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02 octubre 2021

Maixabel, la pelicula


Relacionado, pero no, con la película “Maixabel” -vista el 29 de Septiembre del 2021- ofrece Moviestar la mini serie (tres capítulos, que, si se ven de un sentada, es como una película de poco mas de dos horas y media) “La condena”.
Relacionado, digo, porque muestra el tránsito por el duelo interiorizado por el delincuente, que asume su crimen, pero no, porque el relato ni es ni verídico ni está basado en hechos reales.


Portillo y Tosar, bajo la tensa dirección de Bollaín, me pusieron en mas de una y de dos ocasiones los pelos de punta de pura emoción. Y los ojos brillantes. Cosa que no me pasó con “Zubiak”, de Jon Sistiaga y Alfonso Cortés-Cavanillas, que me dejó helado. Cierto es que si hubiera visto primero la película y luego el documental, si hubiera asistido primero a la cocción del guiso antes de ver el plato en la mesa, seguramente lo hubiera entendido mejor. En todo caso, ahora el documental me parece prescindible.

“Quiero decir, con toda claridad, que las instituciones y la sociedad vasca, en su conjunto, no vamos a permitir que la impunidad y la indecencia moral se abran paso al calor de una noticia por la que hemos estado suspirando tanto tiempo. No vamos a permitir que la historia se cuente al dictado del verdugo o al dictado de los que han justificado o consentido la barbarie cometida. No olvidamos que se ha matado en nombre del pueblo vasco. Justamente, por ello, los vascos y las vascas estamos obligados a preservar un relato en el que hablen, sobre todo, las víctimas.” (21 de octubre de 2011, carta abierta de Maixabel Lasa, con motivo del anuncio que la organización terrorista ETA hizo público el día anterior de cese definitivo de la actividad armada).

Maixabel ha dicho por activa y por pasiva que no es mejor, ni peor, por haberse abierto a hablar con los asesinos de su marido, el ex gobernador civil de Gipuzkoa Juan María Jáuregui: “Además, pienso también que, ya que habíamos llamado a otras víctimas para invitarlas a participar en el programa, era importante que yo estuviera dispuesta a hacerlo. Esto no significa, faltaría más, que todos tengan que hacer lo mismo. Yo no soy mejor que nadie por haber aceptado. Pero tampoco peor”. Igualmente ha reconocido que su opción, al margen de creer que apoya la deslegitimazación, es eso, su opción íntima y personal que le proporciona alivio: “Y, en un plano más personal, yo me siento mejor después del encuentro. He visto que, de alguna forma, las personas que mataron a Juan Mari están arrepentidas del dolor que han causado […] Me pidió perdón. Le dije que se lo agradecía, pero que eso era una cosa muy personal y que no le podía contestar.” (Mayo 2013). Desde la ética que destilan sus palabras, nadie mejor preparada que Maixabel Lasa para recorrer el endiablado camino que le llevará a ver a los asesinos de su marido y a permitir que sobre ello se haga una película.

Lo que la película gana en fuerza y poder, ser verídica, por agarrarse con uñas y dientes a lo real, ser como un duro golpe a puño descubierto, tiene un coste: lo pierde en reflexión ¡Por suerte! cabe decir, así evita caer en ningún tipo de panfleto. Huye de toda caracterización (e incluso se agradece que en el íntimo momento en que Etxezarreta rememora los atentados en que participó, de estos sólo nos lleguen ruidos y sonidos, atemperando el impacto que esos recuerdos podrían tener en el espectador si se hubieran utilizado imágenes) pero mantiene un firme compromiso con la realidad, y esa verosimilitud deviene emoción. Pero esa contención, si bien muestra lo que hay, le impide formular lo terrible, lo inefable, lo profundamente detestable, lo que ni siquiera acertaríamos a definir. Y ese es el coste: Bollaín transita con exquisita corrección una senda plagada de minas, propias y ajenas, y resuelve ser antes una acta notarial, estremecedora, que una tesis sobre el mal. Esa es su fuerza, esa es su oportunidad, su potencia: mostrar más que reflexionar, y evitar hablar en nombre de las víctimas y los victimarios.

A nosotros nos toca convertir la potencia en acto. Pero a la vez esa es su debilidad: mientras que en “La condena”, gracias a que es una ficción, como “Patria”, los autores pueden expresar qué opinan sobre el mal extremo, sus consecuencias, su imposible perdón, la banalidad del arrepentimiento y el castigo que, porque se asume -y sólo si se asume-, se vuelve sin término, Bollaín renuncia y se prohibe mostrar su opinión. Sabe que toca tabúes tremendos, y que tan sólo mentarlos ya es atacarlos. Se debe agradecer que, como notaria, Bollaín deje constancia de lo real, ahora es cosa de la sociedad sacar fuerzas de la flaqueza: mimbres para hacerlo, ya tiene…

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