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28 agosto 2020

Libertad, convicción y responsabilidad

 


A cuentas de la libertad y la responsabilidad, propongo un ejercicio al estilo de aquellas famosas cuestiones sobre el tranvía loco y quién muere y quién no (Dilema del tranvía).

 

Vaya por delante la venda antes que la herida: nada tiene que ver el ejercicio con el horrible crimen cometido por un policía contra un ciudadano estadounidense de la ciudad de Kenosha (Wisconsin): en este ejercicio mental, por no ser nada más que eso: un experimento mental, nadie sale herido.


Sobre lo que pasó en ese luctuoso hecho, difícilmente obtendremos una información suficiente como para saber (un saber fuera del marco de la justicia) si hubo o no comprensión efectiva por parte de todos los actores sobre intenciones y actos previos a los criminales disparos de la policía sobre el ciudadano ¿Oyó el ciudadano al policía? Si lo oyó ¿lo entendió? Si lo entendió ¿Comprendió el ciudadano la situación o esta, en su brutalidad, colapsó sus capacidades sensoriales? No podemos ir más allá de lo que se pueda probar fehacientemente en sede judicial, pues la subjetividad de las respuestas nos impiden judicar en consecuencia.

 

Se suele confrontar la ética de la responsabilidad con la ética de la convicción, y ya el propio Max Webber, en su La política como vocación, las contrapuso dejando de alguna manera en mal lugar a la convicción, aunque advierte que  “No es que la ética de la convicción sea idéntica a la falta de responsabilidad o la ética de la responsabilidad a la falta de convicción. No se trata en absoluto de esto.”. Weber afirma que no se puede determinar si es mejor o peor obrar de acuerdo con una u otra ética: “No se puede prescribir a nadie si hay que actuar según la ética de la convicción o según la ética de la responsabilidad, o cuándo según una y cuándo según la otra.” 

 

Weber, con todo, no deja de acercarse a la ética de la responsabilidad, pues refiriéndose al ambiente revolucionario del Munich de 1919, ambiente que califica de “excitación estéril” por parte de intelectuales y estudiantes, cree que tanta convicción no deja de ser  “un ‘romanticismo de lo intelectualmente interesante’ que gira en el vacío, desprovisto de todo sentido de la responsabilidad objetiva.” 

 

Hasta aquí los antecedentes del ejercicio propuesto. Ahora, el ejercicio.

 

Eres un ciudadano de una minoría que está siendo maltratada por la sociedad donde vives. Ese maltrato te humilla como persona y, en la medida de tus posibilidades, no quieres que tus hijos sufran la misma humillación. Quieres ser un ejemplo de dignidad sobre el que tus hijos construyan la suya: tu lema, que quieres que guíe tus actos para que sean ejemplo para ellos, es que la única manera de ser digno es no dejarse pisotear por acciones o decisiones injustas.

 

Te ves envuelto en una situación de la que no eres responsable. Un policía grita desaforadamente que pares, que te vuelvas y que te identifiques. No te das por aludido, pues nada tienes que ver con lo que está ocurriendo, y sigues caminando hacia tu casa. El policía te coge por la ropa y te interpela directamente para que te pares, te vuelvas y te identifiques. Tus hijos te ven a través de la ventana. Ellos saben, y tu sabes, que la petición del policía es injusta por extemporánea, pues nada tienes que ver con la situación que ha provocado la interpelación del policía.

 

¿Qué haces? Es tu convicción que la única manera de ser digno es no dejarse pisotear por acciones o decisiones injustas. Y también es tu convicción que debes predicar con el ejemplo.

 

Si te impones el deber de la convicción asumirás el riesgo de llevar una tragedia a tus hijos: no harás caso al policía e intentarás abrir la puerta de tu casa, el policía te disparará y posiblemente morirás. Y luego será la justicia la que determine si estaba o no justificado.

 

Si te impones el deber de la responsabilidad no asumirás el riesgo de hundir a tus hijos en una tragedia: harás caso al policía, este te tumbará en el suelo y de forma humillante te esposará y se te llevará. Y luego será la justicia la que determine si estabas o no implicado.

 

¿Podemos predicar como bueno un fin cuyos medios pueden ser causa de efectos indeseables? ¿Es aceptable la ejemplaridad de un acto a pesar de que la probabilidad de éxito del mismo sea mínima? No hay una única respuesta, y menos si las preguntas las hacemos a lo largo de toda una vida: cada momento exige una mezcla diferente de convicción y responsabilidad, y por eso no corresponde prescribir de una vez por todas el actuar según una u otra ética.

 

Por último, y con independencia de que elijamos una u otra respuesta ¿Eres más libre si optas por la convicción, o sólo por el mero hecho de poder optar ya queda postulada la libertad?

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