociales
y disruptores, convertirla en otra cosa?
Puede. Y ahí radica el peligro: la derecha quiere,
y puede, subvertir la razón de ser de la RBU ¿Cómo? Recordemos, primero, qué es
la RBU:
El concepto de RBU es el de un importe que reciben
periódicamente todas las personas por el hecho de ser ciudadanos del país que
se trate. No sustituye ningún ingreso privado ni precisa de ninguna condición.
Permite acumular todas las otras rentas que el ciudadano pueda conseguir y, por
lo tanto, en ningún caso desincentiva al trabajo, al no perderse esta renta
cuando se consigue otra.
El objetivo principal de la RBU es la eliminación
de la pobreza. Pero no nos tenemos que quedar aquí. La importancia de la RBU se
percibe en toda su dimensión cuando se toma en consideración la libertad que
gana una persona si dispone de la misma. Garantiza un nivel mínimo de consumo,
y esta es la condición para acceder a todo lo demás. La persona ha ganado un
empoderamiento que le permite escoger su modelo de vida. Por ejemplo, la
posibilidad de decidir qué actividad, remunerada o no, llevará a cabo.
Estamos ante una renta que la cobrará todo el
mundo, independientemente de su nivel de ingresos. También es independiente de
si vive sola o acompañada, de si ha trabajado o no, de su edad, de su género.
La cobrará desde el momento del nacimiento hasta su muerte. La condición es
ser ciudadano, y si esta RBU se extiende a todos los países, la condición será́
haber nacido.
¿Porqué consideramos a la RBU como una propuesta de
izquierdas? Detallemos los motivos que nos llevan a considerar a la RBU como
una política digna de ser defendida por todo partido de izquierdas y sindicato
de clase:
- Por ser Universal y no
dividir la población entre quien la recibe y quien no, no genera ningún tipo de
discriminación o marginación.
- Ataca el fundamento
económico de la desigualdad extrema, pero no niega la posibilidad del mérito
como opción individual.
- Es la lógica continuación
del Estado del Bienestar, siendo un paso de importancia equiparable a la
universalización de la sanidad.
- Por ser un derecho
subjetivo, independiza al perceptor, es decir, a la sociedad en su conjunto, de
posibles sesgos de la Administración.
- Elude la trampa de la
pobreza y combate la exclusión, permitiendo a la ciudadanía optar con una mayor
igualdad de oportunidades a un trabajo u ocupación -asalariado o no- digno y
acorde a su voluntad y capacidad.
- Aumenta la sensación
de pertenencia, en libertad y no coactiva, a la comunidad, sin otra exigencia
que la de ser ciudadano.
- Su puesta en marcha
implica una mayor progresividad en las políticas fiscales, incidiendo en la
mayor capacidad redistributiva de las mismas.
- No cuestiona la
producción, por lo que ni es ludita ni se opone a los avances técnicos u
organizativos. Sí cuestiona, sin
embargo, cierta políticas de distribución de lo producido.
Si en cualquier buscador de internet pedimos que
busque argumentos contra la renta básica,
nos saldrán varios cientos de miles de referencias: está claro que existe una
abundante y prolífica actividad discursiva contra la RBU[2].
Pero podemos advertir matices en varios textos de los últimos 12 meses, como
por ejemplo el artículo de The Economist (https://goo.gl/TnuIuE) donde tras advertir “sobre los efectos negativos para la economía
del establecimiento de una renta básica universal y acusa[r] a quienes proponen su creación de haber ‘subestimado’
las consecuencias”, finaliza afirmando que con todo “una renta básica podría tener sentido en un mundo de solapamiento
tecnológico en el que las máquinas han destruido una parte importante de los
empleos que realizaban las personas”. Y como éste, muchos otros: algo ocurre.
Ése algo es, obviamente, la imposibilidad de que el trabajo
asalariado sea la vía retributiva eficiente para que la sociedad pueda adquirir
lo que produce. Eso sí: esta imposibilidad no será de ninguna de las
maneras reconocida de derecho, sólo de hecho, a regañadientes y con complicadas
frases como “solapamiento tecnológico”
(The Economist), “lógica de un mundo que
logrará producir lo mismo o más sin la necesidad de tanto trabajador” (Marc
Vidal), “el sistema de protección social
actual se está quedando obsoleto” (OCDE), “Usted no es necesario. Yo le doy una renta básica, pero usted no me
crea problemas” (Niño-Becerra),
todas ellas muy alejadas de lo que es cada vez más obvio y evidente: el salario
(el trabajo asalariado) está dejando de ser la vía retributiva eficiente para que
la sociedad pueda comprar las mercancías y servicios que ella produce (una
acción, la de comprar lo que se produce, que, tal y como el mismísimo Ford ya advirtió en 1915, es esencial
para que el sistema no colapse[3]).
El peligro, ése que anunciábamos arriba, estriba en
vaciar la RBU de contenido social y disruptivo y evitar, aunque el mecanismo
sea similar, y por ello se pueda mantener de forma engañosa el nombre de Renta
Básica Universal (o algo similar), las razones para su defensa antes anunciadas,
y que a todas luces son enojosas para la derecha.
- Por ser Universal y
no dividir la población entre quien la recibe y quien no, no genera ningún tipo
de discriminación o marginación.
Como el Propio Marc Vidal nos recuerda, un liberal,
Milton Friedman (en un inicio, en
conjunción con Tobin, aunque más
tarde abandonó la idea por considerarla regresiva) apoyó una “renta básica en base a impuesto negativo
sobre el salario”, lo que conlleva que sólo los contribuyentes con salarios
bajos tendrían derecho a esa renta básica,
quedando el resto por arriba sin cobrarla y los no contribuyente sometidos, en
su caso, a cualquiera de los formatos de rentas mínimas de inserción.
Con los esquemas tipo “Friedman” tendríamos tres
grupos con intereses encontrados: los contribuyentes que perciben la renta
básica, señalados; los sometidos a rentas mínimas, sujetos a la trampa de la
pobreza; y los contribuyentes que perciben la renta básica, con sentimiento de
agravio.
Esta trampa parece burda, pero un buen vendedor hará
que cualquier lego en la materia (y es difícil hoy abarcar todas las materias)
caiga en ella a poco que la enmascare.
- Ataca el fundamento
económico de la desigualdad extrema, pero no niega la posibilidad del mérito
como opción individual.
Ya hemos visto lo que se le ha “escapado” a
Niño-Becerra (“Usted no es necesario. Yo
le doy una renta básica, pero usted no me crea problemas”). Una visión de
derechas no entenderá la RBU como una herramienta para acometer los problemas
sociales de la desigualdad, sino que la usará tan sólo para enfrentar problemas
de orden público, tensionando a la baja (al mínimo imprescindible para que la
situación no explote) el importe, y no, en cambio, adecuándolo a la capacidad
de la sociedad de producir bienes y servicios.
- Es la lógica
continuación del Estado del Bienestar, siendo un paso de importancia
equiparable a la universalización de la sanidad.
Friedman hace años, pero también el conservador
americano Charles Murray[4]
o el laborista inglés Meghnad Desai[5]
en el presente, son perfectos ejemplos de cómo usar, o más bien abusar, de un
concepto para darle la vuelta y volverlo contra los supuestos beneficiarios:
RBU, sí, pero a cambio de monetizar (o sea, privatizar) todo el Estado del
Bienestar. Atender a estos zorros nos
puede llevar a meter por la puerta de atrás de las políticas progresistas la
monetización de los servicios. Para entender el impacto que puede tener una RBU
planteada como alternativa a –y no como complemento y continuación de- las prestaciones
de servicios sociales del Estado del Bienestar (educación, sanidad,
dependencia…), conviene recordar qué ocurrió en Rusia cuando Vladimir Putin
impuso en 2005 la monetización de las prestaciones sociales[6].
- Por ser un derecho
subjetivo, independiza al perceptor, es decir, a la sociedad en su conjunto, de
posibles sesgos de la Administración.
- Elude la trampa de
la pobreza y combate la exclusión, permitiendo a la ciudadanía optar con una
mayor igualdad de oportunidades a un trabajo u ocupación -asalariado o no- digno
y acorde a su voluntad y capacidad.
- Aumenta la
sensación de pertenencia, en libertad y no coactiva, a la comunidad, sin otra
exigencia que la de ser ciudadano.
La libertad del ciudadano se puede decir (predicar, en la forma que usan los filósofos) de varias maneras. En
particular la libertad se puede decir de manera “individualista, egoísta, avara y competitiva”[7],
y nadie negará que sometidos a la ley de la selva, donde reina la ley del más
fuerte, es difícil inhibirse a esa forma de usar la libertad. Una RBU como “modelo empresarial independiente para
evolucionar” (Marc Vidal); una RBU donde la “libertad individual” del ciudadano se basa en competir en el
mercado por los bienes y servicios de primera necesidad (Friedman, Charles
Murray, Meghnad Desai, Putin); una RBU por graciosa caridad ya que “usted no es necesario” (Niño-Becerra); una
visión tal de la RBU nos pone ante una paisaje desolador: a cambio de la RBU
debemos abandonar (desregular dicen,
que así suena casi aséptico) la defensa de los trabajadores, convirtiéndolos en
empresarios de sí mismos; la defensa de los ciudadanos, convirtiéndolos en
consumidores; la defensa de la comunidad, convirtiéndola en mera agregación de
individuos en competencia. A diferencia de la RBU de izquierdas, que es incondicional,
la (falsa) RBU de la derecha no la ofrecen a cambio de nada, la dan a cambio
del derecho a ser considerado ciudadano digno, a cambio de convertirnos en
seres “individualistas, egoístas, avaros
y competitivos”: nosotros, vienen a decir, le damos esta cantidad, y a
partir de aquí ya sabe: espabílese.
La trampa radica en presentar una (falsa) RBU como
algo independiente del resto del entramado institucional que nos protege: de
las instituciones del mundo del trabajo: leyes laborales que regulen la defensa
de los asalariados, fomenten la asociación y eviten la aparición de falsos
autónomos; de las del mundo de la sanidad y la dependencia: leyes que nos
protejan de los avatares de la vida; de las del mundo social y cultural: leyes
que fomenten la integración social y la no discriminación.
La trampa que subyace a aquella trampa reside en
presentar a las leyes en general como necesariamente coaccionadoras de la
libertad, cuando por el contrario son, también en general, condición de
posibilidad de la existencia de nuestra libertad individual en tanto que
ciudadanos de una sociedad madura.
La RBU precisa del resto de las regulaciones para
poder asegurar que la libertad del perceptor no se basa -no necesita- de la
competencia sino que promueve la colaboración, impulsando con ello los
sentimientos de pertenencia, responsabilidad, integración e independencia que
empoderan tanto a la sociedad como a los ciudadanos tomados de uno en uno.
- Su puesta en marcha
implica una mayor progresividad en las políticas fiscales, incidiendo en la
mayor capacidad redistributiva de las mismas.
Ningún discurso de derechas plantea la RBU como una
herramienta que mejore la redistribución. Todo lo contrario: o bien
directamente niegan cualquier bondad a los impuestos (“Bajar impuestos no es pecado. Es una opción legítima”, Marc Vidal),
o bien plantean la RBU a cambio de los impuestos dedicados a otros apartados o
indican la no necesidad de nuevos impuestos en base a la mayor eficiencia de su
gestión o su impacto positivo en la salud. Es decir: condicionan la RBU a su
eficiencia (que nadie niega) pero le niegan su capacidad de hacer de la
política fiscal un herramienta que mejore la progresividad de los impuestos y
su capacidad redistributiva.
- No cuestiona la
producción, por lo que ni es ludita ni se opone a los avances técnicos u
organizativos. Sí cuestiona, sin embargo, cierta políticas de distribución de
lo producido.
Cuando la distribución de lo producido, como ya
hemos visto, no tiene en el salario solo su forma más eficiente, entonces ha
llegado la hora de replantear si el mero salario es la mejor política de
distribución de lo producido. Como ya habíamos advertido, es casi imposible que
la derecha acepte de buen grado que tengamos que ingeniar nuevas formas de
distribución (apropiación) de los bienes y servicios producidos; por ello, para
amagar las verdaderas razones que hacen del todo necesario implantar una RBU,
pondrán sobre la mesa sus razones (eficiencia del uso de los impuestos,
libertad para comprar bienes y servicios, mantenimiento del orden público,…):
lo último que aceptarán es que la suma de globalización, financiarización y
robotización nos aboca a un colapso económico, político y social si las
relaciones de distribución (la capacidad de apropiación de cada una de las
clases sociales[8] a las
que certeramente se refiere Buffet) no sufren el cambio disruptivo que conlleva
una RBU sin apellidos.
Siempre que hemos defendido la RBU hemos querido
dejar claro que no podemos obviar aspectos potencialmente negativos en su puesta
en marcha, aspectos que deben ser tenidos en cuenta y pensada su respuesta, por
aquello de que “si algo puede ir mal, irá”:
1) Cultura consumista.
2) Herramienta creadora de nuevas realidades.
3) Sociedad meritocrática.
4) Riesgo de monetización de los servicios.
5) Repliegue de la mujer a tareas de cuidado y del
hogar.
6) No se ve como una consecuencia del Estado del
Bienestar.
7) Fin en sí misma o camino hacia la Asignación
para la Autonomía Incondicional.
8) Extra precarización de los inmigrantes (con o
sin papeles).
9) Morir de éxito.
A todas estas
tenemos que añadir una más que, "last, but not least”, tal vez sea
por peligrosa la más importante de todas:
10) Vaciado
de sentido progresista desde la derecha política.
La RBU ya
está sobre la mesa: el primer paso ya está dado y, si no imposible, será
difícil volver atrás. Ahora toca evitar que anulen la parte más revolucionaria
(o disruptiva, hablando como tecnosociólogos) de su núcleo: modificar, para
mejor, las relaciones sociales y políticas de distribución, y empoderar con
ello a la ciudadania en su conjunto.
Rafael Granero Chulbi.
revo Prosperidad Sostenible
[2] Desde posiciones de izquierda ortodoxa (Paralelo 36, Andalucía, https://goo.gl/YFP8td), hasta sesudos libros
de filosofía política liberal (Contra la
renta básica, Juan Ramón Rallo, https://goo.gl/q2iuX0)
pasando por análisis que comparan peras con manzanas (Siete argumentos contra la Renta Básica Universal y a favor del Trabajo
Garantizado, Eduardo Garzón, https://goo.gl/3Tv6dM)
[3] De lo expuesto no cabe deducir que apoyamos el consumismo; por el
contrario, entendemos que de una manera u otra debemos buscar alternativas al
consumo actual, alternativas que, necesariamente, pasarán por producir
distinto, si no directamente menos. No obstante debemos advertir que una menor
producción significaría, al igual que significa una mayor productividad, una
menor necesidad de trabajo remunerado total, lo que conllevaría una menor retribución
a la sociedad en el epígrafe de salarios y seguiría siendo igualmente válido
que el salario del trabajo remunerado “dejaría de ser la vía retributiva eficiente
para que la sociedad pueda comprar las mercancías y servicios que ella produce”.
[4] “Más recientemente,
intelectuales conservadores de cabecera en EE UU como Charles Murray han defendido el concepto como una alternativa a un
Estado de Bienestar que detestan y que, a su juicio, está en pleno proceso de
“autodestrucción”. Murray propone una asignación anual de 10.000 dólares (algo
menos de 9.000 euros) al año a cada adulto mayor de 25 años que sustituya a
todas las transferencias sociales y al programa de atención médica Medicare.
“Bajo los criterios conservadores”, escribía recientemente el politólogo del
think tank American Enterprise Institute, esta renta básica “es claramente
superior al sistema actual para terminar con la pobreza involuntaria”. Se
trata, argumentan, de unificar el complejo sistema de ayudas sociales vigente
en muchos países, simplificar la burocracia, eliminar ineficiencias y
reestablecer la libertad individual.” El País, 11/09/2016 , https://goo.gl/DVevpG.
[5] “Leí esta idea hace tiempo
en trabajos de laboristas británicos tan solventes como Meghnad Desai -veáse el libro de Robert Skidelsky y otros, «The
state of the future» (Londres, The Social Market Foundation, 1998)-. Se trata,
efectivamente, de redistribuir, de que el Estado le dé a la gente dinero, pero
sólo dinero. Se privatizaría todo el Estado menos el Ministerio de Hacienda, se
acabaría con el Estado del Bienestar, todo el mundo recibiría en su cuenta
bancaria todos los meses su «renta básica», y a partir de ahí compraría los
bienes y servicios, que serían todos privados.” ABC, 19/08/2006, https://goo.gl/0nbRrZ.
[6] “…las pensiones siguen
siendo bajas –2.395 rublos al mes (85 do lares) en 2005– y la monetización de
una serie de prestaciones sociales en 2004 ha limitado aún más los recursos de
los pensionistas. Su nivel de vida se ha erosionado al tener que pagar el
transporte y los servicios públicos, que antes eran gratuitos, y por la
inflación, antes superior al 10 por 100, ahora en el 9,7 por 100, pero aún así́
probablemente superior al ritmo de aumento de la pensión media.” (página
2). “Como ya se ha señalado, la
Administración de Putin no ha redistribuido activamente la riqueza […] de hecho, su régimen fiscal pretende
precisamente beneficiar aun más a los ricos, mientras que la monetización de
las prestaciones sociales y el aumento del precio de los servicios públicos
perjudican a los pobres.”(página 59), LOS
CONTORNOS DE LA ERA PUTIN, Tony Wood, (https://newleftreview.org/article/download_pdf?id=2659&language=es)
[7] “El propio sistema está
polarizando la sociedad, el grado de desigualdad y la tasa de pobreza están
manteniéndose, junto a la precarización del trabajo y, por tanto, a la
inestabilidad vital.” Salud mental en
una sociedad neoliberal, P. Cervera, eldiario.es, 26/05/2017, https://goo.gl/nJQsrz.
[8] Aún sabiendo que esta nota queda
pendiente de argumentar y desarrollar como una posible tesis, vamos a avanzar
una propuesta: existen dos clases, a saber: una, la que podemos llamar “asalariada”,
formada por las personas que para vivir con dignidad dependen de que
existan impuestos como soporte a los servicios públicos (conjunto de ciudadanos que dependen directa o indirectamente de un salario o
de las cotizaciones e impuestos asociados directa o indirectamente a la
producción, y dedican sus rentas -salario, ganancia, pensión, subsidio o
similar- principalmente al consumo y a pagar impuestos para hacer funcionar la
parte pública de la producción de bienes básicos; se debe incluir a los que no
trabajan, por ser estudiantes, estar en paro, producir en
autoproducción/autoconsumo, trabajar en tareas de cuidado y hogar, jubilados o
similares, ya que también son, ni que sea indirectamente, salario-dependientes);
y otra, la formada por las personas
que podrían vivir con todos los servicios privatizados. Somos conscientes de
que nos alejamos de otras propuestas, como la de Guy Standing y su clase
precaria, pero a nuestro favor diremos que, en nuestra opinión, definir dos
clases, y hacerlo en base al ejes
impuestos/servicios públicos vs servicios
privados, nos permite situarnos en la línea de un Marx y un
Sraffa debidamente actualizados.
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